¿Cuál es la importancia histórica de la Revolución cubana?

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Hace exactamente 62 años Fidel Castro entró en La Habana con la Caravana de la Victoria, en una fiesta popular inédita de recibimiento a los rebeldes. En la tarde noche del 8 de enero, en su primer discurso en la capital, advirtió: “La tiranía ha sido derrocada. La alegría es inmensa. Y, sin embargo, queda mucho por hacer todavía. No nos engañamos creyendo que en lo adelante todo será fácil; quizás en lo adelante todo sea más difícil”.

Cuatro décadas después, en conversaciones con el cineasta estadounidense Oliver Stone, para el documental “Comandante” (2003), Fidel definió perfectamente aquella gesta: “Una pequeña isla, una gran revolución”.

Si bien desde fines del siglo XVIII hasta mediados del siglo XX se sucedieron unas cuantas revueltas devenidas en revoluciones sociales en Nuestra América –al decir de José Martí–, como la de Haití (1791-1804), México (1810-11) (1910), Bolivia (1952), ninguna sentó un tan marcado parteaguas histórico como la de Cuba de 1959.

El antecedente inmediato del triunfo del Ejército Rebelde yacía cinco años, cinco meses y cinco días atrás, cuando en la madrugada del domingo 26 de julio de 1953 un puñadito de veinteañeros asaltaron los cuarteles Moncada en Santiago de Cuba y Carlos Manuel de Céspedes en Bayamo, en una acción conjunta concebida por el propio Fidel Castro. ¿El motivo urgente? Derrocar al sanguinario dictador Fulgencio Batista. ¿Las razones de fondo? Liberar a la mayor de las Antillas de su condición de semicolonia yanqui. Todo explicado en detalle en el alegato-programa: “La historia me absolverá”.

Igualmente es cierto que cuando Fidel enfrentó a los jueces para defenderse de los hechos del Moncada, decidió delatar al autor intelectual del plan: “José Martí”. Sí, sepa que los “moncadistas” y luego los “barbudos de la Sierra” y los “clandestinos del Llano” eran herederos de los independentistas del siglo XIX y de los revolucionarios y comunistas de la década del 20 y 30 del siglo XX, de Mella, Villena, Guiteras y compañía. Por eso es que la Revolución cubana ha sido desde su cuna ¡tan cubana!     

Tal vez sea el político y abogado Luis Buch quien mejor narró el acontecer de los primeros días, semanas y meses de esa Revolución en su ya clásico libro: Gobierno revolucionario cubano: génesis y primeros pasos. Trabajo imprescindible para conocer cada decisión y acción de los rebeldes antes de declarar el carácter socialista de la Revolución. Porque, no lo olvide: ¡La Cuba de Fidel y el Che no nació socialista, se hizo sobre la marcha, con fe y voluntad!  

Y aquí el parteaguas y primera gran enseñanza histórica. Dándole su justo lugar a la teoría –sin la cual no puede haber revolución posible, según el ruso Lenin, que algo sabía de esas cosas–, a la tradición y haciendo frente a la coyuntura mundial, regional y nacional, Fidel y sus compañeros decidieron baipasear olímpicamente la tan aburrida y poco fértil discusión etapista del tránsito al socialismo para llevar a cabo  de manera ininterrumpida –como si fuese el sueño hecho realidad de León Trotsky– una revolución de liberación nacional, agraria, antiimperialista, socialista y por tanto anticapitalista. El cuño: 16 de abril de 1961.

En síntesis: el socialismo, tan pospuesto para las naciones periféricas por el estalinismo, era posible. ¡Y lo sigue siendo, por favor que no lo convenzan de lo contrario! La internacionalización de lucha guerrillera a raíz de los encuentros OLAS y OSPAAAL… una historia –en esa misma línea– un poco bastante más conocida.

Si Lenin y los bolcheviques llevaron el marxismo por primera vez a cada rincón pobre del planeta de la mano de la Internacional Comunista, Fidel y Che lo tradujeron al castellano, y de paso rescataron de las gavetas, como no podía ser de otra forma, a los herejes e incómodos comunistas de ayer y hoy: Recabarren, Mella y Mariátegui.

Y aquí la segunda gran enseñanza histórica. Estados Unidos, nación expansionista durante la totalidad del siglo XIX, se estrenó como potencia imperialista en 1898, justo cuando los patriotas cubanos –de todas las clases y colores– luchaban por independizarse de España. Es correcto, Cuba y Puerto Rico eran los últimos reductos hispanos de “ultramar”, y Estados Unidos oportunistamente declaró la guerra a España para hacerse de ambas islas. ¿Se dan cuenta? Los yanquis nacieron como imperio en Cuba en 1898 y empezaron a fenecer como imperio –irónicamente– también en Cuba en 1959. Lo de ahora no es más que pura agonía: por eso la invasión de Girón en 1961, la amenaza nuclear en 1962, el bloqueo económico, comercial y financiero por seis décadas, y el terrorismo y subversión imperecederos (Movimiento San Isidro incluido).

Pero sepa más… si la antigua y culta Atenas pudo sostener su imperio casi una centuria y la poderosa Roma más de un milenio, Estados Unidos solo pudo reír a carcajadas solo seis décadas.

Justamente allí radica la importancia de la Revolución cubana en esta milenaria luchita por “subir la cuesta del gran reino animal”, como dijo un cantor… Por eso, cuando alguien le diga que “no es hora” de empezar a construir el socialismo porque “no están dadas las condiciones objetivas”… cierre sus ojitos, recuerde a Lenin y Fidel, piense que la Historia –con mayúsculas– la hacen hombres y mujeres… y láncese a la conquista de la emancipación humana. Ojo, no lo haga solo/a, porque el comunismo se construye colectivamente, ya lo dijo Paulo Freire. Y menos le preste atención a los pesimistas, porque suelen ser gente de buen discurso y mejor mesa, sin disposición a perder el postre que aprendieron a comer cuando grandes.

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Javier Larraín Jefe editorial

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