Al verla allí en el despacho, que a la vez servía de biblioteca, toda descompuesta ella, Benedicta la criada le espeta a Doña María Leonor… ¡Guarra!, eso eres. Fuerte palabra portuguesa en la narrativa de un joven escritor, de apenas veinticuatro años de edad, que escribía su primera novela de lo que sería una prolífera producción literaria, que lo llevaría a ganar el premio Nobel de Literatura en 1998. Se estrenaba así, José Saramago, en el duro y complicado mundo de la escritura, de la narración que cuenta historias verosímiles e inverosímiles para el deleite de quienes hemos leído la casi la totalidad de la obra de este escritor comunista y, para más señas, ateo, como lo confesaría en una entrevista.
En “La viuda”, desde la primera página se presienten cosas. Se adivina que la tragedia estará presente. Hasta el nombre de la finca donde ocurre la historia es un indicador que el joven escritor tenía madera de sobra. Una “Quinta Seca” puede significar que allí nunca llovía o que allí nadie lloraba de verdad, que todo era fingido, aunque las almas ardieran en una trama de pasiones diversas. La novela inicia con la muerte, tema que en años posteriores será desarrollado por Saramago en su novela “Las intermitencias de la muerte” desde otras perspectivas.
Esa muerte del marido causa dolor en la viuda que la envuelve en soledades frías que luego se tornarán calenturientas. En lágrimas portentosas que se acumulan en sus párpados y que se detienen como pensando si rodar o no por las pálidas mejillas de aquella hermosa mujer cubierta de telas negras de finos bordados, que le ponían rígido el cuello y le resaltaban las caderas y le ponían más puntiagudos los pezones de las tetas, que no pasaban desapercibidos para la peonada de la finca que en cada azadonada que daban a la tierra, levantaban la mirada para contemplar a la patrona que se paseaba entre los maizales.
En la novela de Saramago, está presente el campo descrito en detalles, capaz de sentirse la brisa invernal que corre por entre los frondosos abedules y que se revienta en la cara de Jerónimo, el tosco mayoral desdentado y medio calvo que luce un viejo sombrero hediondo a sudor y a tabaco. El campo sembrado de trigo que lo convierte en un prado dorado, donde la peonada semeja puntos oscuros que van aclarándose en cada siega, en cada corte, separando las débiles plantas de la tierra fértil. El agua fresca que corre entre las piedras, formando burbujas que beben los peces mansamente. Esta novela que fue publicada inicialmente solo en idioma portugués en 1947 sale a la luz, por primera vez en castellano, setenta y tantos años después. Por la primera edición, su joven autor no recibió ni un escudo por ella. Se contentó con saberse y verse publicado. Seguramente brincó de fiestas al ver sus letras impresas y olorosas a tinta. Hasta el título original de la obra, “A viúva” el editor se lo cambió y la llamó, arbitrariamente, “Terra do pecado”.
Claro, en ese tiempo, Saramago era “un don nadie”, un muchacho que se ganaba la vida como escribiente de los servicios administrativos de los hospitales civiles de Lisboa y que había trabajado como aprendiz de cerrajería mecánica en los talleres de esos mismos hospitales. Un joven inquieto, que a su edad ya se había leído todos los libros de la biblioteca municipal del Palacio de Galveias. Para ese tiempo, Saramago ya estaba casado y tenía una hija a la que le puso el nombre extraño de “Violante”. Así de raros serían llamados luego muchos de sus personajes. Desde “La muerte de Ricardo Reis” hasta “Claraboya”, su novela póstuma, en Saramago desfilan elefantes que hacen viajes interminables, ciegos que tropiezan tras padecer una ceguera blanca, electores lúcidos que se niegan a votar por corruptos, una Lisboa cercada y Pessoa caminando por sus calles, una barca de piedra que deambula por los mares repleta de personas incrédulas y temerosas, un viejo luchador comunista levantado del suelo que resiste a la tortura y se muere de viejo, un Abel destrozado por su hermano Caín que nos marcó para siempre en la frente la señal de la maldad, los evangelios contados según un Jesucristo muy saramaguiano que causó escándalos, un hombre duplicado que se observa en sus sombras como señalándose y acusándose, una muerte sensualísima que decide transfigurarse en hermosa mujer y salir a buscar el amor y dejar de ser fría y cadavérica. Todo eso vino después de esta “Viuda” que vive encerrada, como presa, en su enorme casa, que se pasea triste por los pasillos seguida por un enjambre de criadas que cuidan de ella y de sus dos hijos y que no le permiten ningún desliz, aunque las ganas le chorrean por sus piernas que temblorosas, caminan dando pasos inciertos.
Adánico se muestra Saramago en esta, su primera novela. En ella sale a descubrir y descubrirse, a sí mismo. Quiso iniciar con un trago fuerte, su andar por el mundo de las letras. Este heredero de Camões y de Pessoa entrega al editor su ópera prima, la historia de una mujer que ha de enfrentarse a la vida al dejar de estar casada y convertirse en una viuda, apetecida, observada y observante, enfrentada a las costumbres rígidas de una sociedad burguesa y pacata que no perdona y que, por el contrario, condena de manera implacable. “Vivir, ya te lo he dicho, es una operación sencilla, que la sociedad, las convenciones, la maldad de los hombres complican a diario con emociones, sentimientos, disgustos, esperanzas, desilusiones y tristezas. Por desgracia es así y no puede dejar de serlo. Pero nos queda el consuelo de que, muchas veces, de nuestras tristezas nacen la alegría de los demás. Somos como un escalón en el que apoyan los pies aquellos a los que ayudamos a vivir”, así habla Saramago a través del Dr. Viegas, el médico que cuida que “La viuda” no enferme y que, si ocurre, se cure de todo y por todas las formas y maneras. Una novela donde va a quedar para siempre la condición de ateo de su autor al preguntarse ¿Quiénes somos y qué somos en verdad, ¿qué hubo antes de nosotros, ¿qué vendrá después? La voluntad de Dios sí se discute, los hombres justos se mueren como también los malos. Lo único que sé es que no sé nada, afirma “La viuda” en una de las páginas. Tal vez algún día lo sepamos, se responde, pero entonces será demasiado tarde.
_____________________________________________________________
Félix Roque Rivero Abogado venezolano
Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor/a