La patria grande

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Antiguamente los indígenas la llamaban Abya Yala. Pero la invasión europea se lo llevó todo por delante e impuso sus lenguas, su cultura y hasta el nombre del continente. En los primeros tiempos de la cruel conquista se refirieron a lo que aquí consiguieron como El Nuevo Mundo, Las Indias, la Nueva España, la Vera Cruz, las Indias Occidentales para distinguirlas de las Indias Orientales, situadas en Asia; los pueblos indios, hasta que se dijo: ya está bueno e inventaron un nombre: América. Lo del nombre es un misterio porque se dice que se creó en honor a Américo Vespucio, uno de los tripulantes de los navegantes invasores, cuando la lógica indica que ha debido llamarse Colombia o algo parecido, si tomamos en cuenta que el jefe conquistador era un tal Colón.

Quizás la clave está en que Américo Vespucio, era más conocido por la publicación de sus cartas. Su pluma lo hizo famoso. Colón, en cambio, termina derrotado y desconocido. En Santo Domingo (La Española) fue encadenado junto con su hermano Bartolomé y enviado de vuelta a Castilla. Regresó vencido y pasó sus últimos días olvidado en el monasterio de Las Cuevas, en Sevilla.

Más adelante fueron apareciendo otros nombres: Iberoamérica, para abarcar a España, Portugal y América; Lusoamérica, para acercarnos a Portugal; Hispanoamérica, Indoamérica; Panamérica, en el vano intento de juntar la región con Canadá y Estados Unidos; Suramérica y Sudamérica.

Cada denominación se corresponde con una definición geopolítica. Cuenta García Canclini (2004) que Pedro Henríquez Ureña, creó la noción de una América hispánica; Germán Arciniegas, sugirió la posibilidad de una América indo-española. Simón Bolívar, en la Carta de Jamaica, documento de 1815, se refiere indistintamente a América y el Nuevo Mundo. Todavía no se usaba la expresión América Latina. Esta denominación vino poco tiempo después, en el mismo siglo XIX. Esta fue una creación de los franceses.

El primero en usar este nombre fue Michel Chevalier. Para Francia, la idea de una América Latina tenía un valor político, económico y geográfico. Buscaban crear un contrapeso a los nórdicos de origen anglosajón y protestante que le colocaban trabas y obstáculos, para impedir su influencia en la región.

En ese afán se anota la aventura emprendida por el archiduque Maximiliano de Austria, quien se convirtió en emperador de México (1862-1865). Alegando una deuda de México, durante el gobierno de Benito Juárez. España, Francia e Inglaterra, reunidos en Londres, el 31 de octubre de 1861, acordaron intervenir en tierras aztecas e imponer el dominio europeo. Este intento fue liderado por Francia que buscaba contrarrestar la influencia que ya mostraba Estados Unidos. Así, aprovechando la Guerra de Secesión en ese país, los europeos dan el paso e instalan a Maximiliano y restauran el sistema monárquico, con “un príncipe católico”. Así se explica la designación de un aristócrata europeo como emperador de México y su residencia en el Castillo de Chapultepec. El experimento generó sufrimientos al pueblo mexicano, pues las tropas militares francesas intentaron someterlo, pero no pudieron. La resistencia avanzó contando con el liderazgo de Benito Juárez y la aventura llegó a su fin, y Maximiliano primero fue detenido y luego fue fusilado.

El socialista chileno Francisco Bilbao, usó el término América Latina en una conferencia que dio en 1865. Ese mismo año el colombiano José María Torres Caicedo mencionó el nombre en el poema “Las dos Américas”: “La raza de la América Latina/ al frente tiene la sajona raza. / enemiga mortal que ya amenaza/ su libertad destruir y su pendón”.

En Estados Unidos, en tiempos actuales, utilizan dos expresiones: hispano y latino, para referirse a la creciente comunidad latinoamericana que allá vive. Son palabras que se mueven con inseguridad o no alcanzan para nombrar esta nueva realidad, que ya registra a más de 40 millones de “hispanoparlantes” o hablantes del castellano.

Como se ve en este recorrido de denominaciones, no tenemos un nombre –el nombre- que nos represente y sobre todo que nos dé una nítida identidad. Se me ocurre que el nombre América Latina es el más difundido en esta época; de allí se deriva el término latinoamericano, también muy difundido. Es el más aceptado cuando se quiere nombrar a este vasto universo que va de México a la Patagonia.

Sin embargo, tampoco es suficiente. Con frecuencia se le asocia con el de Caribe, para intentar cubrir a toda esta geografía de saberes, sabores y sensaciones. Esa suma, América Latina y el Caribe, reúne a casi 50 países o estados, algunos todavía limitados a la condición de colonia o semicolonias, como es el caso de Puerto Rico y su sometimiento por Estados Unidos; Islas Malvinas invadidas por Inglaterra; Islas Vírgenes e Islas Vírgenes Británicas también colonizadas; las colonias que mantiene Francia en Guadalupe y Martinica; en su caso mantiene colonias bajo los sutiles nombres de departamentos de ultramar y colectividades de ultramar, como sucede desde 2007 con la preciosa San Bartolomeo y media isla de San Martín, justamente donde habita la mayoría negra.

Bolívar, buscó ponerle nombre a este universo, con la claridad de quien sabe que necesita identificar un proyecto político, para evitar dudas y confusiones. Su palabra la dejó dicha en la Carta de Jamaica: “Nosotros somos un pequeño género humano; poseemos un mundo aparte, cercado por dilatados mares (…) no somos indios, ni europeos, sino una especie de mezcla entre los legítimos propietarios del país y los usurpadores españoles”.

En tiempos recientes, en la medida en que han surgido movimientos políticos y sociales favorables a la independencia y la soberanía, en algunos países, ha resurgido la propuesta de una patria grande, que nos reúna y nos identifique.

La insurgencia de nuevos líderes, Hugo Chávez y Rafael Correa, en Ecuador, han hecho posible que se vaya expresando un nuevo pensamiento y un acercamiento que se ha podido sellar en acuerdos que propician la integración política y económica, dando lugar a organismos latinoamericanos como la Celac, ALBA e incluso han llevado ese debate al Mercosur.

La propuesta de una patria grande, para fortalecer las posibilidades de hacer frente a las dificultades y retos, viene de la época de la lucha por la independencia. José Artigas, utiliza el término y el argentino Manuel Ugarte, lo popularizó con la publicación de su libro “La patria grande”, en 1922. Allí reúne una serie de discursos que promovían y animaban la unión del continente.

La tarea sigue inconclusa. Estados Unidos mueve los hilos de la desunión y la discordia para mantener viva su influencia de lo que considera, todavía, su patio trasero. No es fácil decir por dónde vamos. Conviene citar a Rulfo y su esperanza. “Uno ha creído a veces, en medio de este camino sin orillas, que nada habría después; que no se podría encontrar nada al otro lado, al final de esta llanura rajada de grietas y de arroyos secos. Pero sí, hay algo. Hay un pueblo. Se oye que ladran los perros y se siente en el aire el olor del humo, y se saborea ese olor de la gente como si fuera una esperanza. Pero el pueblo está todavía muy allá. Es el viento el que lo acerca”.

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Orlando Villalobos Finol Periodista venezolano y/ profesor de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad del Zulia

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