No soy de aquí ni soy de allá

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Crecí en una de las ciudades petroleras de Venezuela en la costa oriental de Puerto La Cruz, desde niña viví la multiculturalidad porque asistimos a un centro social en el que hacían vida personas de diferentes países, chilenos, mexicanos, hondureños, colombianos y pare de contar. En lo cultural, ellos podían mostrar una parte de su país y recordar a su gente, sus costumbres. Se hacían ferias, de comidas y bailes típicos de cada nación. Yo recuerdo bailar junto a mi primo la canción El Jarabe Tapatío, que nos enseñó un mexicano que por los años noventa del siglo pasado, había emigrado a Venezuela. Nuestro de tierras mexicanas tuvo tanto éxito que después nos “sacaban el jugo” pidiéndonos que lo interpretemos en todos los actos de la ciudad. Estas experiencias impulsaron la creación de un grupo de danzas latinoamericanas.

Esa misma experiencia la repetí en Bolivia con Cantar del Alba, esta vez con un grupo de música, en el que interpretábamos temas de todos nuestros países del Sur. Tuvimos oportunidad de cantarle a Evo Morales, Hugo Chávez, y en una tertulia acompañados en las congas por el propio, Nicolás Maduro, cuando era canciller.

Nunca sentí que alguien, que no había nacido en Venezuela y siendo de mi entorno cuando niña, adolescente y adulta, no perteneciera a los espacios compartidos. Era natural la convivencia con gentes de otras latitudes. Puede ser, que lo más ofensivo que hiciéramos fuese tratar de imitar su forma de hablar. O, defender el origen de la arepa como venezolana, inventada por los cumanagotos. Discusiones eternas que terminaban en una competencia de quién hacía la arepa más redonda o compartiendo unas cervezas.

Si te atrevías a más, de seguro la familia te reclamaba porque “no sabíamos por cuál situación difícil podría estar atravesando esa persona, que dejó todo atrás para mudarse a un país desconocido”. Eso me enseñaron, a tener sensibilidad, hoy se dice empatía, porque nadie se va de su pueblo sin tener un motivo fuerte que lo mueva.


Creo que antes de iniciar todos estos temas políticos. La guerra económica comenzada en contra de  Venezuela, el  romper el paradigma que propuso Chávez, que le dio un giro positivo al país. Un crecimiento económico, que permitió el desarrollo en bloque. Porque el Presidente, con un pensamiento latinoamericanista heredado de Bolívar, supo que la forma de surgir y dejar la dependencia era uniéndonos. Por eso, compartimos las riquezas petroleras con el Caribe, pobre, relegado históricamente, para aportar un grano de arena a aquellos países tan golpeados por la doctrina del Norte que castiga siempre, que no perdona que sus “súbditos” tengan un pensamiento propio.

Así, le tendimos una mano urgente a los argentinos que estaban al punto del colapso, con la compra de los bonos. Fue un  salvavidas lanzado antes que los fondos buitres se los tragaran. También se apoyó  a los uruguayos, a los paraguayos que ahora, sus gobiernos de derechas desconocen las deudas con Venezuela. A Bolivia, nación que ostentaba el primer lugar de América Latina y segunda en la Región en los indicadores de pobreza y  así y todo sus gobernantes, predecesores a Evo Morales, saquearon el Banco Central en 2003, antes refugiarse en Miami, ahí están las imágenes. Todo el apoyo venezolano a los países de nuestra golpeada Latinoamérica  no fue dádiva, era fortaleza, estrategias para hacer conciencia de la urgente necesidad de unidad, contar entre nosotros como naciones hermanas y que compartir, lo que se tiene, es una forma de dignificarnos  todos.

Desde que se inició el bloqueo al país, ya sin Chávez, la forma de mirar al Gobierno venezolano cambió radicalmente. Desde el discurso de algunos dirigentes políticos de izquierda, hasta de personas como, por ejemplo, las y los funcionarios de instituciones que deban prestar apoyo al migrante. El maltrato se volvió una regla, ofender, atropellar, se ha convertido en una constante desagradable y dura. La humillación pareciera ser la única forma de amedrentar a una persona, que solo ella sabe por qué causa tuvo que partir de su patria.

En cualquier parte de esos países, que tanto apoyo recibieron de Venezuela, hay alguien que nos manda a irnos a nuestro país, o nos achacan todos los males de la violencia. Como si en esas realidades nunca hubiese existido  un conflicto antes de la migración venezolana.

Llegar a un aeropuerto y que te exijan fechas exactas de vuelta, reservas, números de ubicación, coordenadas, que te revisen exhaustivamente hoja por hoja  los libros que llevas, o de una revista, que hurguen en la intimidad que puedas cargar en tu maleta y en tu cuerpo, es para decir ¡basta!

Quizá eso le debemos al infortunado Julio Borges, que en 2017 dijo que la crisis migratoria venezolana era una enfermedad contagiosa. Omitiendo que fue  un problema generado por ellos que pidieron el bloqueo económico y que impulsaron la figura del derechista, Juan Guaidó. Quisieron poner en jaque nuestra democracia, querían quebrar el sistema de gobierno y se fueron directo con una estocada brutal contra el pueblo. Como dice la Iglesia Católica: desde sus pensamientos, palabras y obras.

Antes de eso nadie se iba del país, pero desde 2014 tenemos unas 927 medidas coercitivas, 723 sanciones directas, Citgo y Monómeros confiscadas, esta última al parecer Gustavo Petro devolverá. Teníamos buenas condiciones de vida, no sabíamos lo que era la xenofobia, porque no habíamos cruzado las fronteras. Ellos, los de la derecha apátrida, con su odio, son responsables de la especulación en dólares, del ataque a la moneda, del terrorismo que se vivió con las tantas operaciones Gedeón, guerritas e intentos de invasión que no se concretaron, porque la dignidad y el nacionalismo, la sangre bolivariana crece y la defensa fue orgánica.

Ahora, vivimos agresiones desde diferentes sectores sociales, desde que nos estigmatizan a todas y todos  como los únicos malandros y prostitutas que existen en países como Chile, Ecuador, Panamá y Perú. Ahora nos piden visas de entrada y nos ponen a todos y todas en un mismo saco, aunque seamos profesionales, gente honesta.

Por mi parte, seguiré cada vez que pueda visitando ese mercado en Colegio de Ingenieros de las comunidades andinas de Sudamérica que se asentaron en el país y que fueron -y  siguen siendo- fuerza de trabajo, social, cultural, allí están ellos y sus generaciones ¡bienvenidos!

Fue durante el gobierno presidente Chávez que se le otorgó a millones de colombianos, peruanos, ecuatorianos residentes en el país, su nacionalidad venezolana.

Entendí que la vida da giros y que las fronteras y los límites mentales a veces los pone el dinero o la tendencia política. Decir que eres de izquierda, es casi una ofensa porque entre tus propios compatriotas significa que has apoyado un “régimen dictatorial” sin haber siquiera vivido una dictadura.

El Cono Sur sabe bien de dictaduras, las que arrasaron  con la vida de más de treinta mil personas en Argentina, en Chile, Uruguay, Bolivia, detenidos, torturados, desparecidos, hombres y mujeres, víctimas del monstruoso  Plan Cóndor estadounidense.

Te miran con el desprecio de la ignorancia cuando saben que apoyas a “ese hombre que acabó con la economía del país”, sin decir quienes nos han robado las reservas de 31 toneladas de oro. Lo insólito es que Argentina se prestara a secuestrar y entregar a los gringos un avión de propiedad del país y que frenaran los pagos de las ventas de crudo.

Hoy el pueblo venezolano sobrevive, con una escasa entrada de un 1% de las regalías, mientras hay siete mil  millones de dólares retenidos en bancos internacionales, nadie mira el sacrificio, ningún gobierno de los que apoyamos, devuelve el cariño.

Estoy segura  de que cuando volvamos a tener más estabilidad, volveremos a compartir, porque es nuestra naturaleza. Con la misma mirada plena, con el mismo corazón grandote que nos llevó a recorrer fronteras bolivarianas y sucrenses para llevar la libertad histórica y dejar nuestra huella indeleble de hombres y mujeres patriotas que creyeron y forjaron la unidad, por eso sigo con este sueño.

Entendiendo el sueño bolivariano, sin las fronteras impuestas. Y habiendo recorrido varias veces nuestros territorios, pido respeto, que se haga “humana la humanidad”, como dijo Alí Primera, en su canción. Para saber que los seres humanos tenemos derechos y que nadie en absoluto es ilegal, que “nadie es de aquí o es de allá”.

Luiz Inácio Lula da Silva, en su discurso al lado de Alberto Fernández antes del encuentro de la VII Cumbre de la Celac y  en su primera visita oficial, otra vez como presidente, pronunció estas hermosas palabras que me dieron esperanza:

El problema venezolano se solucionará con diálogo y no con bloqueo, no con amenazas de ocupación, con ofensas e insultos. Brasil va a restablecer las relaciones diplomáticas con Venezuela, restableceremos relaciones civilizadas entre dos Estados autónomos, libres e independientes. Ya lo logramos una vez y lo haremos de nuevo. Venezuela será tratada normalmente, como todos los países quieren ser tratados. Lo que quiero para Brasil, también lo quiero para Venezuela, respeto”.

Nahir González Correo del Alba

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