Hoy estamos ante una nueva fecha del 11, 12, 13 y 14 de abril de 2002, donde pareciera que nadie ha aprendido esa lección, a pesar que han transcurrido 21 años del Golpe de Estado que la oposición, encabezada por Pedro Carmona Estanga, sacara -brevemente- al comandante Hugo Chávez, del gobierno. De allí es que, a Carmona Estanga lo llaman «Pedro el Breve», o el dictador cuarentiochero.
Sino tuviéramos un liderazgo presidencial, encabezado por Nicolás Maduro, y otro (liderazgo) político representado por Diosdado Cabello, quienes, en cada presentación en los medios de comunicación recuerdan esa fatídica etapa de nuestra historia republicana, ya muchos hubiesen saltado la talanquera y estarían alineados con la peor oposición que haya tenido Venezuela.
Y, qué mejor forma de convertir esta crónica de un pasajero urbano, en un elemento de buena literatura contemporánea, tal como la narra el excelentísimo ex embajador de Cuba, Germán Sánchez Otero, en su libro ‘Abril sin Censura’, sobre las implicaciones de personajes del submundo político nacional que construyeron un Golpe de Estado los días 11 y 12 de abril, para llevarnos a una “guerra civil”.
Estamos otra vez en un nuevo 11 de abril, fecha fatídica para la historia universal de los pueblos, donde los venezolanos, en el 2002, le dijimos no a quienes usufructuaron el poder por casi 48 horas. Con un personaje gris que pasó a llamarse Pedro el Breve, hoy huésped de la anacrónica Nueva Granada, cuna de tantas traiciones contra nuestro Libertador Simón Bolívar.
Este 11 de abril, son 21 años del Golpe de Estado contra el Comandante Eterno de la Revolución, Hugo Chávez. Son los mismos protagonistas que, instalados en Estados Unidos, Colombia, España, Chile, Perú, Argentina, etc., se apropiaron indebidamente, con la aprobación del Imperio norteamericano, de nuestras riquezas, en respaldo al gobierno imaginario de Juanito Guaidó, quien todavía se cree el presidente legítimo y constitucional, producto de las maniobras y esquizofrénicos “vende patria” de una sociedad civil, representada por una oligarquía nacida en el este de Caracas, una Fedecámaras, copia al carbón de la Compañía Guipuzcoana; una iglesia católica, enquistada en la Conferencia Episcopal Venezolana al mejor estilo del arzobispo Narciso Coll y Pratt, arenguita del temible José Tomás Boves. Una CTV que pretende revivir en la discusión de los sueldos y salarios de los venezolanos; de un Colegio Nacional de Periodistas, tomado por mercenarios de la comunicación, como Carlos Fernández, quien todas las mañanas en Televen castiga al gobierno y presenta a la oposición como una cofradía de hermanitas de la Caridad. Este colegio nacional de periodistas (CNP) presidido por un sujeto que jamás en su vida ha cubierto una rueda de prensa, pero ha convertido a esta organización en un antro de la comunicación, constructores, a través de la mediática, de escenarios irreales de guerra civil y todo lo que permite el nuevo modelo comunicacional por medio del fake news. Y lo digo con todo el derecho que me asiste como miembro del CNP.
Son 21 años de aquel 11 de abril, donde la derecha venezolana produjo la mayor cantidad de muertos que aún esperan justicia. No como la que pretende aplicar la Corte Penal Internacional, a través del Fiscal Karim Khan, al servicio de la Corona inglesa desde 1995. Hoy seguimos frente a un escenario, donde lo que queda de la Ultraderecha venezolana, con el apoyo directo del Imperio norteamericano, encabezado, primero, por el delincuente Donald Trump, hoy criminalizado por la justicia gringa, y ahora el senil Joe Biden, dicta decisiones de quién debe gobernar a Venezuela, porque una mañana se levantó con un proyecto de un gobierno de transición.
Anthony Blinken, actual Secretario de Estado de Estados Unidos, remedo de Henry Clay, enemigo acérrimo del Padre de la Patria, pero íntimo de Francisco de Paula Santander, llamado en esa época por James Monroe, “el hermano menor de los Estados Unidos”, ha dicho: el bloqueo contra Venezuela continuará. Pero pareciera que ese bloqueo lo vive el pueblo norteamericano, con el aumento diario de muertes por arma de fuego y el consumo de drogas de alto rango, como la cocaína y el fentanilo, que lo califica, como dicen ellos, en el primer mundo en todo. Y, ciertamente, son los primeros hasta en el Covid19.
Lo que, sí es claro, es que los personajes que generaron el Golpe de Estado de abril de 2002, están allí, pidiendo más sanciones contra nuestro país. Ahora, el propio Biden, dicta las órdenes directamente. Ha gastado demasiados dólares para salir de Nicolás Maduro, que el Departamento del Tesoro y el Departamento de Estado decidieron que Julio Borges, Carlos Vecchio, David Smolanski, Gustavo Marcano, ex alcalde de Urbaneja y Leopoldo López, con sus videoconferencias, sigan solicitando una intervención extranjera contra la Patria de Bolívar y Chávez.
Hoy, a 21 años de ese Golpe de Estado, el reality show continúa, bajo un guion al mejor estilo de Leonardo Padrón y con una historia que se construye con el despojo del Esequibo, en una decisión de la Corte Internacional de Justicia, cuya presidenta es la gringa Joan Donoghue, presumiblemente, una asalariada de la Exxon Mobil que garantice la explotación petrolera en la porción más rica de la Guayana. Esta nueva metodología que se aplica en ambas Cortes Internacionales tiene como azimut derrocar a Nicolás Maduro, presidente legítimamente electo el 20 de mayo de 2018. Pero, lo que sí está claro es que no pasarán y ningún Imperio le pondrá las manos a nuestro país. Honor y gloria a quienes frenaron la locura del 11, 12 y 13 de abril de 2002.
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William Gómez García Venezolano, periodista
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