El monstruo arrugó

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Recientemente, el maestro Vladímir Acosta, publicó un artículo sobre la capacidad que tiene el monstruo imperial de Estados Unidos para maquillarse y así mostrar un rostro para cada ocasión. En la obra El monstruo y sus entrañas (2017) el profesor Acosta expone con lujo de detalles la habilidad farsesca que tiene el monstruo para colocarse la careta que bien puede ir de lo sublime a lo diabólico. Desde el más recalcitrante fundamentalismo religioso a una postura racista, elitesca y expansiva de evidente voracidad imperial; capaz de disfrazarse de demócratas para luego adoptar posturas anticomunista y xenofóbicas que llegan a grados histéricos del ultraderechismo más retrógrado. Se trata de un imperio que, entre otras muchas cosas, es una fábrica del miedo contra sus propios ciudadanos y contra el planeta. A la vez, el monstruo se cuida de devorarse a sí mismo, parte del dicho aquel de que tigre no come tigre y si lo come lo eructa.

Algo de esto acaba de ocurrir con el nuevo intento de someter a un impeachment o  juicio político al expresidente Donald Trump. La votación del Senado no alcanzó las 2/3 partes para enjuiciarlo y eso que siete senadores Republicanos votaron junto a los Demócratas para el juicio que tendría como condena la inhabilitación política permanente de Trump.

La votación demostró que el monstruo arrugó, tuvo miedo de enfrentarse a los colectivos del trumpismo que, medidos por la última elección, son más de 73 millones de votantes Republicanos que no iban a quedarse tranquilos ante la defenestración de un tipo que se atrevió a animar a sus huestes para que asaltaran el Congreso, causando destrozos y pérdidas de vidas humanas. Una condena a Trump iba a significar el desencadenamiento de sucesos impredecibles que sin duda pondrían en aprieto a la administración Biden y también en serios aprietos el poder supremacista imperial.

Los gobiernos estadounidense, a lo largo de su historia, han vivido crisis duras. El asesinato de Lincoln en un teatro fue el resultante de los efectos de la Guerra de Secesión que enfrentó al Norte abolicionista contra el Sur esclavista. El crimen cometido contra J.F. Kennedy, en circunstancias aún no aclaradas del todo, dejó un sabor amargo en la manera cómo los poderes fácticos resuelven sus contradicciones. La guerra injusta y cruel seguida contra Vietnam levantó a la opinión pública y puso en jaque a varias administraciones que al final se vieron forzadas a admitir su derrota. Otro tanto pudiera decirse de la llamada crisis de los misiles y el intento imperial de invadir a Cuba y el sonado caso Watergate. El auge del racismo contra la población negra y contra los inmigrantes es otro de los detonantes en la vida política de esta «una poderosísima nación muy rica, muy belicosa y capaz de todo», como afirmara el Libertador Simón Bolívar en carta a Santander el 23 de diciembre de 1822.

Intentaron enjuiciar a Trump, llevarlo al banquillo y condenarlo a la pena infamante de la inhabilitación y no se atrevieron, arrugaron. Seguramente hicieron sus cálculos y desde trasbastidores llegó la orden: evitemos eso. La conducta de Trump como presidente quizás daba para una condena a cadena perpetua. El delito de sedición cometido contra el Congreso era más que suficiente para ponerle los ganchos, como se dice coloquialmente. Sin embargo, privaron los factores de poder que en realidad son los que gobiernan en ese país. Al ser una decisión política, el trumpismo se erige como una poderosa corriente que el establishment consideró y respeto. No olvidaron la frase de Trump en su discurso de despedida: «Nosotros volveremos de cualquier manera». En esa elevada votación de más de 70 millones de electores existe un caudal político nada despreciable. La victoria de Biden, que bastante bregó para que se la reconocieran, luce frágil y resultaba muy cuesta arriba abrir un frente de lucha interna con sabor a guerra civil y de debilidad en la esfera internacional. We will come back («nosotros volveremos»), dijo Donald Trump. Como afirma el Dr. Agustín Calzadilla, Donald Trump tiene su gente y «no es fácil joderlo».

Una vez más quedó demostrado que los gobernantes gringos no son utópicos, son realistas verdaderos. Una vez más quedó evidenciado, como lo sostiene mi profesor Dr. Franklin González, que Estados Unidos es un país donde ocurren cualquier cantidad de sucesos y hechos, la gran mayoría negativos, que no hacen variar para nada la percepción que muchos tienen respecto a que ese es «un país perfecto».

Ganó Trump la contienda política senatorial y, seguramente, como Luis XV, estará afirmando junto a sus guiadores: «Après moi, le déluge».

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Félix Roque Rivero Abogado

Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor/a

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