Estos primeros días

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A quienes nos gusta escribir y no solo eso, sino que, no podemos vivir sin hacerlo. Nos asalta de vez en cuando la desidia, esa inseguridad, esa sensación de futilidad por el tema, las palabras, el propio sentido o sinsentido de escribir.  Hay que reposar entonces, quizás solo unas horas, y emprender de nuevo la ascensión con la roca a cuestas, ceder al mito de Sísifo y encontrar de nuevo la palabra (por lo demás eso vale para otras facetas de la vida como, por ejemplo, el amor). No es fácil encontrar temas para cada domingo que puedan ser analizados en tan solo 3 mil caracteres.

Hoy se me ocurrió la idea peregrina, de alguna de mis abuelas, de que los doce primeros días de cada año representan a cada mes. Entonces, el primero, sería enero; el 2, febrero y así… siguiendo esa lógica, nada dialéctica, aun no llegamos al mes doce y lo que pinta del año está bien complejo. Es que ciertamente vivimos tiempos difíciles, asistimos a cambios trascendentes.

El 1 de enero asumió Luiz Inácio Lula da Silva su tercer mandato como presidente de  Brasil y fue un momento conmovedor, después de tanto daño que le infligieron a él y por tanto a su pueblo, vuelve  a ocupar su lugar como líder del país inmenso del Sur. Contra todo ejercicio democrático, el expresidente Jair Bolsonaro abandonó el cargo y se fue días antes a Estados Unidos —¿dónde más  lo recibirían? —  para no tener que entregar la banda presidencial a su sucesor electo por mayoría. Partió dejando el gobierno después de haber tratado por todos los medios de revertir el mandato popular. Sus seguidores cometieron actos vandálicos, amenazas y una serie de acciones deplorables. Sí, asistimos a un cambio de paradigma, en este caso el democrático, que claramente se desmorona quebrantado por políticos como este exmilitar brasileño que dejó al país sumido en cifras preocupantes, lastres sociales y políticos a los  cuales Lula va a tener que hacer frente día a día.

Entonces, enero sería algo así como de esperanzas, de trabajo conjunto, porque Lula es eso para la izquierda y los movimientos sociales de América Latina, una esperanza para un futuro que adquiera sentido sobre todo para los y las jóvenes post pandemia. Esperanza, además, que se verá plasmada en hechos como una integración regional fuerte, a través de los mecanismos que ya existen como la Celac y la Unasur. Eso sí, tenemos  que estar muy alertas porque la derecha sabe muy bien el potencial que se tiene en unidad y lo combate.

En Perú sigue la crisis, de manera inédita la lucha de los movimientos sociales  que, en el país, al igual que en Bolivia, tiene rostro campesino e indígena, no dan marcha atrás y las movilizaciones siguen a pesar de la represión brutal de la que han sido víctimas por parte del Ejército y la Policía. Son luchas necesarias porque el poder que se consiguió a través de las urnas fue desbaratado a partir de una campaña desde el primer día que asumió Pedro Castillo. Mellaron su imagen, boicotearon su gabinete, lo hicieron ceder y ceder para, posteriormente, lanzarlo al vacío. Todo el juego contó con el apoyo  de la prensa que, con un irrespeto total por las y los mandatarios del país, con periodistas que se instalan como jueces, mienten, vociferan  con un desparpajo vergonzoso que responde a  líneas editoriales de las más reaccionarias, clasistas y racistas que hay en la región, aunque este actuar de los medios —lamentablemente— no es privativo de la realidad peruana. La creencia aquella de los primeros días no vale, así es que sigo confiando en un futuro mejor para nuestros pueblos que reconfiguran la política regional con el imbatible poder popular.

Cris González Directora

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