Clara como la luna llena

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El pasado jueves 8 de diciembre se cumplieron 10 años del último discurso público del comandante Hugo Chávez. Recuerdo esa noche, me llamó la atención que apareciera en pantalla, cuando se suponía que estaba en Cuba siguiendo su tratamiento médico. Quedó claro… había vuelto a hablarnos a todas y a todos, a millones de sus seguidores en el mundo, porque el desenlace era inexorable. Chávez siempre habló claro y de frente, aunque las circunstancias fueran terribles.

Sus palabras comenzaron livianas, como preparándonos a escuchar su despedida, sentí y sentimos un dolor tan grande que él, sabio y generoso como era, lo sabía y pidió disculpas por el dolor causado “en el marco de este mensaje, que, por supuesto, jamás hubiese querido transmitirles a ustedes, porque me da mucho dolor en verdad que esta situación cause dolor, cause angustia a millones de ustedes”. Y mis lágrimas no paraban de brotar, no pude contenerlas y él lo sabía.

Esta semana las palabras del Comandante se vuelven una imperiosa arenga, esa noche del 8 de diciembre de 2012 citó –como tantas veces– al Libertador. Pero esta vez con más fuerza que nunca las retomo, porque es una necesidad ante la coyuntura que se presenta en nuestra Región: “¡Unidad, unidad, unidad! ¡Unidad! Decía Bolívar: ‘Unámonos o la anarquía nos devorará, solo la unidad nos falta para completar la obra de nuestra regeneración…'».

Esa unidad, hoy más que nunca, en 2022 y pronto a entrar a 2023, la necesitamos para frenar a la derecha que avanza a pasos agigantados, mintiendo y manipulando con sus medios de comunicación y a través de los tribunales de justicia con guerra judicial o lawfare.

El martes pasado, 6 de diciembre, se lo hicieron a Cristina Fernández, expresidenta y actual vicepresidenta de la nación Argentina. En un juicio truculento con intríngulis impresentables, fue sentenciada a seis años de cárcel, que lo más probable es que no se concreten como tal, aunque el fallo de inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos es lo que buscaban.

Ya lo dijo el Comandante ese 8 de diciembre: “No faltarán los que traten de aprovechar coyunturas difíciles para mantener ese empeño de la restauración del capitalismo, del neoliberalismo, para acabar con la Patria. No, no podrán, ante esta circunstancia de nuevas dificultades –del tamaño que fueren– la respuesta de todos y de todas los patriotas, los revolucionarios, los que sentimos a la Patria hasta en las vísceras, como diría Augusto Mijares, es unidad, lucha, batalla y victoria”.

En Perú, en unas jugadas que la Historia juzgará, fue derrocado Pedro Castillo, el profesor rural que, con su sombrero campesino y su campaña con un lápiz como símbolo de superación, logró llegar a la Presidencia, todas y todos los de este lado de la Historia lo celebraron, a pesar de que fue reñida la segunda vuelta. Pero, desde un principio, desde el primer día comenzó la guerra en su contra, jamás lo dejaron gobernar. Castillo, profesor del campo, humilde, se perdió en esa selva que es Lima, llena de hienas que rondan el campo político; lo vejaron, lo humillaron y lo manipularon cuanto quisieron, hasta que al final lo sacaron. La contienda jamás fue en igualdad y la falta de unidad dentro de su partido fue lo que caracterizó su corto periodo como presidente.

Por eso pienso en Chávez, más que nunca, en la necesidad que tenemos de estudiar su legado y obra. Las nuevas generaciones de todas partes del mundo deben saber de su espíritu solidario, como cuando encabezó junto al comandante Fidel Castro las grandes misiones sociales, mas allá de sus territorios: Alfabetización, Misión Milagro, Moto Méndez, proyectos productivos y sociales en los países ALBA, y mas allá de aquellos, becas a jóvenes de todo el mundo y la creación de universidades y proyectos que lideraron ambos inseparables genios de nuestro tiempo.

Hay que repasar de vez en cuando a quienes con su inteligencia y amor han cambiado el curso de la vida a la que estábamos destinados las grandes mayorías de excluidos, construyendo nuevos paradigmas.

Eso nos permitirá entender lo que pasó, después de su partida física, en la Región, cuando la derecha pensó «el fin de la Historia».

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Cris González Directora

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