China, de Mao Zedong a Tiananmén

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El 1 de julio se cumplieron 100 años de la fundación del Partido Comunista Chino (PCCh), en 1921. Nueve años después de la abdicación del joven emperador Pu-yi, y en momentos en que el milenario imperio era salvajemente saqueado, humillado y reducido a un patético simulacro de nación.

Lo que hicieron en la China las presuntamente “civilizadas” naciones de Europa, más Estados Unidos y Japón, es horrorosamente peor que cualquiera otra conquista realizada en toda la Historia de la Humanidad.

Si Ud. quiere un relato objetivo y realista de lo que fueron las acciones perpetradas en China por Gran Bretaña, Francia, Alemania, Japón, Estados Unidos y la Rusia zarista, le recomiendo leer el libro Los Últimos Días de Pekín, escrito por el famosísimo periodista francés Pierre Loti, quien estuvo presente en los acontecimientos cuando las ocho naciones más poderosas del mundo, todas juntas, atacaron a China para aplastar la rebelión de los bóxers que apoyaban a la emperatriz viuda Ci Xi contra los abusos y la insolencia occidental.

Esos rebeldes eran llamados bóxers porque eran karatecas prácticamente desprovistos de armas modernas y a menudo peleaban solo con sus puños. Oiga, y el periodista Pierre Loti solo describe lo que vio, con una objetividad aterradoramente imparcial.

Entre los detalles repugnantes que menciona, describe cómo, por ejemplo, en los saqueos a las casas por los triunfantes soldados europeos, estos a menudo llegaban a abrirle el vientre a las mujeres para examinar sus intestinos, por si se hubieran tragado alguna joya valiosa.

Y cómo, tras una semana de la victoria de los aliados, todavía los perros vagos devoraban cadáveres humanos en las calles.

¿Qué tal punto de partida para la China moderna?

La fundación del PCCH fue organizada por los jóvenes dirigentes Mao Zedong, Chou En Lai, Chen Duxin y Li Dachao, todos de menos de 30 años, y se basó tanto en la teoría económica y social de Marx como en la estrategia desarrollada por Trotsky en la cruenta guerra contra los zaristas que eran apoyados por Estados Unidos, Japón y Europa Occidental, y que culminó en 1922 con el triunfo de la Unión Soviética.

Pero, a diferencia del comunismo soviético, que se apoyaba principalmente en los trabajadores industriales, Mao logró formar sus más fuertes bases con los jóvenes campesinos.

Inicialmente, los comunistas adhirieron a la formación del gobierno republicano que encabezaba Sun Yatzen. Y, a la muerte del presidente Yatzen, el general Chiang Kaishek, con apoyo de los comunistas, asumió el poder en enero de 1926.

Pero el 12 de abril de 1927, inesperadamente, Chiang Kaishek lanzó un ataque de exterminio contra los comunistas y los que pudieran ser simpatizantes u opositores a su Gobierno. En un año de purga anticomunista fueron asesinadas más de 300 mil personas. Y se hizo mundialmente famosa la frase de Chiang Kaishek que dice “prefiero matar por equivocación a mil inocentes con tal de que ni un solo comunista se me escape”.

Los comunistas huyeron de las ciudades y encontraron refugio en el campesinado, ante lo cual el general Chiang Kaishek inició la Guerra en los Campos Centrales, que solo durante el año 1930 dejó un saldo de 250 mil muertos en combate.

Ya en 1934, una fuerza de 800 mil soldados de Chiang Kaishek parecía a punto de acorralar a las fuerzas comunistas. Fue entonces que Mao Zedong tomó el mando del Ejército rojo y dio comienzo a la llamada “Larga Marcha Revolucionaria”, en que sus fuerzas lograron envolver y lanzar breves y destructivos ataques contra las tropas de Chiang Kaishek.

En tanto, las tropas anticomunistas se abastecían requisándoles a los campesinos la totalidad de sus cosechas y sus animales. Entre un millón y medio y dos millones y medio de campesinos, familias enteras, murieron de hambre entre 1935 y 1936.

En diciembre de 1936, varios generales nacionalistas optaron por detener a Chiang Kaishek, para instarlo a que parara su guerra anticomunista y en cambio buscará pactar una alianza con los rebeldes para enfrentar al Ejército japonés, que se había apoderado de Corea y de Manchuria, y ahora amenazaba invadir el resto del territorio chino.

Chiang Kaishek fingió acceder, pero luego hizo arrestar a los generales, que de inmediato fueron fusilados, reanudó sus esfuerzos contra el Ejército rojo, al cual ahora estaban respaldando también los budistas del Tíbet.

Tras la derrota del Japón en la Segunda Guerra Mundial, Chiang Kaishek, con aprobación de Estados Unidos, hizo que un importante número de militares japoneses se quedaran en China, en calidad de mercenarios anticomunistas, hasta 1947.

En tanto, el Ejército rojo, de Mao, comenzó a recibir apoyo de la Unión Soviética, en abastecimientos y armas, lo que permitió a los comunistas iniciar un contraataque de tremenda eficacia, derrotando en cada batalla a las fuerzas de Chiang Kaishek.

Un gran número de militares del Ejército republicano optó por desertar para ir a unirse a los comunistas, y, en 1949, Chiang Kaishek finalmente se dio a la fuga a la isla de Taiwán, llevándose un tesoro de 200 millones de dólares de esa época, equivalentes a unos 200 mil millones de dólares de hoy, pertenecientes al gobierno de China.

Ya en Taiwán, el 1 de marzo de 1959, el general Chiang Kaishek se hizo designar Presidente de China, y fue dócilmente reelegido en Taiwán en 1954, 1960, y 1966, imponiendo una dictadura que prohibía la existencia de otros partidos políticos. Manteniendo su obsesión anticomunista, durante los primeros años de su gobierno hizo torturar y “desaparecer” a unos 30 mil intelectuales taiwaneses que habían mostrado alguna simpatía hacia los comunistas.

A su muerte, el 5 de abril de 1975, su hijo, Chian Ching Kuo, jefe de la Policía taiwanesa, asumió como presidente hasta 1978.

Tras la derrota de Estados Unidos en su intento de ocupar Corea del Norte, en 1950, por la intervención del Ejército chino comunista, el respaldo de Washington al Gobierno de Taiwán fue intensamente reforzado en términos de desarrollo tecnológico y económico, con un trato de “República Independiente”, a pesar de que el propio Chiang Kaishek había sostenido que Taiwán era parte de China.

En ese contexto histórico, el PCCH cobró todas las características de un ejército en pie de guerra. Y de hecho la organización política y administrativa de toda China quedó estructurada como un organismo militar.

Durante todo el gobierno liderado por Mao Zedong, China se mantuvo en el régimen que la revolución marxista-leninista llamaba “dictadura del proletariado”, que derivó, en 1966, en la llamada Revolución Cultural, encabezada por la esposa de Mao, Jian Qing, y el dirigente Lin Biao, que proponía eliminar todo resto de la cultura tradicional china y del capitalismo.

En ese proceso se formaron las llamadas Guardias Rojas, que impusieron una ola represiva, extremadamente brutal, contra intelectuales y personas relacionadas a la milenaria tradición espiritual y filosófica de China.

Pero, en 1976, Mao Zedong quitó su apoyo a su esposa y al líder Lin Biao, y en cambio respaldó a los dirigentes moderados Chou Enlay y Hua Guofeng, quienes pusieron fin a la Revolución Cultural y desarticularon a los Guardias Rojas. Tras la muerte de Mao, ese mismo año, estos nuevos dirigentes pusieron en prisión a la viuda del Mao y sus tres principales colaboradores, llamados La Pandilla de los Cuatro, el 6 de octubre de 1976. Con eso, el PCCh iniciaba la difícil y enorme tarea de conciliar la urgente necesidad de reformas políticas y económicas con la evolución de su propia doctrina para adaptarla a la transformación de toda la civilización humana a nivel mundial, en términos de economía, tecnología y desarrollo social a partir de una renovación educacional.

En 1978, el nuevo líder máximo de China, Deng Xiaoping, anunció el inicio de una nueva etapa del gobierno comunista que llamó “De Reforma y Apertura”.

“Nuestros sistemas políticos y sociales deben estar siempre en evolución, según cambia la sociedad, la economía y el planeta mismo”

Este giro en la conducción del comunismo chino era coincidente con el progreso del reformismo en el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). Y ciertamente provocó reacciones exasperadas en dos extremos radicalmente opuestos.  Un lado, los que consideraban que las reformas ponían en peligro el espíritu revolucionario del comunismo, y, por el otro, los que aspiraban a acelerar explosivamente las reformas.

Las tensiones se acumularon, tanto en China como en la Unión Soviética, con resultados diametralmente opuestos. En 1989, el presidente Mijaíl Gorbachov enfrentaba ya la descomposición de su gobierno por efecto de las oligarquías internas enquistadas en el Partido Comunista, como lo denunció en su libro La Perestroika, y que derivaría finalmente en la desintegración de la Unión Soviética.

Y en China, entre junio y abril del mismo año, estalló una heterogénea protesta por las reformas iniciadas por el gobierno de Den Xiaoping. Protestas que reunían a dos grupos totalmente opuestos entre sí.

Por un lado, el sector opuesto a las reformas liberalizadoras, que consideraban eran excesivas y contrarias al espíritu revolucionario. Y, por el otro, los que consideraban que las reformas eran insuficientes e iban demasiado lentas.

Desde el 15 de abril hasta el 14 de junio de 1989, un número creciente de personas, en su mayoría jóvenes, fue atrincherándose en la Plaza Tiananmén, de Beijing, llegando ser una multitud estimad en más de 100 mil personas.

Desafiando las llamadas del Gobierno, las protestas aumentaron en intensidad y produjeron incidentes de violencia cada vez mayor, hasta que el Gobierno les dio el ultimátum de desalojar la plaza bajo amenaza de ser desalojados por la fuerza.

Desoyendo al Gobierno, la situación derivó en desafío frontal a las autoridades y Deng Xiaoping ordenó el desalojo mediante fuerzas militares.

Se produjo un breve enfrentamiento en la plaza misma, que derivó en varios choques menores en las calles adyacentes. La represión militar llegó a momentos en que abrió fuego contra los rebeldes.

El dramático saldo de esa violencia fue de 180 a 500 muertos, según cifras oficiales del Gobierno, que coinciden con las cifras calculadas por los propios Servicios de Inteligencia de Estados Unidos presentes en Beijing.

Sin embargo, la narrativa antiChina ha especulado sobre miles y decenas de miles de muertos, sin dar fundamento alguno a tales terribles cifras.

Asimismo, el relato sobre un joven solitario que se puso frente a la columna de tanques que avanzaba hacia la Plaza Tiananmén se limita a aplaudir el coraje del muchacho, omitiendo el hecho de que los tanques se detuvieron. Es decir, la fuerza militar china contrastó tremendamente, por ejemplo, con la fuerza militar de Israel en la Franja de Gaza, Palestina, el año 2003, cuando la joven estadounidense Rachel Corry se paró frente a las motoniveladoras del Ejército que avanzaba a demoler una vivienda de palestinos. Las motoniveladoras no se detuvieron y una de ellas pasó por encima de la joven, haciéndola pedazos.

Revisar el proceso histórico del comunismo chino que el pasado 1 de julio cumplió 100 años, apunta a comprender que estamos ante una realidad política, económica y social que está viva, y por lo tanto es capaz de evolucionar.

La prensa antiChina nos entrega una narrativa que enfatiza el poder de un Gobierno unipartidista sobre cada uno de los mil 400 millones de habitantes. Pero no lo comparan, por ejemplo, con la instalación de miles de cámaras de vigilancia en las calles de Estados Unidos, dotadas de dispositivos de reconocimiento facial y con capacidad de identificar a una persona a 200 metros de distancia, y eso bajo la figura de prevenir delitos y posibles acciones terroristas.

¿No es eso un espionaje permanente sobre lo que hace cualquiera persona en la calle de cualquier ciudad de Estados Unidos?… La semana pasada, un fallo de la Corte Suprema prohibió la aplicación de una ley aprobada por el parlamento de California, que obligaba a los candidatos que se presentaran a elecciones a revelar qué empresas y qué personas financian sus campañas electorales.

Es decir, se niega el derecho de los ciudadanos a conocer los niveles de endeudamiento ético de los políticos con los financistas privados que compran los resultados electorales. ¿Es eso democrático?

No se trata ni de culpar ni de disculpar a un sistema político frente a otro. Más bien se trata de comprender que todas las propuestas y sistemas políticos y sociales son estructuras que pueden y deben mejorarse permanentemente. Es decir, todos nuestros sistemas políticos y sociales deben estar siempre en evolución, según cambia la sociedad, la economía y el planeta mismo.

En Estados Unidos, en estos momentos, se hace sentir el final de toda una época y el peligroso surgimiento de una nueva realidad política, económica y social. Y ese proceso de cambio es una forma de evolución que trae más buenas promesas que oscuras amenazas.

Por ejemplo, ya en varios estados de la Unión se está aplicando un sistema electoral en que los ciudadanos ya no votan por un candidato de su predilección. Ahora tienen que votar por todos los candidatos que postulan.

Si, supongamos, hay cinco candidatos a un cargo, los electores tienen que votar por los cinco, pero poniéndole una nota de uno a cinco cada uno. Y al hacer el escrutinio, se registra el número de menciones que cada uno acumula.

Por ejemplo, un candidato puede reunir mayoría de votos como primera opción, pero otro candidato puede reunir una mayoría superior de votos como segunda o tercera opción. ¿Se fija Ud.?…

Con ello, se busca crear la posibilidad de que la voluntad de los electores no se limite a ganar o perder con un candidato, sino que se extienda a segundas o terceras alternativas que en realidad respondan mejor a los intereses que comparte la gente.

Por ejemplo, un candidato que tenga mayoría de 36% de votos como primera opción y solo cinco votos como segunda opción, podría perder frente a otro candidato que alcance solo 20 votos como primera opción, pero más 30 votos como segunda opción.

Y eso, supuestamente, sería finalmente más democráticamente pegado a la realidad que el sistema simple de ganar o perder sin alternativas.

Hace más de dos siglos, los economistas británicos Adam Smith y David Ricardo establecieron con mucha lucidez las bases de la economía llamada “liberal” o “economía de mercado”. Sus definiciones fueron científicamente correctas, y hasta nuestros días siguen siendo válidas.

Es notable que los mismos conceptos de economía liberal siguieran siendo válidos en economías tan diferentes como la del marxismo soviético frente al keynesianismo socialdemócrata o al neoliberalismo.

Pero lo que sí cambia es la realidad social y política en que esos conceptos se aplican. Ello, porque la economía en sí jamás podrá desligarse de la realidad humana, en sus necesidades y sus preferencias.

En estos momentos está completamente claro que el llamado “neoliberalismo con Estado subsidiario” ya fracasó completamente. De hecho, la economía mundial está siendo manipulada políticamente y también militarmente.

Entonces, ¿qué nos espera, en un futuro en que supuestamente la pandemia del Covid-19 haya sido eliminada?…

El profesor Javier Larraín, muy sólido en sus bases históricas, me hizo llegar un comentario sobre una de estas crónicas en relación a la confusa proyección política latinoamericana, en que me señala un comentario de Carlos Marx sobre la política de su tiempo.

Marx señalaba que los líderes políticos y teóricos parecían demasiado ocupados en interpretar la realidad mundial, y muy poco ocupados en cambiar esa realidad.

Ahora, señala nuestro auditor Larraín, los políticos parecen demasiado ocupados en tratar de cambiar el mundo, y muy poco ocupados en comprenderlo.

Si nos encerramos en una polaridad rígida de los supuestamente buenos con los supuestamente malos, y de lo que supuestamente es cierto contra lo que supuestamente es mentira, sin duda alguna no llegaremos más allá de la mutua destrucción de una realidad que no entendemos.

¿Recobraremos nuestro interés por pensar y conocer antes de actuar?

Hasta la próxima, gente amiga. Cuídense. ¡Hay peligro!…

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Ruperto Concha Analista internacional

Juan José Peralta Ibáñez
Fotógrafo documentalista, fotoperiodismo, naturaleza, video, música

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