Isabel II ha muerto, indudablemente que la conocemos porque ha sido –dicen– una de las figuras más mediatizadas del siglo XX. Su reinado, a diferencia del de sus antepasados, estuvo marcado por la era de la imagen, entonces la mayoría de la población que tiene acceso a los medios de comunicación, quieran o no, sabemos hasta de su vida íntima.
Pero ¿qué tiene que ver esta reina inglesa con los pueblos latinoamericanos? Pues, lo que ha sido la presencia del Reino Unido, o su corona, en esta Región y en el mundo. Coincido con Eduardo Bonugli, argentino, analista geopolítico, cuando dice ante la muerte de la Reina de Inglaterra: “Solo el silencio circunspecto que merece la muerte de un ser humano”, y continúa con una columna muy pertinente que circula en las redes, titulada «¡Nunca te olvidaré!». Y cito:
“Ante el fallecimiento de la Reina de Inglaterra y ante el dolor que transmiten los medios de forma abrumadora; y por coherencia con mi profunda convicción humanista y mi respeto por la vida; quiero hoy más que nunca, rendir un emocionado y sentido homenaje a los compatriotas argentinos del crucero General Belgrano, asesinados cobardemente en 1982 por este país –bajo la máxima autoridad de la hoy fallecida– que festejó sin pudor ni remordimiento, y ante la prensa de todo el mundo, semejante crimen de guerra”.
La prensa nos presenta su muerte como el hecho más lamentable de estos tiempos: “Este 8 de septiembre el mundo se detuvo por un momento ante la inesperada, aunque temida, muerte de Isabel II”. ¿El mundo se detuvo? ¿Temida muerte? Y así pasan horas de noticias, personas comunes que viven en el otro extremo de este mundo europeo, y en la calle escuchamos hablar de ello, de quién heredará el trono, quién lo merece o no, que si otra princesa debió reinar, que su hijo que le reemplazará está casado con otra persona que no es amada por el pueblo inglés, que su nieto casado con una negra gringa, quienes abandonaron el reino, etcétera.
No se discute que esta señora era la reina de un imperio colonial que nada tiene que ver con nuestros pueblos, excepto por el tráfico de esclavos, negocio del cual la monarquía inglesa lucraba, y que jamás salieron a pedir perdón por aquella barbarie. Gran parte de las raíces de mis compatriotas fueron traídos a América en barcos del Reino de Inglaterra para ser vendidos como esclavos, por comerciantes y piratas que trabajaban para la reina o rey de ese país, en siglos pasados. Ella es heredera de una trágica impronta que los sostiene aún en el juego de tronos.
Inglaterra, cual pirata de este siglo, se apoderó de las reservas de oro de Venezuela, depositadas en bancos del Reino Unido, violando el derecho de un país soberano a recuperar sus recursos. Esto es un lastre para ese Reino que sigue actuando como colonizador. Tienen ocupadas las Islas Malvinas como hicieron otrora en el Caribe, que Pinochet se salvó de la cárcel porque estuvo en London Clinic, y así un largo y triste etcétera. No son hechos que causen revuelo ni son expuestos por la prensa hasta que la gente los haga suyos, como debería ser, en mi opinión y por dignidad.
Hago esta columna como un llamado a la reflexión, hay que pararse ante el mundo desde nuestra identidad y soberanía, tal vez un combate a la colonización mental de la cual muchos y muchas en estas tierras lamentablemente sufren.
La monarca deja una fortuna multimillonaria en joyas, propiedades y recursos que poco sabemos de cuál es su origen, ni siquiera alcanzamos a dimensionar esas cantidades en nuestra mente. Fortuna hecha a costa de los saqueos antiguos y actuales del mismo Imperio inglés en África y América, la India, Pakistán, parte del Caribe, las Islas Malvinas, y un largo etcétera de saqueos y genocidios heredados. No digo que este personaje fuera culpable directamente de lo que pasó hace siglos. No. Pero sí que es parte de una sucesión monárquica que nada de bueno ha dejado al mundo , pero sigue siendo disfrazado por un sistema que sostiene esas y otras injusticias y mentiras. Mucho que analizar.
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Cris González Directora