Esa dama llamada la política

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Si se observa con detalles la crisis política que viven  buena parte de los países latinoamericanos, europeos y asiáticos, es válido preguntarse, ¿hasta qué punto el liderazgo político asume sus funciones con profesionalidad y, fundamentalmente, con honestidad y de entrega total a las demandas populares?

Recién se publicó en España una nueva y bien cuidada edición del libro de Max Weber La política como profesión, conocido también como La política como vocación, por una confusión en la traducción del término beruf (profesión, en alemán).

Este libro surge de las conferencias dictadas por Weber en Múnich en 1919, por invitación que le hiciera la Asociación Libre de Estudiantes durante el invierno revolucionario de ese año.

En su libro, el autor se mete en el análisis de un viejo dilema cuya actualidad es indiscutible: ¿se vive de la política o se vive para la política? Un político que se respete ha de tener esto muy claro. Vivir para la política requiere de un nivel de conciencia superior. Es asumir que la política no podrá sostenerlo económicamente, siendo necesario contar con bienes propios e ingresos suficientes que lo liberen de vivir de la política, que lo hagan políticamente independiente del aparato financiero de eso que llaman la “cosa pública”. Que lo independice de las tentaciones luciferinas de meter sus manos en el tesoro público y apropiarse de los dineros del pueblo. En la política que se practica en nuestros países latinoamericanos y caribeños y más allá, el realismo hace sucumbir al idealismo, de allí que la praxis política sea el trampolín para alcanzar prebendas y hacerse con fortunas malhabidas. Tristemente famoso el dicho aquel atribuido a un famoso político: «a mí que no me den pero que me pongan donde haya». Para el político corrupto no existe trámite burocrático donde no piense que existe una oportunidad de negociado, una alcabala para cobrar la comisión.

Vivir de la política parece ser el único camino que conocen los políticos. Para ello entregan la vida de ser necesario. Como solía decir mi abuela Emilia: «es tan sabrosa esa leche que resulta casi imposible soltar la teta del cargo político». El policamburismo es un galardón asediado por muchos políticos. Vivir de la política es, sin lugar a dudas, nadar en un caldo donde mucha gente mete sus manos. Algunos incluso han resultado con sus manos quemadas, pero con los bolsillos repletos. El político que vive de la política, como diría de manera cínica un político venezolano: “roba porque no existen razones para no hacerlo”.

En una sociedad de partidos, estos se convierten en cazadores de puestos más que de votos. El control de los cargos le da a los partidos el control de los funcionarios. Son una fuente de poder y de financiamiento. Estos terminan siendo unos peleles de aquellos. El Estado se rinde ante la fuerza de los partidos políticos. El control “legítimo” de la violencia por parte del Estado es puesto al servicio de los políticos y de sus partidos, el ciudadano común pasa inadvertido y resulta ser pasto fácil de esa vorágine diabólica. La llamada democracia electoral se convierte en una especie de dictadura donde, a decir de Giovanni Sartori, los electores no deciden las cuestiones, sino que decide quién decide las cuestiones. Se olvidan que la democracia es mucho más que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Democracia es la integridad de los ciudadanos, es la presencia activa de los muchos y de los más, es la multitud, es el gobierno de la opinión activa de la muchedumbre organizada. Los políticos utópicos prácticamente han desaparecido, afirmación que puede sonar desesperanzada. Los políticos hacen caso omiso a las enseñanzas de Azorín y viven inmersos de escándalo en escándalo. Eso les alimenta el ego y los convierte en charros del barrio.

La maquinaria partidista lo define todo. Señala Weber que el papel del “boss” se limita a asesorar al príncipe, al político, sin que para muy poco importe el bienestar colectivo. El político, en su terquedad, en su vanidad y en su estupidez, vive sumido en un mundo de mudos siendo él el único con derecho a voz. Se molesta si le contradicen, si le dicen lo que él no desea escuchar. Practicante del pensamiento único y del autoritarismo, expresión característica del neoliberalismo globalizado que pretende imponernos como verdad el fin de la historia, de lo que habló erróneamente Fukuyama.

Sin embargo, Weber apunta de manera fina una gran verdad: los políticos son como burbujas, se inflan y luego estallan o los hacen estallar. Se desinflan y pueden ser como castillos de naipes que arrastran tras de sí a culpables e inocentes. En este resurgimiento relativo pero evidente de un liderazgo de derecha en América Latina, mucho de esto ocurre. Líderes surgidos de la nada que así como deslumbran desaparecen de la escena política. Son peones del verdadero poder que les utiliza de manera eficaz, efectiva, eficiente y que permanece oculto.

Un político profesional ha de asumir con ética sus convicciones y sus responsabilidades. Enfrentarse a quienes quieren formar camarillas a su alrededor, tener personalidad, coraje y ser valiente. Actuar siempre obedeciendo al pueblo, no engañándolo. Un político que viva para la política, señala Weber, debe tener tres cualidades: pasión, sentido de la responsabilidad y mesura. Sin pasión no se construye nada perdurable. El político debe responder por sus actos con hidalguía. Ser mesurado y tener sentido del honor y de la palabra empeñada. Vivir con sencillez, sin obstentación. Con rarísimas excepciones, los políticos de este mundo moderno carecen de esas cualidades y por eso les vemos fracasar, incurrir en demagogia, en actos de corrupción. Deambulan en el vicio de la vanidad, la enfermedad mortal de todo político.

De allí que –afirma el sociólogo alemán– quien busque la salvación de su alma, que “no la busque por el camino de la política”. Si bien la política se hace con la razón, con la cabeza, no debe olvidarse que siempre habrá la injerencia de otros elementos distintos a la cabeza.

Concluye Weber señalando que “solo quien esté seguro de no quebrarse cuando desde su punto de vista el mundo se le muestre demasiado estupido o abyecto para lo que él le ofrece; solo quien sea capaz de responder ante ello con un ‘sin embargo’; solo un hombre así construido o formado tiene vocación para la política”.

De nuevo tendrá Diógenes que salir desnudo, con su linterna y a plena luz del día en búsqueda de ese político, de ese hombre nuevo y bueno tan demandado y exigido en estos tiempos donde abundan las pasiones encontradas, pérdida del sentido de responsabilidad y de la mesura debida.

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Félix Roque Rivero Abogado

Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor/a

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