Mis fotos con Chávez están en la retina

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Yo estaba yendo de viaje a un pueblito de Anzoátegui que se llama Valle Guanape, habíamos ido a buscar a su casa a una de las amigas que iría a una presentación de teatro con nosotras, estábamos cargadas de vestuarios maquillajes y las mochilas llenas de todo, de la vida.

Ahí fue la primera vez que vi a Hugo Chávez en persona, estaba recién salido de la cárcel y venía por esa barrida popular en la que se instaló a vivir un tiempo entre Barcelona y Puerto la Cruz, llamada Tronconal, aquel barrio combativo que estuvo con él en su primera campaña…

Yo no sabía por qué era el escándalo, me acerqué a la gente que estaba rodeándolo y de inmediato reconocí a aquel hombre y le grité Cháveeeezzzz, y así sería ese grito que él se acercó a nosotras, a las jovencitas que miraban admiradas la fuerza que transmitía. Le dije contenta: hace un año te enviamos, con el pintor Juan Loyola, a la cárcel un libro firmado. Le tocamos las manos, lo abrazamos felices, le dijimos que significaba pueblo y que nos veíamos en él.  Chávez sonrió y agradeció. Nos pidió que votáramos por él, pero yo aún no tenía la edad para ejercer ese derecho. No hubo ni una foto, en aquel momento los celulares eran alcanzables solo para la gente que tenía plata, nosotras estudiantes, qué íbamos a tener cámara o celular ¡nada! Lo llamaron los compañeros que le acompañaban para que continuara la marcha. Nos invitaron al acto que harían en la noche en Tronconal V, pero ya estábamos rumbo al Valle.

Unos años después, viviendo en Caracas, y con Chávez presidente, estuve en todas las marchas de apoyo, miraba desde lejos las tribunas, me jactaba que yo conocía a Chávez y la gente me decía: “pa´ ve las fotos” y ahí ni modo, cállate negra que tú no tienes pruebas. Oí todas las arengas, marché los miles de kilómetros que nos marcaron, estuve en la defensa de aquel abril cuando la derecha intentó voltearnos la revolución. Conformamos un grupo de jóvenes artistas, nos presentábamos en las plazas haciendo performances en defensa de la revolución denunciando la cara de esos bandidos, así nos metimos en los espacios que ellos habían secuestrado al pueblo durante tantos años.

En la marcha que iba desde Petare al centro, para decir que sí hubo Golpe y no un “Vacío de Poder” con el que quisieron justificar, creamos unas cabezas de moscos gigantes, con la cara de los magistrados corruptos de aquella época, girando alrededor de una plasta (de heces) que hacía las veces de la justicia.

Varias veces lo vi de cerca, la emoción más grande era poder tocarlo y abrazarlo, nunca pensé tomar una foto, yo solo pelaba los ojos cuando él caminaba entre la gente, cuidándolo que nadie quisiera lastimarlo, pero ¡qué va!, la gente lo quería tanto, era mí propia emoción exacerbada y multiplicada en otras personas. Lograba despertar un no sé qué insólito, como si todos los sentimientos se juntaran, yo podía reír, llorar, aprender de todo, entrar en cólera contra la derecha que nos mantuvo sumisos, arrodillados de hambre tantas décadas y que quería seguir chupando a la Patria. De aquellos encuentros siendo públicos, ni una foto, solo las reuniones con mis amigos y amigas donde les contaba: toqué a Chávez, me dio la mano, eso era la felicidad absoluta.

En 2005, tras superar unos inconvenientes personales, busqué trabajo en Miraflores, llegué ahí de forma fortuita, reconozco que fueron los mejores años de mi vida laboral y militante, no podía creer la cantidad de veces que estuve cerca de Chávez, yo era parte del equipo de trabajo de ese gigante, por lo cual las fotos eran solo cuando a veces se rompía el protocolo, seguía andando sin cámara ni celulares y aquellos momentos fueron fugaces para los lentes fotográficos.

Muchas anécdotas, en especial recuerdo una en Falcón finalizando un acto estudiantil; Chávez se retiraba, la juventud comenzó a llamarlo. El Comandante, cuando estaba contento, no aguantaba una petición así y regresó a saludarles desde arriba de la rampita por donde debía salir, yo justo estaba ahí, se agachó, puso su brazo en mi hombro y extendió la mano. Se vino una avalancha de gente hacia los dos, le querían arrancar el brazo para bajarlo otra vez, casi le rompen la camisa y él sonriendo les decía: muchachos me tengo que ir a otro acto, yo no decía nada pues recibí tantos golpes de todas esas personas, unas empujándome al punto de que me sacaron el aire, pero la emoción de su mano en mi hombro y la adrenalina borraron todo lo malo.

Con mis amigas y amigos organizamos un comité de cumpleaños de Chávez, en esa época él estaba aún por estos lados y nosotras nos empujábamos a Miraflores a hacer la fila de señoras y señores que le llevaban la torta al Comandante o, a veces, nos reuníamos en la casa de alguien a cantar a galillo suelto el Bella Ciao y el cumpleaños feliz. Hoy ya no tanto porque invade ese halo de nostalgia de su ausencia física.

En estos 67 años de Chávez, yo puedo decir que los aprendizajes han sido muchos, que los cuentos y las historias, se quedan aquí cerquita, de las fotos en papel si acaso solo hay una, el resto de ellas vagan diariamente en la memoria y eso sí confirmo, están más vivas que nunca en mi retina.

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Nahir González Correo del Alba

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