Por Félix Roque Rivero
El Buen Vivir es una manifestación filosófico-cultural nacida desde las entrañas de los pueblos indígenas del Altiplano boliviano. No robar, no ser flojo, no mentir, son principios de una sencillez conmovedora y, al propio tiempo, ellos encierran verdades profundas. Son un conglomerado que ni los grandes códigos legislativos de la antigüedad supieron resumir de tan sabia manera. Para comprender lo que está ocurriendo en Bolivia es menester pensarla desde toda su expresión comunitaria, sí, porque ese país se está comportando ya no como una sociedad, sino como una comunidad en la visión de Juan José Bautista S. («¿Qué significa pensar ‘desde’ América Latina?»). Es que en Bolivia están ocurriendo cosas que trascienden el mero pensamiento eurocéntrico que ha fracasado en estas tierras como fuente epistémica, para dar paso a las raíces del pensar distinto que no diferente. Así está ocurriendo en el campo jurídico, una verdadera revolución que está rompiendo con los esquemas establecidos por el ius positivismo neoliberal para regir la sociedad moderna, moldeando a los individuos en las enseñanzas del individualismo visceral y egoísta, nada solidario.
Con la Constitución promulgada el 7 de febrero de 2009, la patria fundada por Simón Bolívar en 1825, dio un vuelco en todo su ordenamiento jurídico. Como señala el preámbulo constitucional: “…el pueblo boliviano, de composición plural, desde la profundidad de la historia, inspirado en las luchas del pasado, en la sublevación indígena anticolonial, en la independencia, en las luchas populares de liberación, en las marchas indígenas, sociales y sindicales y con la memoria de nuestros mártires, construimos un nuevo Estado”. Para ello fue necesario dejar en el pasado el Estado colonial, republicano y neoliberal y asumir el reto histórico de construir colectivamente el «Estado Unitario Social de Derecho Plurinacional Comunitario», que integra y articula los propósitos de avanzar hacia una Bolivia verdaderamente democrática, productiva, dueña de sus recursos energéticos, del gas, del agua, de los bosques, inspiradora de la paz y comprometida con el desarrollo integral y con la libre determinación de los pueblos. Invocando el poder originario que radica en el pueblo, manifestando el sincero compromiso con la unidad e integridad de todo el país, obedeciendo al mandato de los pueblos, apalancados en la fortaleza espiritual de los poderes mágicos que provienen de la Pachamama y con el espíritu de refundar a Bolivia, venciendo los miedos y empinándose por sobre las cimas andinas, las y los bolivianos se dieron con un nuevo contrato constitucional en la búsqueda del Buen Vivir.
Tamaño atrevimiento no sería fácil de concretar. Cambiar esas viejas y atornilladas estructuras político-jurídicas traería revueltas, causaría revanchismos que culminarían en crímenes, golpes de Estado, exilios. Las corrientes revolucionarias bolivianas habían molestado al dragón del fascismo que vomitando fuego desde Santa Cruz y con La Biblia en alto se iba a erigir con la pretensión de borrarlo todo y regresarlo a la estructura colonial-neoliberal originaria. El solo hecho de haberse atrevido el movimiento indigenista liderizado por Evo Morales Ayma a declarar que Bolivia se constituye en un Estado Unitario Social de Derecho Plurinacional Comunitario, libre, independiente, soberano, democrático, intercultural, descentralizado y con autonomías, desde una postura no sistémica cuando sí mirando a la totalidad de todo el espectro del proceso integrador del país, iba a constituir, como en efecto así fue, un choque del viejo pensamiento jurídico-político con el nuevo enfoque de un derecho pensado para la nueva nación comunitaria. Se trataba de poner toda la carga del pensamiento crítico transformador, al servicio del cambio social.
En Bolivia se enfrentaron dos modalidades de pensamiento jurídico: el modelo hegemónico y el contrahegemónico. Las viejas estructuras jurídicas heredades de la Colonia, puestas al servicio del capital, versus la propuesta de cambio alternativo pensada para darle felicidad al pueblo, para acercar la justicia a la colectividad. En Bolivia quedó más que demostrado que ningún esfuerzo serio desde la crítica social puede ser imparcial y eso la derecha boliviana lo entendió perfectamente y de allí el golpe de Estado contra el presidente legítimo Evo Morales Ayma. Esa derecha hegemónica, como lo señala Delgado Ocando («Razón jurídica: Legalidad y Legitimidad»), postula conflictos de intereses propios de la sociedad civil como inevitable y lo erige desde el paradigma de la libertad y del pluralismo político. La propuesta comunitaria, en cambio, es esa forma de vida a la que se llega “mediante la socialización plena de las relaciones materiales”, que constituyen al ser genérico de los hombres que permite el despliegue de las fuerzas libertarias. Es la puesta en marcha de un nuevo paradigma ontológico que desde lo jurídico, ve en la sociedad comunitaria un verdadero mecanismo de liberación como tránsito para la sociedad del futuro.
En Bolivia, la política y el derecho se tocaron y no precisamente con un ramo de flores. La nueva política quiso indicarle al derecho que el positivismo jurídico no era el camino para el logro de la felicidad de todos cuando sí de unos pocos. Esa nueva política que partía desde las catacumbas de los pueblos indígenas, llena de espiritualidad y de sabiduría ancestral, le decía a las estructuras jurídicas coloniales que su tiempo había concluido y que debía darle paso a los “pata en el suelo” que habían llevado a “la Casa Grande del Pueblo” a uno de los suyos que quería también ser para todos. Esa estructura axiológica entró en conflicto y si algo se demostró fue que el problema de la justicia era un asunto estrictamente político que tocaba profundos intereses de clase y ponía en peligro las viejas estructuras de poder. El nuevo derecho para la nueva democracia boliviana no iba a nacer de manera fácil. La nueva legalidad requería de un soporte que le diera legitimidad y la sustentara ante las debilidades cognitivas aún presentes. La vieja democracia liberal no iba a dejar escapar la presa tan fácilmente. Tal vez algo o mucho de confianza hubo en esto y se pagó muy caro. La lección ya se dio. Los revolucionarios bolivianos han reconquistado el poder y con Luis Arce y David Choquehuanca la wiphala vuelve a flamear con nuevos bríos. Ojalá lo sea por mucho tiempo, para felicidad de los bolivianos y ejemplo para toda Latinoamérica.
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Félix Roque Rivero Abogado