Violeta eterna

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Un 5 de febrero de 1967 dejó este mundo Violeta Parra, lo decidió ella con la determinación y arrojo que tuvo durante su vida, así como por las soledades, las angustias y contradicciones de una mujer atormentada, una genialidad atrapada en un tiempo que no la comprendió.

Compuso la música y la letra de una de las canciones más bella del mundo, “Gracias a la vida”. Pero terminó con su vida disparándose en la sien derecha, uno de esos días, de febrero de 1967, en Santiago, exactamente a las 17:45 horas.  Un domingo, como hoy a los 49 años de edad.

Uno de sus biógrafos, el periodista chileno Víctor Herreros, en el libro “Después de vivir un siglo” narra que “muy temprano, tras desayunar, Violeta se encerró en su habitación. Ni Carmen Luisa ni Alberto se atrevieron a hablarle. Allí pasó la mañana. Cuentan que escuchó una y otra vez ‘Río Manzanares’. ‘Mi madre es la única estrella, que alumbra mi porvenir, y si se llega a morir, al cielo me voy con ella’”, reza parte de la letra. Venezuela le inspiraba, la música y el cuatro instrumento originario del campo venezolano, la hizo llevar ese instrumento a tierras chilenas y hacerlo parte de su música y la de sus hijos. Ese día escuchaba por última vez el tema dedicado al río manzanares, que atraviesa la ciudad de Cumaná, donde nació Sucre, el gran Mariscal de Ayacucho, los acordes compuestos por el venezolano José Antonio López.

Al lado de su cuerpo estaba la carta, manchada de sangre, dirigida a su hermano Nicanor Parra, el gran antipoeta que murió en 2018 con más de 100 años y la guardó por más de medio siglo, como le pidiera expresamente su hermana, hasta después de su muerte.

 Violeta escribió: “No tuve nada. Lo di todo. Quise dar, no encontré quien recibiera”. “Me cago en los discursos de despedida”. También explica la razón para quitarse la vida. Tal vez, intuyó la mediocridad —que embarga muchas veces a los medios— expondría su decisión, tal como lo hicieron, por motivos de amor no correspondido. Pero eso, Violeta lo dejó bien claro: “Yo no me suicido por amor. Lo hago por el orgullo que rebalsa a los mediocres”.

Estuvimos junto a Kala Marka, este enero, en el museo de la Fundación Violeta Parra, donde realizaron un conversatorio, “Un Tinku”, encuentro con la juventud. Fueron tantas las emociones que nos embargaron junto con estos grandiosos músicos, reencontrar ahí la memoria viva de la Violeta fue impresionante, llenarse de su energía y la de los jóvenes que asistieron. Fue ese nexo retomado con el arte de Bolivia, la música, la creación que nos hizo sentir un solo pueblo. Violeta visitó La Paz en dos ocasiones en 1966, impulsó la Peña Nayra, la que fundó Pepe Ballón. Dicen que ahí compuso su canción “Gracias a la vida”, y que habría comprado el arma de procedencia brasileña. Son datos interesantes, pero no trascendentes. En esa Peña Nayra años después nacen los Kala Marka.

En esa entrega total de la Violeta, con la que hemos vuelto mil veces a los 17, después de vivir parte de este siglo dramático, los tiempos venideros, la han reconocido con la gloria eterna, esa que solo se le entrega a las grandes. Toda la sensibilidad en cada uno de sus temas, sus arpilleras, las pinturas, las esculturas se ha ido transformando en el legado más importante de la familia Parra en una brillante cuantificación de los sentidos. Violeta no facturó a pesar de haber creado obras maravillosas. Todas sus letras son de una profundidad que tanta falta nos hace hoy. Violeta, nuestra eterna e inagotable Viola Chilensis.

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Cris González Directora

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