Rezo y pan

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Una simbiosis que refleja el sincretismo aymara del entender la vida-muerte, lo terrenal y lo divino en un acto tan secular como religioso, se presenta cada año en la conmemoración de “todosantos” en el altiplano boliviano. Desplegado, como diría Zavaleta Mercado, por todo el territorio nacional en una práctica tan entrañable como es, el no olvidar. Recordar a los que partieron de esta vida, en los preparativos de un altar “mesa” llena de panes y frutas. Tenderles a las almas una escalerita de caña de azúcar, tocoros y “tanta-escalera” para que bajen a este mundo a medio día del primer día de noviembre.

Achacachi, se desborda de emociones por estos días. Su gente combatiendo el inclemente sol se desplaza por las faldas de la enorme Illampu nevada, que se asoma detrás de cada casa. La plaza central será, después de los rezos y los panes, el lugar donde se desate la alegría por el recuerdo, por la memoria, de quienes ya no están.

Poco a poco transcurre la mañana después del huayaque y se van levantando los puestos de vendedores de sombreros y más ofrendas a los muertos. La emoción estremece a los dolientes que rezan y lloran por sus “machakani” almas nuevas. El clamor mana de los cementerios polvorientos, llenos de montículos sobre los que hay incrustada una cruz de piedra.

Poco a poco, el dolor se hace rezo y pan y canto y llanto. La cerveza llega para regar las penas y borra la tristeza. Salir bailando, al son de las tarkeadas, desde el cementerio a la plaza, tomados de la mano, haciendo círculos y dando saltos al ritmo de tambores dolientes.  Es una conmemoración colectiva, que no pide ser comprendida. Es la cultura presente desde hace siglos, de las almas vivas, que resisten ambas -cultura y alma- la muerte y el olvido.

Aquí hay una bella historia que contarle al mundo. En un recorrido de todosantos, fotografié y describí emociones. Recorrí la hilera de pueblecitos que van desde El Alto hasta Achacachi, instalada en cada rincón la promesa de la vida eterna. Es el anhelo que conforma a los corazones adoloridos, es resistir a la muerte.

Campesinos engalanados con sus mejores trajes, visitaban las tumbas humildes adornadas con flores y pasancalla. La ciudad desbordada de dolientes que llegan desde otros lugares a rezar por los suyos, movidos por el amor que nunca muere.

Achacachi, epicentro del mundo aymara, me asombra por su paisaje, sus pueblos desgranados, desgarrándose a los pies de la cordillera Real, cerca del Titikaka y del río.   Fusión de historia, piedra, pueblos y un cielo inmensamente azul.

Allí estuvimos con Hugo Gutiérrez de Kala Marka, quien ha tenido que canalizar en sus canciones tanto dolor. Frente al camposanto llora a siete de los suyos muertos por covid19. En Bolivia vida-muerte es dialéctica andina, como tantos otros asuntos de su cosmovisión. Con esa tristeza y resignación ante la muerte, Hugo fue directo a una “callecita” improvisada entre las tumbas. Unas 40 rezanderas, sentadas en el suelo, exhibían las ofrendas intercambiadas por plegarias a los difuntos. Una pila enorme de alimentos donde sobresalían las tantawawas y rosquillas, dulces de muertos y panecillos de maíz. Hugo, fue una a una intercambiándoles sus panes por rezos para su mamita, por sus hermanos, su sobrino, otra vez mamita, ora su abuela y así entre rezo y pan, el sentimiento de que las almas descansan en paz

Al cementerio se llega en silencio y se sale bailando. Es una demostración de que la muerte es parte de la vida y que solo el olvido te destierra.

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Cris González Directora

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