El eterno retorno a ninguna parte

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Tras la segunda guerra mundial, Europa era una herida abierta y escombros. Los acuerdos de paz tras el conflicto armado supusieron una nueva tirada de dados para la reconfiguración de la hegemonía mundial. Las potencias triunfantes, en 1944, consagraron en la conferencia de Bretton Woods, las nuevas políticas económicas mundiales enfocadas a la reconstrucción de la economía. Muchas de estas medidas se mantuvieron vigentes hasta la década de los 70s, como combatir el proteccionismo; otras, son imprescriptibles aún hoy, como la vigencia del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (FMI), ambos alumbrados en la dicha conferencia. La piedra angular del proyecto de reconstrucción fue sustituir el patrón-oro por un patrón-dólar vinculado al oro que dejaba a los EEUU como potencia de occidente en el modelo bipolar de guerra fría y permitía aumentar la deuda de forma creciente.

EL modelo económico después de la guerra funcionó aparentemente bien, pero con  respiración asistida consistente en crédito fácil y masivo para el consumo y el financiar el llamado “estado de bienestar”. La cohesión y movilidad social, la solidaridad y el sentido del bien común medraron en un contexto de guerra fría en el que occidente necesitaba ensanchar las clases medias y reconciliar a las naciones con el sistema occidental parlamentario (llamado “democrático”) y disuadirles de veleidades comunistas.

Después de varias décadas  de crecimiento sostenido, en el año 73 la crisis del petróleo  puso al fin en evidencia que el sistema daba muestras de cansancio, la curva de crecimiento empezaba a aplanarse y los dígitos del desempleo, a crecer.  Era necesario parchear el modelo y reinventar la rueda que mantenía girando a las democracias occidentales en torno al eje del mercado. La deslocalización de los centros de manufactura en Asia permitió ganar tiempo y mantener los estándares de consumo enganchados a la producción de mercadería barata gracias, sobre todo, a China. El extrarradio del poder que habían sido las colonias, (ahora llamado tercer mundo), debía seguir facilitando materias primas accesibles.

Ya en el año 89, la caída del muro de Berlín consagró el colapso del socialismo real, momento en el que empezaron a caer los velos: ya no era necesario representar un modelo económico de alternancia y pluralidad: Los apóstoles del neoliberalismo llegaron con una nueva verdad:  El camino es de servidumbre (Von Hayek), la tierra es plana (Friedman), el fin de la historia ha llegado (Fukuyama). Se configura una nueva narrativa a la medida de la nueva normalidad manejada por la mano invisible del mercado.   Esta contrarreforma política e ideológica arrincona y condena las políticas sociales keynesianas: Thatcher y Reagan dejaban en vía muerta la tercera vía y la dialéctica política en favor de un modelo único, monolítico y definitivo: el capitalismo de mercado.

Y es así como empieza a dispersarse la alineación histórica de astros que alumbró la ocasión de iluminar el camino para escapar de la barbarie y la guerra que eclipsaban Europa, acontecimiento que resultó, como todo sortilegio, efímero. La ecuación de crédito, energía y producción barata, hoy no cuadran. Las condiciones para mantener dopadas a las sociedades con crédito y anestesiadas con consumo sin límites, toca a su fin. Macron, recientemente llegó a aguar la fiesta del consumo y a apagar la música de carnaval para  anunciar la cuaresma: Sus augurios lapidarios sonaban así: “estamos viviendo el fin de la abundancia” Toda una declaración de intenciones. Parte del mundo empieza a despertar con dolor sobre la camilla.

Trompetas del fin del mundo anuncian la inminente crisis alimentaria, climática, comercial, económica, bursátil, bélica, epidemiológica, política y social… Mientras, la tormenta perfecta se avecina, las sociedades se revuelcan en el barro de sus miserias intrascendentes. El gran éxito de los mercaderes es haber convencido a la humanidad de que el propósito por el que estamos aquí es competir en lugar de cooperar. La  consigna del hombre contra el hombre grafica nuestro fracaso civilizatorio y como especie.

La mayor parte de la población mundial se concentra en países como India, China, Indonesia, Pakistán, Brasil, Rusia, Nigeria, Brasil, México, Indonesia, Pakistán Egipto, regímenes de facto o democracias fallidas que se distancian cada vez más del gobierno universal de los valores. Incluso EEUU. Esta realidad supone un polo a tierra para los que creen que este mundo está progresando. Los paradigmas democráticos son una ensoñación del pequeño club de sociedades “civilizadas” e ingenuas que no pasan de ser una burbuja en un planeta cada vez más fanático y belicista. Nuestro pequeño oasis de bienestar, tolerancia y modernidad ha sido una gota en el océano del planeta

En el mismo occidente se está reactivando un movimiento de rechazo y resistencia a la apertura que alumbraron los 80. Las brisas desarrollistas que impulsaron las velas del cambio han cesado. Las sociedades acongojadas son cada vez más proclives al pacto con el diablo de ceder libertad a cambio de seguridad; de entregarse sin reservas al autoritarismo protector auspiciado por los regímenes más retrógrados.  Por primera vez, una generación es consciente, por una parte, de que vivirá peor que sus ancestros, y por otra, de que el crecimiento sin límites conduce al abismo. Es el fin del optimismo… y el comienzo del miedo.

La postpandemia ha acelerado la oleada de insatisfacción ira recesión y desempleo. La creciente deuda mundial supera el 250% del PBI mundial (226 Billones USD), lo que la convierte en técnicamente, impagable. Ninguna sociedad está dispuesta a pagar el precio de la libertad y la soberanía. Pese a que época de los golpes militares se acabó, vivimos nuevos tiempos en el que se han desarrollado mecanismos asépticos de ejercicio represor del poder.  Los golpes en Europa son urdidos hoy por la mano invisible del mercado y la bolsa. Grecia capituló por un golpe financiero de la troika europea. Otros miembros de la OCDE más dóciles viven en paz romana bajo el yugo de los intereses hipotecarios y la deuda externa.

El éxito de esta contrarreforma democrática no procede de golpes de Estado de carácter militar, sino que, como dicen Levitsky y Ziblatt en su libro Cómo mueren las democracias:

 “los golpes militares y otras usurpaciones del poder por medios violentos son poco frecuentes. En la mayoría de los países se celebran elecciones con regularidad. Y aunque las democracias siguen fracasando, lo hacen de otras formas. Desde el final de la Guerra Fría, la mayoría de las quiebras democráticas no las han provocado generales y soldados, sino los propios gobiernos electos (…) En la actualidad, el retroceso democrático empieza en la urnas”.

Los poderes fácticos que mecen la cuna saben que el sistema de concentración de riqueza y poder va a conducir al colapso (pronto). Es una pirámide de Ponzi, un juego sin solución posible, una cuenta regresiva. Lo saben. Ellos sí son conscientes de que el crack está próximo y que ellos son los responsables de este con su modelo de acumulación de riqueza. Tratan de poner diques y parapetos, candados para retardar lo más posible el hundimiento. Dividir y enfrentar a la población entre sí es la mejor cortina de humo para huir hacia adelante. Incluso a costa de una guerra civil, de una guerra mundial.  Las ideologías son expresiones de la ingeniería social, constructos de laboratorio de contrainsurgencia para disolver a los colectivos y reagruparlos en torno a espejismos falsos e inocuos. Estamos todos en el mismo barco, pero pilotado por psicópatas.

El miedo ha sido digitado por think tanks e inoculado por agencias de noticias y medios informativos aglutinados quienes invocan la llamada de la tribu. Una parte de la población ha sido persuadida de que está peligro de extinción, (en este caso, los cruceños), de que hay una conspiración por acabar con su modo de vida camba, que cualquier cambio es una agresión contra el Oriente, de que la política es un asunto personal, en lugar de reconocer que la agenda la configuran los Mass Media a modo de psicosocial mediático. En todo el globo, no solo en Bolivia, hay psicosis contra el enemigo imaginario: Lo otro, el otro.

La Historia enseña que, en ocasiones sumarias, cuando se ha llegado a un callejón sin salida como civilización inmersa en sus propias contradicciones e impotencia, los cambios no los opera la voluntad humana, sino que se precipitan por la fatalidad y el caos. La Historia habla e ilustra, pero pocos están dispuestos a escuchar ante el aullido de lo que las narrativas interesadas de las redes sociales vociferan.  Nuestros sesgos cognitivos son mucho más influyentes que las hemerotecas. La posverdad  y los fake news, falsean la explicación de cómo hemos llegado hasta aquí y legitiman el curso desbocado que nos conduce a donde nunca quisiéramos llegar. Seguimos huyendo hacia adelante acongojados por la llegada de los barbaros, sin entender que los bárbaros somos nosotros.

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Gonzalo Marsá Fuentes historiador

Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor/a

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