Charles Baudelaire, el poeta de Las flores del mal, dejará constancia en su poesía alegórica del tiempo y la muerte. Surge así un esteticismo moderno descarnado, producto de un capitalismo en pleno apogeo. El progreso será considerado como la diosa panacea; y la riqueza, aunque desproporcionada,una forma de acceder a la satisfacción plena. Su poesía, acumulada de imágenes inorgánicas; opuestas entre sí por su cercanías. Vibraciones oníricas y sociales en ese laberinto mental. Baudelaire indispuesto a causa de un mundo ingrato le permitirá ver una óptica de lo social y comprender la descomposición de la sociedad de su momento, en aquella Francia del siglo XIX
La burguesía insurgió proponiendo a los hombres conceptos de un “cielo real” que luego se volvería añicos en sus mesas de comer y festines de explotadores.
Igual actitud de tono destemplado llevaría al joven Rimbaud, el de Una temporada en el infierno, a tomar posición como ciudadano crítico para enfrentarse a ese complejo y naciente capitalismo. ¿Cuál infierno? Dejemos que él se encargue de etiquetarlo: ”Yo me creo en el infierno, por lo tanto estoy en él. Es el cumplimiento del catecismo. Soy esclavo de mi bautismo”.
Ese concepto de infierno híbrido entre un capitalismo naciente y un mundo religioso medieval conducirá a Rimbaud a esconderse en su poesía existencial y delirante . Llegó a negar todo lo que había recibido por considerarlo falso.
Su responsabilidad pasa por aceptar de forma personal que algo había que hacer ante una asqueada sociedad. Esa sociedad que él logró retratar con su inteligencia adelantada ante los inmensos derroches de lujos y banquetes ovíparos para pocos; mientras las mayorías desplazadas merodeaban las migajas que el poder político,económico y religioso les dejaba en la distribución de la sociedad. No era para menos su molestia, luego de haber presenciado la experiencia de la Comuna de París.
Y agregamos que el joven Rimbaud se decide por el combate personal contra la clase social burguesa, y eso no se debe ni se puede hacer. No es recomendable ni saludable, porque esto no es una cuestión de tipo individual, sino social y de clases; aquí las contradicciones históricas y económicas al interior de las relaciones de producción traspasan la comprensión del ser para colocar al hombre en su justo espacio de una subjetividad viva.
Visto así, la intersubjetividad negativa en las relaciones de producción permite generar una significación nueva a sus actos humanos para trascender su ego y compartir sus sueños con los otros. La sociedad instituida para ese entonces cumplía las normas y la lógica de una fuerza externa que estaba por encima de las decisiones del hombre.
Por eso, ni Baudelaire desde el campo de lo social, ni Rimbaud a partir de lo individual, lograrán crear un cisma en esa burguesía emergente más allá de lo estético; tan solo harán apreciaciones de orden intelectual y artístico.
Castoriadis aparecerá un siglo después a tratar de desentrañar el planteamiento oculto de esos conceptos creídos, pero sin concreción en la vida real para la felicidad de la humanidad.
Así la sociedad no puede explicarse solamente desde conceptos metafísicos y aceptando a priori una fuerza externa (las relaciones de producción) que pareciera ser y lo es el nuevo orden de la sociedad que impondrá el funcionamiento de esta sociedad surgida de la producción en serie y de los conceptos propuestos de la Revolución francesa: égalité, liberté, fraternité.
Por eso, Cornelius Castoriadis sostendrá que la única salida a estas sociedades es obstaculizarle el paso desde una lógica radical. No aceptar a priori lo aprehendido, lo dado, todo lo contrario, e impedir que esa lógica etaria cuantitativista que desconoce la espiritualidad, lo imaginario y sublime del hombre debe morir por desuso. La subjetividad de lo individual debe prevalecer por encima de los números, y las mercancías.
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Luis A. Velásquez Escritor
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