Migrar

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Todos los humanos son iguales en dignidad y derecho. Así inicia la Declaración Universal de Derechos Humanos y así parece que deberíamos rezar todos los días. Las últimas semanas han estado cargadas de hechos que nos cuentan cómo está funcionando este lugar, verde y azul, en el que vivimos que, les guste a algunos o no, sigue siendo un sistema.

El pie de Europa está conformado por las últimas tierras españolas en África, en específico, muy cerca de Marruecos. A este punto, la Unión Europea (UE) ha dedicado sus mayores esfuerzos para evitar que los árabes y africanos lleguen a sus países. En Ceuta, que no es una ciudad muy grande, hay un tráfico permanente. Por allí pasan las más extraordinarias frutas y legiones de españoles y de franceses que aspiran veranear en un país que tiene tanto de Monarquía absoluta, como de destino paradisiaco como de locación de cine.

Un europeo por aquellos lares es fácilmente un magnate y así disfrutan aquellas arenas, aquellas costas, transforman los bosques en campos de golf y comen aceitunas, melones y dátiles rodeados de siluetas de dromedarios. Un marroquí que intenta subir es una cosa distinta, es como si al sacarles de aquel contexto, donde hay lámparas de Aladino, donde se gana 15 veces menos que en España, perdieran la magia.

Por eso, el paso por Ceuta no obedece a aquella idea de que todos los humanos somos iguales y que tenemos además dos derechos básicos: la libertad de circular en un mundo que nos pertenece como la posibilidad de buscar un mejor nivel de vida. Por el contrario, Europa negocia con Marruecos para que se asegure no tan solo de que sus habitantes no suban, sino para que sirva de contención de todos los subsaharianos, más pobres, de tez más oscura y con la vida más pauperizada que lo intenten.

Existen entre esos territorios una frontera natural que es una franja pequeña de mar, pero antes de eso o para hacer más difícil franquearla hay enormes muros, controles de video vigilancia, policías y cláusulas que permiten que se hagan devoluciones en caliente, sin ninguna contemplación humanitaria. Toda esta franja de mar, a donde fijan nuestra atención los libros de historia occidentalizada, se ha convertido en un cementerio.

Sin embargo, esta no es la única zona que está más caliente de los pasos entre el sur y el norte. La salida del gobierno de Trump y su sustitución por un gobierno demócrata, en el marco de la pandemia y de la crisis económica que ha traído, ha aumentado la presión sobre el norte de México que también aplica como Rabat algunas maneras de evitar que los migrantes centroamericanos suban.

Ahora, el debate presentado se centra en si existe la obligación o no de los países de destino de recibir a quienes aspiran llegar a estos espacios y, algunas veces, como en el caso de Ceuta, las notas no dejan de insistir que el grupo que llegó es casi el 10% del total de la población de la urbe. Con lo cual inducen a que se justifique cualquier medida de expulsión porque esta es una carga demasiado grande ¿a dónde los alojarían? ¿qué trabajo les darían? ¿quién pagaría la asistencia social que requieren?

El problema está en la necesidad de mirar el mundo en el 2021, cuando el desigual acceso a las vacunas, la creciente crisis económica, los grandes focos de violencia y guerras que seguirán produciendo emigrantes. Sobre esto es fundamental recordar que todas las personas tienen derecho a irse y volver, que las crisis migratorias están relacionadas con alteraciones en las condiciones normales de vida que tenía un pueblo, con la amenaza de violencia o la pobreza.

Los humanos en esto no somos tan distintos a otros seres vivos, como las aves, los grupos van en procura de condiciones mejores, aunque siempre anhelen el regreso, aunque hubiesen preferido no partir. Todos los Estados deben procurar, individual y colectivamente, las condiciones para que cualquier persona viva con dignidad y decoro, así como abstenerse de crear condiciones que generen en las personas la necesidad de salir de sus países y aunque desde la Segunda Guerra Mundial se diga esto sigue siendo tarea pendiente.

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Ana Cristina Bracho Abogada y docente

Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor/a

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