¿Enfermedades no transmisibles?

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Publicado recientemente el libro Epidemiocracia de Javier Padilla y Pedro Guillón contiene una importante cantidad de reflexiones sobre la salud, la enfermedad, las políticas públicas, las relaciones económicas y por supuesto las epidemias que padecemos, cuando ninguna otra nos ocupa tanto como la de la Covid-19.

En este momento, todos sabemos que el coronavirus se contagia por contacto. Puede ser con una persona infectada, con una superficie que tocó o por partículas que se encuentran en el aire. Sabemos que antes de llegar a una vacuna total y segura, el virus cambia y a diferencia de la lechina y esas viejas enfermedades, repite y empeorada. Con menos volumen se habla de la pasmosa guerra de vacunas, donde el acceso está condicionado para los países no alineados, las potencias se aseguran de dosis para cubrir varias veces el número de sus habitantes mientras quieren ahora condenar al sur a la vacuna de AstraZeneca, que es considerada la más peligrosa.

En esta línea, es el caso de Canadá el más escandaloso en tanto se ha asegurado vacunas suficientes para vacunar cinco veces más población que la que tiene. Siendo una conducta repetida por varios otros Estados, lo que genera que tan solo el 14% de la población mundial tiene para sí el 53% de las vacunas más prometedoras hasta la fecha. Lo que en cierto modo parece ser la segunda parte de aquellos escándalos que dejamos en 2020 cuando se proponía que antes de pinchar al primer habitante del centro del mundo, se probaran las sustancias en África.

Sin embargo, el Covid-19 no es la única crisis de salud que vivimos. Junto a ella galopan y se disparan las viejas enfermedades de toda la vida. Si,en 2020 murió más gente de cáncer que de coronavirus y en el mundo sigue aumentando los pacientes de las denominadas enfermedades no transmisibles.

En el libro que comentamos hay una reflexión iluminadora cuando el prologuista se interroga escribiendo: «¿Qué es verdaderamente transmisible?» Y rechaza que la diabetes, la hipertensión o el cáncer no puedan tratarse de este modo. Para él, son «enfermedades transmitidas socialmente» en tanto son causadas por las condiciones sociales y económicas que son, en definitiva, las causas últimas de las patologías que suponen una mayor carga de enfermedad.

Según la Clínica Mayo, el cáncer se causa fundamentalmente por “mutaciones genéticas” cuyas principales causas son el tabaquismo, radiación, virus, químicos que producen cáncer (agentes cancerígenos), obesidad, hormonas, inflamación crónica y falta de ejercicio. De estos datos, sabemos que muchos de esos agentes cancerígenos están fundamentalmente presentes en la alimentación y que más de un cuarto de la población del mundo, mil 400 millones de personas, no hacen el suficiente ejercicio físico para mantener su bienestar.

En este hecho, más allá de las consignas y las campañas que nos señalan con frecuencia que somos lo que comemos, hay que considerar que comemos lo que conseguimos, a lo que accedemos, lo que la cultura, pero sobre todo la publicidad y el mercado nos manda.

No es innovar saber que el peso y la salud son hechos políticos, sociales y económicos, que como la pelea si las vacunas van al Norte o al Sur, también la periferia suele recibir alimentos que están proscritos en otras partes, en especial cuando algún producto es objeto de un gran escándalo porque el aceite de palma es puro cáncer como también los sustitutos del azúcar, siendo este último pura diabetes.

Una crisis tan grande como el del Covid-19 nos tiene en permanencia pensando. Por momentos, creemos que esto es una cosa tan grande que nos cambiará a todos y a los que manejan los tableros. Cuando vemos la guerra de las mascarillas y ahora, la de las vacunas, nos parece que no tanto, sin embargo, tiene que cambiar nuestros espacios, nuestros Estados y las políticas públicas.

Si en muchos casos el cáncer es el látigo final con el que la espera la sociedad capitalista a los proletarios –que no van suficiente al médico, que no comen como deben, que no hacen ejercicio, que cargan el estrés crónico de llegar a fin de mes y complacer estándares de productividad para otros– tenemos que darle una respuesta clasista este problema.

Entender el cáncer como un factor producido por la sociedad y que produce pobreza. Una situación que debe atenderse permanente, universalmente, gratuitamente y dignamente. Es también, en medio de nuestra realidad, un espacio donde se vive lo más duro de ser un país bloqueado donde las farmacéuticas juegan.

No solo es el cáncer una enfermedad socialmente transmisible, también lo es la hipertensión, la diabetes y estas son las primeras causas de muerte que año tras año, aquejan a nuestra gente.

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Ana Cristina Bracho Abogada y docente

Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor/a

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