Hay que detenerse a llorar por los ausentes

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Decía Pablo Milanés en su canción “Yo pisaré las calles nuevamente”, dedicada a Miguel Enríquez, héroe de la lucha contra la dictadura de Pinochet en Chile… «Y en una hermosa plaza liberada, me detendré a llorar por los ausentes”. Lo cito a propósito de la partida de este mundo de grandes seres humanos, tanto en el ámbito de lo familiar cercano como de quienes contribuyeron a mover el motor de la historia o dejaron huella con su arte, sobre todo durante y después de la pandemia. Son muchas esas personas que han dejado trazos profundos, que cruzan la fibra del recuerdo.

Hace poco conocimos de la muerte de Hebe de Bonafini, una ama de casa que se casó a los 14 años y que  hasta la desaparición de sus dos hijos y una nuera no sabía nada de política, como ella misma lo expresó un día: «Antes de que fuera secuestrado mi hijo yo era una mujer del montón, un ama de casa más. Yo no sabía muchas cosas. No me interesaban. La cuestión económica, la situación política de mi país me eran totalmente ajenas, indiferentes (…) todas esas cosas de las que mucha gente todavía no se preocupa son importantísimas, porque de ellas depende el destino de un país entero; la felicidad o la desgracia de muchísimas familias». El amor y desesperación por sus hijos la hizo recorrer un largo camino reivindicativo de tantas injusticias, su dolor se transformó en fuerza que continuará en expansión.

En noviembre de 2016 dijimos «hasta siempre comandante» a Fidel, que también será eterno. Ambos dejan un legado de dignidad, entrega y compromiso, grandes entre los grandes.  La  semana que pasó, los presidentes de la Federación Rusa y Cuba, Putin y Díaz-Canel, respectivamente, inauguraron en Moscú una hermosa estatua en honor a Fidel. Para la ocasión las palabras del mandatario ruso fueron claras: “Es uno de los líderes más brillantes y carismático del turbulento y dramático siglo XX, una figura verdaderamente legendaria, un símbolo de una era de movimientos de liberación nacional, del colapso del sistema colonial y la creación de nuevos Estados independientes latinoamericanos y africanos”.

Un noviembre, de manera inesperada, Maradona dejó un vacío que va más allá de lo futbolístico. Un hombre del pueblo que llegó a ser un astro del balón. Se echa de menos su irreverencia, la rebeldía del Diego; seguro hubiese criticado esta controversial Copa del Mundo, la corrupción, que se evidencia en la forma en cómo fue elegido Catar como anfitrión del evento, la doble moral del mundo occidental con respecto a la cultura islámica, y por supuesto sus comentarios que siempre iban más allá de la cancha.

Vaya mi homenaje a Hernán Soto, gran amigo, periodista brillante, subdirector de la Revista Chilena Punto Final que partió en silencio hace un par de días, a Natalia Coronel, la editora en jefe de Correo del Alba que se fue tan joven en 2016. A toda la gente cuyo vuelo nos duele.

Mi abrazo a quienes los lloran con la tristeza y los dolores de la muerte de aquellos que nos enseñaron a caminar por estos mundos, y aun así se levantan a redescubrir la conciencia en detalles de lugares que no decían nada antes de aprender a mirarlos de nuevo. A quienes nos dibujaron alguna vez con tanta ternura las ideas de otro mundo posible y necesario. Mi homenaje a sus luchas. Sobre todo, a quienes siguen en batalla y no se rinden, que levantan las banderas por amor a la humanidad, poderosos sentimientos que conmueven, que permiten organizarnos con fuerza en la porfía por la construcción de un mundo bueno, que inspiran sentimientos y enseñan a percibir los intersticios de la realidad donde yace la magia de esta vida y de la otra.

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Cris González Directora

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