La solidaridad es un principio medular en el Derecho Humanitario Internacional que se convierte en la hoja de ruta para pueblos en donde los derechos humanos son terriblemente conculcados, violados y pisoteados por el imperialismo norteamericano e internacional.
Afganistán hoy es la expresión de cuarenta años de constante y permanente asedio, ocupación por el oenegenismo estadounidense que vive de la guerra y sus Complejos Militares-Industriales para generar conflictos y posteriormente acudir con su denominada ayuda humanitaria, a la que subyace el vandalismo, saqueo y ocupación, que no solo destruye la soberanía de los pueblos, sino que además somete a la población civil a las reglas de las fuerzas ocupacionistas, en donde imperan las doctrinas y planes mortecinos imperialistas.
La salida de Afganistán de las tropas de ocupación de Estados Unidos y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), el brazo armado de la Unión Europea de impronta y génesis de la guerra fría, deja una enorme data de víctimas mortales, violaciones a los derechos humanos de personas civiles fundamentalmente de niñas y mujeres libres, que fueron convertidas en trofeo de guerra de los ejércitos de ocupación y de los talibanes.
No creemos que sea un tema de carácter religioso, como se pretende y se está haciendo una lectura ambigua, prejuiciada, epidérmica, acelerada, misma que está descontextualizada de la cruda realidad del pueblo afgano.
En Latinoamérica y el mundo durante décadas los titulares, las discursivas y narrativas de la gran estructura transnacional-massmediática-corporativa ha posicionado que el Superman norteamericano salva y limpia la tierra de bandidos, terroristas y malvados, cuando son ellos los expertos en invadir pueblos, ocuparlos, atizar conflictos y a cambio empeñar sus recursos naturales.
Si los pueblos no están en sus cánones y modelo de democracia, en sus lógicas y dialécticas de subversión política e ideológica se convierten en un firme objetivo y enemigo ha exterminar y eliminar.
Ergo, hay que decantar el agua estancada, putrefacta y contaminada, que corre bajo sus macabras y mortecinas ayudas humanitarias.
Empero, debe decirse en voz bien alta, sin ninguna duda al respecto, que los talibanes son una creación de la injerencia norteamericana y de la OTAN, a ese ocultamiento subyacen enormes intereses geopolíticos y geoeconómicos fallidos; después de cuatro décadas de financiar una fratricida guerra con alarmantes datas y perseguir a supuestas células terroristas creadas y construidas a imagen y semejanza del imperialismo norteamericano y europeo.
Hollywood creó a Rambo, copia de los ejércitos mercenarios invasores, que pisotean la paz y la vida, la dignidad, soberanías de los pueblos, pero el empobrecimiento del pueblo afgano se ha incrementado, mientras su desarrollo se estanca. Cuántas décadas tendrá que seguir sometido a las políticas injustas, insensibles e inhumanas de un imperialismo tremendamente golpeado por una crisis estructural sistémica, que tiene su sustento económico en una carrera y maquinaria de larga data como es la guerra.
Talibanes y el denominado Estado Islámico (ISIS), son hechura y cuña del mismo palo apolillado, patriarcado, misoginia, machismo el producto en contra de un pueblo sometido durante cuatro décadas al terror y en cada mujer o niña afgana, su cuerpo violentado, fue convertido en fetiche, en la propiedad sometida al ejército invasor y mercenario.
En ese contexto surge la habilidad y estrategia del imperialismo norteamericano para introducir en Venezuela 4 mil mercenarios entrenados en Colombia.
Allí están siete bases militares norteamericanas, el Comando Sur yankee, y los mismos socios y coidearios de la OTAN, la CIA y el Mossad sionista, desestabilizadores que intentan invadir al digno pueblo Bolivariano venezolano, que hace rato resiste en contra de la injerencia del imperialismo norteamericano e internacional.
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Luis Ernesto Guerra Analista político y activista de Derechos Humanos
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