América Latina, una visión del presente

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Por Félix Roque Rivero

Finaliza la segunda década del siglo XXI (algunos dicen que no ya que la primera década empezó en el número 1 y el año 2020 termina en 0 y, según el almanaque gregoriano, la década debe iniciar en 1), y en el continente latinoamericano se viven jornadas extraordinarias y asombrosas. Un enorme laboratorio político y social es nuestro joven y hermoso continente.

Del viejo pasado ancestral, de la conquista esclavizante y colonia servil, de nuestras guerras de independencia y del nacimiento y formación de nuestras repúblicas, un aluvión de ideas extrañas a nuestra idiosincrasia pasaron a jugar un papel de dominio predominante. Desde 1492, año del “encubrimiento”, según Dussel, el modernismo se apoderó de nuestras mentes. Todo lo occidental, eurocéntrico se impuso y, así, fue naciendo una visión ideologizante que borró lo autóctono y lo soberano para imponernos modelos extraños de manera apretujada. El tema del indio pobre sometido, dominado, del mestizo oprimido, del pueblo latinoamericano desconocido, pasó a ser la última página del libro por cual aprendimos a vivir. Hasta patio trasero hemos sido llamados por los jerarcas de la Casa Blanca y, según Monroe, somos propiedad de los gringos.

Según Juan José Bautista (Qué significa pensar desde América Latina, Monte Avila, 2018), nos olvidamos de cosas elementales como la de que cada pueblo, de acuerdo a su propia historia, de su cultura, tiene un determinado modo de actuar. De allí que ninguna categoría de pueblo puede agotar “todos los modos o formas de ser del pueblo”. Pensar en la expresión “pueblo” o lo popular puede llevarnos a locaciones diversas. Porque todos los pueblos, por más identidad que tengan respecto de sí mismos, siempre pueden cambiar en el devenir de la historia y de los tiempos. De allí que, sostiene Bautista, el pensador tiene siempre que estar dispuesto a cambiar el contenido del concepto “pueblo”, para explicar la especificidad histórica de los pueblos en la historia. Los pueblos no siempre actúan de la misma manera, no siempre son obedientes a la orden del amo de turno

Continuidad temática

El pensador francés Alain Touraine sostenía que “la ciencia social del siglo XX había sido pensada con los conceptos y categorías del siglo XIX, en cuyos contenidos nunca había estado problematizada o tematizada América Latina”. La izquierda latinoamericana, al parecer, sigue pensando lo que ocurre en el continente desde una base categorial del siglo XX. Sencillamente, se quedó en la sociedad moderna, sin trascender a la sociedad transmoderna. América Latina fue pensada y diseñada, desde un principio, cognitivamente, con categorías heredadas del pensamiento europeo occidental. Dibujamos un mapa bien distinto a nuestra realidad y por ello la empresa tenía que terminar en un rotundo fracaso. Copiamos y seguimos repitiendo al Marx publicado y mal conocido. Según Dussel, hasta el año 2013, apenas se habían publicado 56 volúmenes de la obra de Marx, cuando en realidad esta alcanza 114, siendo su obra completa.

Los marxistas latinoamericanos han enfocado la problemática de la latinidad en base a un Marx cuasi desconocido. Los manuales stalinistas de la vieja URSS, sin duda, dogmatizaron ese pensar. Existe pues un Marx inédito muy distinto al occidentalizado. Es un Marx crítico “de toda forma de capital, sea liberal o neoliberal”. Un Marx que le sigue siendo útil a los siervos de la gleba y que está por ser descubierto.

En el contexto de la continuidad temática, se puede afirmar sin temor a equívocos que el llamado marxismo latinoamericano de las décadas de los años 60, 70, 80 y buena parte de los 90, es tendenciosamente moderno. Obedecía a un razonamiento eurocéntrico. Ello, al parecer, aún en la época postmoderna, continúa siendo así. Sigue pensando la izquierda, afirma Bautista, que el problema “es el capitalismo”. Todavía no se han dado cuenta de que si no se cuestiona a fondo el fundamento del capital, que no es otro que la modernidad, este seguirá desarrollándose y reproduciéndose pese a las constantes crisis que padece.

La decadencia de la socialdemocracia

En los últimos 20 años en América Latina se han sucedido una serie de gobiernos populares para algunos, progresistas para otros y hasta socialistas para los más audaces. Preferimos creer que se trata de gobiernos progresistas que han intentado romper los lazos con la llamada socialdemocracia clásica. En Argentina, Venezuela, Ecuador, Brasil, Uruguay, México, Bolivia, Nicaragua, han llegado al poder líderes caracterizados por tener un discurso distinto al peronismo, al aprismo y al betancourismo.

Con todo, esos gobiernos surgidos del sufragio electoral, como suele afirmar el profesor Alvaro García Linera, no han logrado transmontar las ideas liberales y neoliberales de los gobiernos socialdemócratas. En el caso de Bolivia, que Linera conoce muy bien (fue durante 13 años vicepresidente de Evo Morales), cuando todo se creía montado sobre las bases sólidas de una revolución participativa y protagónica del pueblo, bastó una estremecida plural de fuerzas reaccionarias para dar al traste con un esfuerzo noble y humano nacido de la cosmovisión propia de un pensar postmoderno, pero que no fue capaz, a decir de García Linera, de darle concreción teórico-práctica a un sueño que quería traspasar los Andes y regarse por toda Latinoamérica. Esa revolución, en lugar de construir su propio piso ideológico y dotar al pueblo de una coraza protectora, sus líderes, muchos de ellos, siguieron pensando a la usanza occidental moderna. Un puñado de fascistas, con el libro de «los cuatro evangelios» en sus manos, desalojó al presidente legítimo de los bolivianos del poder. Sin embargo, como ya señalamos, los pueblos no siempre responden a la orden del amo de turno y, reconducidos en sus sueños, envalentonados por aires de fervor de patria, con la humildad ancestral de los aymaras, regresaron convertidos en millones y victoriosos retomaron el poder con Luis Arce en una victoria electoral cargada de heroísmo; con ellos retornó Evo, tal vez con la lección aprendida.

América Latina sigue siendo un hervidero maravilloso, donde suceden verdaderos milagros. En la Venezuela asediada, bloqueada, agredida, el pueblo envalentonado continúa haciendo prodigios de grandeza. La reciente gran victoria electoral ha permitido que las fuerzas agrupadas en el Gran Polo Patriótico retomen el control de la Asamblea Nacional. Cierto que hubo una alta abstención motivada tal vez por la apatía o indiferencia electoral, sin embargo ello no le resta legitimidad a la elección parlamentaria. Mucho espera el pueblo de sus representantes electos. El parlamentarismo tradicional tendrá que dar un giro de 360º y poner fin a las viejas prácticas socialdemócratas e iniciar un proceso transformador de empoderamiento del pueblo que le den sostenibilidad a la Revolución bolivariana, no quedan muchas oportunidades para hacerlo.

Las políticas socialdemócratas de estos gobiernos progresistas se han ido deteriorando, como lo sostiene José V. Sevilla. Con el triunfo casi universal del capitalismo, con el derrumbe de la URSS, el nuevo orden mundial hegemónico, la imposición férrea de una economía monopólica, las socialdemocracias y sus políticas de bienestar perdieron la calidad que alguna vez tuvieron.

Un fuerte oleaje de frustraciones, desengaños, corruptelas de buena parte del liderazgo socialdemócrata influyó notablemente en su descrédito. Sin embargo, las sustituciones que se fueron produciendo tampoco se han caracterizado por tener verdaderos ideales de eticidad y moralidad.

El socialismo como alternativa estratégica

Ante el derrumbe de la socialdemocracia y las grietas del progresismo reformista, el socialismo crítico como sistema social de gobierno popular se erige como alternativa científica de desarrollo económico, igualitario y dador de felicidad colectiva. Probada como ha sido la voracidad capitalista, el desplome de “terceras vías”, la caída de la socialdemocracia rocambolesca, todos ellos conducentes a la formación de individuos egoístas formados para una sociedad consumista y nada solidaria, el socialismo comunitario es la respuesta de los pueblos. Es el camino a encontrarnos con el otro, respetarlo, reconocerlo, amar al prójimo con pasión desenfrenada, a la humanidad, a la naturaleza, luchar a codo partido por construir la nueva sociedad. Es el empleo de la analéctica dusseliana para entender la historia, ir más allá de la dialéctica aristotélica, escudriñar en las oscuridades de la caverna platónica.

En ese camino de tránsito deben producirse ajustes a los desequilibrios que generan desigualdades. Construir un sistema económico verdaderamente humano que atienda más a las personas que al mercado. Asumir un compromiso efectivo, necesario y suficiente con los más vulnerables. Los trabajadores, verdaderos generadores de riqueza, han de asumir su rol de liderazgo en la sociedad nueva. El Estado debe estar al servicio de la ciudadanía, ser responsable y procurar castigo ejemplar a los que cometan crímenes contra la cosa pública. La distribución de la riqueza debe marchar hacia la eliminación de la brecha entre ricos y pobres.

Colofón

Nuestro problema o fin no es demostrar que todo lo pasado ha sido malo y que el pensar latinoamericano es mejor o superior al occidental moderno europeo. Como bien señala Bautista, nuestro problema está en crear un marco categorial que permita entender la especificidad de los problemas del subdesarrollo, la dependencia, el colonialismo, la opresión, la ignorancia, el hambre y la miseria, el sufrimiento y la exclusión del orden mundial de los latinoamericanos. Actuar por nosotros mismos, estudiar en profundidad nuestros asuntos, pensar con cabeza propia, como solía decirnos Carmelo Laborit, dirigente político venezolano ejemplo de dignidad y honestidad. Esa ha de ser nuestra divisa.

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Félix Roque Rivero Abogado

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