¿Debe el 13 de junio ser el día del tamunangue? ¿debe ser el día del rock? ¿debe ser el día del jazz? ¿solo deben tener días nacionales los ritmos autóctonos o basta con que sean populares y queridos? ¿qué ritmo es realmente un “pura sangre” venezolano? ¡Vaya polémica! Puede que San Antonio de Padua no sea del Tocuyo sino de Lisboa y que en definitiva sea un portugués. Puede que el 13 de junio de 1970, Rafael Caldera temblase en Miraflores de rabia y de miedo al saber que una parranda de desaliñados tomaba la concha acústica, reprimiéndolos y generando un movimiento nacional de solidaridad que se repetiría cada año.
Todas estas cosas son la verdad, una parte, o al menos la verdad para algunos. Así que al final esto no es realmente importante, sino recordar que la democracia es el sistema político de las opiniones. Dice Sartori: “si las opiniones se imponen, las elecciones no pueden ser libres”, y más importante que tener razón es que el otro tenga derecho a tener opinión, sin que una perspectiva distinta sea tomada como una traición, una ofensa o que se use para señalar que existe una contradicción general con una construcción política, un sistema de valores o una postura ideológica.
Este es, de hecho, un tema apasionante porque, en definitiva, todos tenemos opiniones sobre muchas cosas, aunque no todas sean relevantes, solo siéndolo aquellas que estén en relación con lo público, con el sistema de vida y de valoración para que pueda entrar realmente dentro de lo que nos interesa en primer lugar. Ahora, hay otro punto sobre el que debemos volver y es que la opinión pública nace de la negación de que puedan venir los “ilustrados” a asumir para sí mismos la tarea de formar los sentires de un público más amplio porque se afirma que son las mayorías las que generan las opiniones.
La verdad esto es mucho más complicado porque la opinión no se forma de manera espontánea, ni aséptica ni libre de manipulaciones. Precisamente, todo el sistema de comunicación y de educación se crea para moldearlas, pero siempre estamos ante el deber de recordar que opinar –lo que queramos, lo que sintamos– es un derecho que no conoce más límite que el orden público y la libertad ajena; que, desde nuestra visión del mundo debemos recordar la idea de Ali Primera que nos dejó aquellos versos maravillosos que dicen: “Usté me perdona don/ Yo no sé filosofar/ Pero lo que me sobra/ Me basta para pensar”.
Así, en un mundo donde sentimos y pensamos, donde cada quien tiene su catálogo de verdades, de dudas y en épocas donde la realidad es líquida, creo que siempre hay que pararse para recordar que la gente puede y debe opinar porque, además, nosotros defendemos todos los días un modelo político que busca trascender la debilidad de la opinión y cómo se diluye, al tiempo que anhela alcanzar la participación, lo que exige ponerse en marcha por uno mismo, con sus propios valores e intereses, negándose a que la dinámica sea tan solo que nos pongan en marcha o que nos movilicen desde arriba.
El hecho que una resolución de la Asamblea Nacional, sea esta una ley o un acuerdo, genere un verdadero debate dentro del país, incluso dentro de las filas de un solo partido no es un síntoma de debilidad y, por ende, no debe provocar ningún escándalo. Por el contrario, demuestra que existe un interés, una esperanza puesta en ese espacio y que los procesos de consulta, anterior y posterior, así como los derechos de palabra y otras formas de participación deben ampliarse porque este es un pueblo que tiene sus ideas claras.
Por eso, al final, estos capítulos deben ser tomados con calma y alegría, que todas las ideas vengan para la construcción de la patria nueva que, por cierto, es sonora y diversa. Con cultores maravillosos que tienen mucho que decir y con movimientos alternativos que también tienen su cabida.
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Ana Cristina Bracho Abogada y docente
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