El Covid-19 ha llevado a una crisis sin precedentes y con repercusiones adversas al mundo laboral: 1) Incremento del desempleo y del subempleo a escala mundial: la pérdida de empleo oscila entre 5.3 millones y 24.7 millones de personas en 2020, tomando en consideración un referente de más de 180 millones de desempleados en 2019; 2) Reducción de los niveles de producción y elevado peligro de despido de los trabajadores. Los efectos adversos en la demanda de mano de obra han llevado a ajustes importantes tanto en materia de reducción salarial como en los horarios de trabajo; 3) Aproximadamente el 80% de la fuerza de trabajo mundial ha resultado afectada por la ralentización de las actividades económicas. La pérdida significativa en los ingresos y el incremento de la cantidad de trabajadores en condiciones de pobreza y extrema pobreza se hace más que inminente, con salarios por debajo de 3.20 dólares diarios, en paridad del poder adquisitivo.
La tasa de desocupación en América Latina y el Caribe es cercana al 15%, en comparación con la de 2019 que fue de 8.1%, lo cual está generando “la mayor crisis económica que América Latina y el Caribe en su conjunto ha experimentado en toda su historia desde que hay registros estadísticos a inicios del siglo XX”. Millones de trabajadores están expuestos a la pérdida de ingresos y al despido, lo que conlleva a que las condiciones de pobreza de la población se incrementen en 45.4 millones, dato que representa aproximadamente 37.3% de la población latinoamericana.
La agudización de las contradicciones de la crisis sistémica tiene como punto de inflexión a la pandemia Covid-19, la cual instala con más fuerza modalidades de trabajo flexibles, móviles y una reconfiguración de los entornos y las relaciones laborales con dispositivos para dominar la mente y los cuerpos. De esta forma, se garantiza el poder reforzado de los nuevos amos digitales que muestra un capitalismo digital que articula un sistema totalitario.
El teletrabajo irrumpió como una de las estrategias laborales alternativas más importantes y efectivas para contener los contagios, como una oportunidad para la descentralización de las actividades empresariales y la intensificación de la competencia en la impronta de que las empresas se convertirán “en las empresas digitales que han querido ser». El teletrabajo en tiempos de pandemia ha significado para las empresas la posibilidad de robustecer su dominación y la presencia de nuevas modalidades de acumulación. El imperativo del “Big data” les ha brindado también las posibilidades de hacer pronósticos sobre el comportamiento de sus empleados, “la utilización de métodos de vigilancia de la fuerza de trabajo, además de reproducir la subordinación, la intensificación e incremento de la productividad, controla las emociones y el desenvolvimiento de los empleados en un sistema de poder desigual
Esta situación ha implicado una alteración del contenido mismo del trabajo, profundizando la brecha digital, y en la estructura salarial a partir de la discriminación en relación con el lugar geográfico desde el que desarrollan sus actividades los trabajadores. En el teletrabajo desaparece la frontera público y privado, cada paso del trabajador es espiado y la fuerza de trabajo se controla por el propio sistema tecnológico. El teletrabajo no solo tiene rostro de precariedad que se refleja en la enorme carga laboral, largas jornadas y exigencias de sobreexplotación más allá de una jornada laboral, sino que somete a los sujetos a un sistema de control que vigila su productividad, sus movimientos, extingue la línea divisoria entre trabajo concreto/trabajo abstracto, transgrede la privacidad y los derechos laborales a través de programas de vigilancia telemática funcionales a las relaciones laborales del capitalismo digital.
De acuerdo a datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) (2020), el teletrabajo ha incrementado de forma significativa el tráfico de Internet y la mediación digital. En el primer semestre del 2020, tanto la actividad virtual como el uso de aplicaciones tecnológicas relacionadas con el teletrabajo se incrementó a 324%, en plataformas como Zoom (cuyas acciones se incrementaron en 75%) o Google Meets, 73 multimillonarios en América Latina y el Caribe aumentaron sus fortunas en 48 mil 200 millones de dólares.
Muchos empresarios se han manifestado sobre que las bondades potenciales del teletrabajo radican en la posibilidad que tiene el trabajador de desarrollar competencias digitales, determinar el lugar y el tiempo dedicado a las responsabilidades laborales, así como optimizar su calidad de vida, y conciliar familia y trabajo. Al respecto, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) (2020), señala que el teletrabajo ofrece ventajas para quienes “tienen compromisos familiares y personales que les impiden trabajar fuera del hogar en horario completo o definido. También permite mayor accesibilidad, ayudando a derribar las barreras estructurales que enfrentan las personas con discapacidad para acceder a un empleo”.
Sin embargo, no se puede perder de vista el hecho de que el capitalismo digital continúa siendo una forma de capitalismo, la era del capitalismo de vigilancia, “que descubre la psique como fuerza productiva” y cuya tendencia inherente es la sobreexplotación de la fuerza de trabajo en tanto sistema de poder fincado en la flexibilización de la tasa explotación y despersonalización de la relación laboral como condiciones para acrecentar la cuota de ganancia y profundizar en la relación de subsunción del trabajo al capital
El teletrabajo llegó para quedarse y representa dos peligros fundamentales que incrementan los costos para los trabajadores: primero, invisibiliza el trabajo colectivo y refuerza el individualismo de nuestra sociedad; segundo, las relaciones flexibles agudizan con más fuerza las situaciones de abuso laboral, invisibilizando la tasa de explotación.
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Ximena Roncal Vattuone Doctora en Economía Política del Desarrollo