Desde este domingo, tengo la certeza futbolera de que  el mundo se olvidará por un momento de todos los conflictos que están en la palestra internacional: la guerra, la crisis climática, la energética, la  alimentaria y una larga lista que engrosan  los problemas locales de cada país, con la inauguración del Mundial de Fútbol, Qatar 2022.

Como cada cuatro años, desde que se transmite el mundial de fútbol por televisión de manera masiva (1970), todos los bares estarán a reventar, las amistades, las familias se reunirán en torno al televisor. Se inicia a la par, el consumo de camisetas, sombreros, pantalones y demás artículos (seguramente  la mayoría de fabricación china) para cubrir la vestimenta típica que cada fanático, fanática ha de  adquirir para apoyar -como debe ser- a su equipo favorito.

El fútbol se ha convertido con el tiempo en el “verdadero opio de los pueblos”. Yo que tengo algunas aficiones, me inclino mucho por el fútbol. De niña jugaba y en mi época no había ligas femeninas, era un deporte exclusivo de hombres. Por eso con las amiguitas del barrio armábamos los equipos con nombres masculinos. Casi siempre eran enfrentados al final de la tanda: Brasil y Argentina.

También recuerdo mirar partidos antiguos con mi padre que, no siendo un gran conocedor, tenía lo suyo. Me enseñaba las piruetas del que consideraba el mejor jugador de la historia, “Pelé”. Yo, que desde siempre me gustaba discutirle, le decía que no. Para mí era el que tenía una melena y un nombre que me impactaba: Sócrates. Estos crack  me inspiraban para que siempre fuera, no solo la máxima goleadora de mi cuadra desterrando a Pele, sino también la del cabello imparable. Con el tiempo, llegó Maradona, que se convirtió rápidamente  en otro de mis ídolos históricos. En esa manía futbolera  de repasar los mundiales, vuelvo a ver las jugadas magistrales, la mano divina, la mano de Dios que les dio paliza a los británicos y que les dejó en claro a quienes pertenecen las Islas Malvinas.

No había nacido aun para  el Mundial del 78, pero de que vi una que otra jugada y recuerdo por ello alguna anécdota, eso está claro. Dos o tres mundiales más allá lo mismo; la felicidad familiar, de mi zona cuando ganaban los latinos esos mundiales, los gritos y los aplausos, era como vivir una segunda navidad, todos salían, se abrazaban, algunos llorando de emoción y la euforia duraba varios días.

El mundial anterior 2018, me provocó una desazón fuerte  porque no llegó ningún equipo de nuestro continente a las finales y fue  mirar por mirar los últimos partidos. Este año con las energías renovadas y con la esperanza de que esos muchachos lo darán todo por América Latina, hasta llegar  en bloque a los cuartos de final, es  lo que espero ansiosa. Deseo con todas mis fuerzas que el balón marque para este lado. Así redefiniré mi gusto por Brasil, Argentina, Uruguay o mi México lindo y querido o  por cualquiera de ello, igual derramaré el caudal de lágrimas emotivas y los gritos desesperados contenidos por cuatro años.

Sé que  hay muchos detractores de este deporte, a ellas y ellos les respondo con las  palabras de  Eduardo Galeano:

“El desprecio de muchos intelectuales conservadores se funda en la certeza de que la idolatría de la pelota es la superstición que el pueblo merece. Poseída por el fútbol, la plebe piensa con los pies, que es lo suyo, y en ese goce subalterno se realiza. El instinto animal se impone a la razón humana, la ignorancia aplasta a la Cultura, y así la chusma tiene lo que quiere”.

Galeano también entraba en ese opio  #ModoMundial con fiebre y delirios, se justifica todo y nada, se paran los odios violentos y la rivalidad se transforma en deporte. Ojalá  así fuera la vida de sencilla, ¡pero nada! al menos por un rato vamos  a disfrutar del gambeteo, a pasarnos el balón, por todas y todos quienes  ya no podrán ver Qatar 22 ¡Arriba campeonxs!

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Nahir González Cultura

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