A tres años de la denominada “marcha más grande de Chile”: la lucha por octubre

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El 25 de octubre de 2019, a siete días de iniciada la revuelta popular, se convoca a la marcha más masiva desde la vuelta a la democracia, la llamada “marcha más grande de Chile”. Esta marcha fue el absoluto peak de convocatoria de toda la revuelta que se extiende hasta marzo de 2020, y fue también el hito masivo que consolida el triunfo de los relatos más importantes del levantamiento popular, a saber: “No son 30 pesos, son 30 años” y “Hasta que la dignidad se haga costumbre”. Podemos considerar con justeza que este relato es la principal tesis de octubre.

La consolidación de las tesis de octubre son un remezón absoluto para las élites empresariales y políticas institucionales de izquierda y derecha, que con razón declararon previamente: “No lo vimos venir”. Se derrumbaban los relatos de avance y progreso de la modernización neoliberal, desfondando de paso el pacto transicional de estabilidad Partido Socialista (PS) – Democracia Cristiana (DC), y bajo un clamor refundacional de hartazgo generalizado contra la élite política y empresarial se ponía en entredicho tajantemente la continuidad del modelo. ¿Cuál es la ilusión que esconde Chile, su profundo malestar o su exitosa modernización? Esta es la pregunta arrastrada de décadas que zanja octubre de 2019.

Para sectores críticos el malestar social constituye el producto mismo de la modernización neoliberal, dada la profundización de la privatización pública y la mercantilización y precarización generalizada de la reproducción social. Durante los años previos a la revuelta, entre 2010 y 2019, el ciclo de conflictividad social en el país abierto por los pingüinos (estudiantes secundarios) en 2006 iría en franco aumento y transversalidad, con movilizaciones de distinto tipo, dimensión, temática y espacialidad. Movilizaciones que daban cuenta de un país profundamente fracturado política y socialmente, cuestión que se hizo tremendamente evidente en el informe “Desiguales Orígenes, Cambios y Desafíos de la Brecha Social en Chile” del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en 2017, el cual expone salarios bajos y alta rotación del empleo, contracción de los ingresos, un sistema educativo deficiente en igualar oportunidades, impuestos, transferencias y seguridad social insuficientes, y sobrerrepresentación política de capas sociales altas. Siguiendo a M. Canales : “Octubre es el hastío del sujeto popular neoliberal con el mismo orden en que cada vez sale perdiendo, todo, la existencia». Por lo tanto, no es posible, bajo estas críticas, explicar cómo un orden societal, políticamente deslegitimado, económicamente estancado y socialmente fracturado, se sostuviese en estabilidad. De ahí su ilusión.

Sostengo que las tesis de octubre sistematizan las críticas anteriores, en tres núcleos políticos principales: a) el histórico – estructural, malestares, abusos y tensiones acumuladas surgidas de las desigualdades sociales y territoriales producidas como consecuencia de la intensificación neoliberal los últimos 40 años, esto es la privatización de servicios y derechos, la precarización de la vida y la proliferación de espacios de sacrificio (internas y externas al sujeto); b) el de trabajo y estratificación, con sectores marginalizados de la relación productiva (impedidos de trabajar, desempleados, jóvenes Ninis y desempleados absolutos), trabajadores informales y autoexplotados (28.4% tasa de empleo informal, del cual un 48% corresponde trabajos por cuenta propia según datos del Instituto Nacional de Estadísticas al 2019), y capas medias y medias bajas frágiles con dificultades para reproducirse social y culturalmente, producto de una amplia franja de jóvenes que pudieron acceder a educación terciaria (en instituciones privadas y la mayoría primerizos en sus familias) con trabajos esporádicos, informales, precarios y/o hiperflexibilizados, con una extrema mercantilización y disminución de los espacios y tiempos de vida no laboral, como indican Ruiz y Caviedes; y c) el estamental-clasista, una sociedad nacional altamente fragmentada, geografías e identidades separadas por características etnoraciales, con posiciones sociales determinadas al nacer, petrificadas en una reproducción biológica y social endógena, productora históricamente de “los dos Chiles – el de la élite y el de los que sobran”, como apunta M. Canales.

Pero con el triunfo avasallador del rechazo el 4 septiembre, la derecha y algunos sectores de la exConcertación, con todo su aparataje político, comunicacional y académico, han iniciado un franco proceso de cierre de la revuelta desarmando las tesis consolidadas en la protesta. A su vez, el gobierno de Apruebo Dignidad, en su fragilidad política y profunda derrota, ha venido tranzando octubre y con ello matizando o negando sus tesis, construcción simbólica de la cual fue parte activa, un giro que provoca profunda asincronía con su relato y programa, el cual en teoría buscaba dar respuestas a aquellas tesis.

Octubre está en disputa, en un forcejeo entre las viejas explicaciones transicionales del malestar y el relato de octubre. Una suerte de rescate del legado, una lucha por el significado de los 30 años en forma de pasado glorioso, pero al mismo tiempo oscuro. Desde Tironi hasta Peña podemos ver la construcción de dicho argumento, el cual se puede sistematizar en tres pilares: a) la anomia –principalmente juvenil–, producto del proceso de individualización extremado en la modernización neoliberal que trae consigo una pérdida de la pertenencia y el arraigo social y cultural, el debilitamiento de las agencias tradicionales de socialización y el descentramiento social; b) la paradoja del bienestar, cuando sectores excluidos acceden a los medios que veían a la distancia dándose cuenta que el aura de inclusión y status de dichos medios no es tal, trayendo consigo frustración; y c) la paradoja de la desigualdad, sobre la pérdida de legitimidad que sostiene la desigualdad socialmente aceptada, esto es: se diluyó la promesa del consumo y la meritocracia, debido a que la productividad se estancó y la educación entró en crisis como relato de escalabilidad social. El cierre se completa con la instalación del “contra marco”, como indica Chihu, del malestar como expresión anómica violenta de la frustración y rabia, una emocionalidad desbordada en un “fervor moral”, según define Peña, realzando y disminuyendo la revuelta social a esta dimensión vacía y negativa que busca deslegitimar los diagnósticos, estrategias y propuestas desplegados por la movilización social. Lo que estos postulados establecen políticamente es que el relato general de octubre no fue ni contra el pasado, ni contra el modelo, sino contra los desajustes y desequilibrios sociales y culturales de una modernización inacabada. La ilusión serían las propias tesis de octubre, sobre un malestar que existe, pero no es tal.

Pero sobre los sectores que buscan cerrar octubre pesa un nuevo fantasma de posible “no lo vimos venir”. Los datos de la 10° Encuesta de la “Cosa Nostra” correspondiente a noviembre de 2022 (encuesta privada que carga con ser la más precisa en las últimas cinco elecciones), revela dos elementos trascendentales: primero, la crítica ciudadana no es hacia octubre, la revuelta mantiene alta valoración, sobre todo sigue siendo vista por un 41% como un momento de apertura y cambio social, mientras que un 52% manifiesta que trajo “cambios positivos”, además un 54% está de acuerdo con la idea del “Chile despertó”; y segundo, permanece la crítica a los 30 años, ya que un 67% apoya que Chile requiere “cambios profundos”; mientras que, por el contrario, solo un 18% manifiesta volver al camino anterior a la revuelta. Estos datos permiten deducir que lo que fue derrotado el 4 de septiembre fue la Convención y su propuesta de Nueva Constitución, fue derrotado el acuerdo del 15 de noviembre, y no octubre y sus tesis.

A tres años de la marcha más grande de Chile, lo que está en disputa es la dimensión más importante de la revuelta, el ethos que levantó, lo que constituye su programa, esto es el fin de la “sociedad estamental chilena”, como la define Canales, y la crítica a la profundización neoliberal transicional, aquello que es posible de anclar bajo una perspectiva histórica de horizonte de nuevo orden social que permita la acumulación orgánica de fuerzas futura. De allí la importancia y urgencia para los sectores movilizados de la revuelta de disputar octubre. Sobre esa base las izquierdas deben recomponerse en una brújula material posible, pero considero que, para eso, la revuelta necesariamente debe ser desapegada del presentismo identitario, el moralismo testimonial, la violencia política inútil, y de la reproducción cultural en las capas medias y medias altas, para que las izquierdas puedan observar profundamente al sujeto neoliberal (nacido y formado por el neoliberalismo) que constituye el pueblo de octubre y puedan (re)construir puentes de traducción entre estratos (alianza histórica entre capas medias y bajas) y entre clases (los capitalistas pobres son un aliado), que permita formular una síntesis política y social fuerte para octubre.

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Octavio Echeverría Alfaro Chileno, miembro de la Asamblea Comunal de Copiapó

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