Por Félix Roque Rivero
A los españoles, cuando les ocurre algo, sobre todo si es una desgracia, suelen decir, “tranquilo, no pasa nada”. Es como si el acontecimiento les resbalase y de manera alegre alientan al otro para que no se preocupe. Tal vez, no sea esta una buena receta para el pueblo estadounidense que acaba de elegir al 46° presidente de los Estados Unidos. Con una votación récord pero no absoluta y tildada de fraudulenta por el candidato perdedor, Joseph Robinette Biden, nativo de Pennsylvania, llega a la Casa Blanca desalojando de allí a Donald Trump, quien se marcha con mucha pena y poca gloria de la casa de George Washington. Termina así de escribirse la crónica de unas elecciones de un país con un sistema electoral antidemocrático, que niega el papel de las minorías, que se quedó anclado en el periodo colonial esclavista, donde no es el voto popular el que elige, sino que son los Colegios Electorales los que, suplantando la voluntad popular, se encargan de sentar en el sillón presidencial a quien representa a los estadounidenses por un periodo de cuatro años con posibilidades de reelección. Un sistema caduco, generador de contiendas muy propensas a los delitos electorales. Un sistema que, al decir de Jacques Ranciere en su libro Odio a la Democracia, engendra aptitudes totalitarias y oligárquicas, que procura el control monopólico de las vida de los seres humanos, de las riquezas. Es una forma «democrática» de dominación. De esta experiencia electoral tan traumática, un nuevo derecho electoral ha de surgir que sustituya y envíe a la librería del Congreso a la normativa redactada por los fundadores del imperio, si es que los gobernantes estadounidenses aspiran tener un ápice de credibilidad y de moralidad y para que terminen de estar acusando a los demás de los delitos electorales que ellos cometen.
Joe Biden, un hombre taciturno que se aproxima a los ochenta años de edad (77), con signos de demencia y de alzheimer, lo que podría conducir por carambola y por primera vez en la historia de ese país a una mujer, a la vicepresidenta Kamala Harris a la Casa Blanca, es un personaje de color gris que se ha visto envuelto en ciertas escaramuzas políticas en su ya larga carrera en los asuntos públicos.
En la presidencia de Bill Clinton, Biden fue fundamental en la decisión de este de intervenir militarmente en Serbia contra el presidente serbio Slobodan Milosevic. En 1982, cuando el conflicto de las islas Malvinas, Biden se cuadró con el Reino Unido en contra de Argentina y pidió que su país no fuera neutral en dicho conflicto y apoyara a Inglaterra y a las fuerzas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), en una demostración colonialista evidente. Cuando ocurrió el “atentado” contra las Torres Gemelas de Manhattan, Biden apoyó a George W. Busch para invadir a Irak. El portal Wikileaks lo vinculó a las políticas de tortura y asesinatos indiscriminados cometidos en Irak y Afganistán por parte del Ejército estadounidense.
Asimismo, Biden fue acusado de plagio en una oportunidad por el líder laborista británico Neil Kinnock. En tres oportunidades, Biden anunció sus aspiraciones al cargo de presidente. En la fórmula con Obama, el 20 de enero de 2009 se convirtió en el vicepresidente de los Estados Unidos. Ahora llega a la presidencia, tras el decline de su candidatura por parte del “socialista” Bernie Sanders. A este hombre enigmático, y que en su niñez fue tartamudo, tocará ahora recomponer lo descompuesto por Trump y para ello no tendrá derecho a tartamudeo alguno. Biden llega al poder tras el respaldo del conglomerado de multimillonarios que representan el gran capital, el mercado, el país de las grandes corporaciones financieras, militares y mediáticas, el Estado profundo, como lo ha llamado Noam Chomsky. A Biden, seguramente, le ha llegado la oportunidad de demostrar que los ciudadanos estadounidenses, como afirma irónicamente Slavoj Zizek, sí son capaces de tomarse en serio la justicia y la democracia.
Biden y sus políticas domésticas
Donald Trump sale de la presidencia dejando la economía de su país un uno de sus peores momentos. Un desempleo creciente se constituye en uno de los principales problemas que deberá enfrentar Joe Biden. Para el mes de junio del 2020, la tasa de parados se ubicó en un 13.3%, lo que representa alrededor de unos 40 millones de personas desempleadas. Los niveles de pobreza en el llamado “país más rico del mundo” ya superan el 12.5%, lo que evidencia que los Estados Unidos es el país del planeta más desigual en reportar bienestar a la población.
El problema racial que ha ocasionado tragedias, crímenes y asesinatos de afroestadounidenses y que ha dividido a la sociedad estadounidense, es otro de los asuntos que tocará al demócrata Biden asumir. Desde el asesinato de Martin Luther King Jr., en ese país el racismo persiste. Ni siquiera el presidente “de color” Barak Obama tuvo la voluntad de poner fin a esta herencia colonial que degrada la vida en el país de la libertad y de la democracia.
Los Estados Unidos son el país con el mayor número de contagiados por la pandemia, lo cual fue tratado con desdén por Donald Trump y tocará a Biden enfrentar esto. Trump desmanteló el llamado sistema de salud conocido como “Obama Care”. Deberá Biden llevarle salubridad a los millones de pobres estadounidense que se mueren a mengua por no tener un seguro que les permita acceder a un centro hospitalario. También tendrá que encarar Biden lo referente a los migrantes, pateados por Trump, ponerle fin a ese monstruo del muro en la frontera con México, permitir que las familias se reúnan y que los cientos de niños encarcelados sean puestos en libertad y darle estabilidad residencial a más de 15 millones de migrantes, en su mayoría latinos.
Biden y el mundo
Muy presente ha de tener Biden una realidad. Los estados Unidos ya no son esa potencia imperial, hegemónica y supremacista que imponía el rumbo de las naciones. Un mundo pluripolar y multicéntrico da cuenta del surgimiento de otras potencias económicas, políticas y militares que también participan del juego geopolítico y que son parte del reacomodo de los bloques de poder. Hoy Rusia y China se erigen como superpotencias en todos los ámbitos y Estados Unidos, pese a que aún conservan mucho poder militar, ha sido desplazados de manera vergonzosa en escenarios de operaciones militares en demostración que hoy sus días de gloria emergidos tras la Segunda Guerra Mundial están pasando. Ya la OTAN no es el monstruo que asusta, su dentadura se ha resquebrajado. China es una verdadera potencia económica, financiera y comercial capaz de destronar al dólar como unidad de cambio. Son signos evidentes de cambios en la geopolítica mundial. Son evidencias ciertas de que el imperio estadounidense ha entrado en esa zona del declive, incluso, en opinión de expertos, ha comenzado a implosionar sin posibilidades de retorno.
Biden ante Latinoamérica
Por largos años, desde que Monroe anunciara su plan-doctrina de “América para los americanos”, los presidentes estadounidenses, sin excepción, han mirado con desdén y desprecio a los pueblos latinoamericanos. Toda una historia de intervenciones militares, de imposición de gobiernos títeres, robo de sus recursos energéticos, de operaciones criminales. Siempre han estimado que América Latina es el “patio trasero” del águila imperial. Biden ha de tener presente que ese tiempo ha pasado. Los más de 600 millones de habitantes de América Latina y del Caribe han crecido y evolucionado en todos los sentidos. La realidad política y social de los latinoamericanos los ha convertido en un referente en el mundo. La democracia latinoamericana hoy es ejemplo referencial y sus avances en los procesos de transformación en la búsqueda de mejores niveles de vida y su constante lucha por la preservación de la paz del planeta es inobjetable. Los casos recientes de Bolivia y Chile así le certifican. Los tiempos de los marines pisoteando el suelo latino, en el pensar de Biden y de los poderes fácticos, debe ser cosa del pasado. La política del silencio sería nefasta. Con la elección de Joe Biden, los pueblos de Latinoamérica no esperan mayores cambios en las políticas que su Administración tendrá hacia la parte sur del continente americano. Seguramente continuarán subestimando y restándole toda importancia a la Región, apenas viéndola como fuente segura de materias primas. Los poderes fácticos imperiales seguirán fijando su atención hacia otras latitudes. Por su parte, América Latina irá marcando su rumbo, derrumbando mitos neocoloniales y remachando en su latinidad.
Biden y Venezuela
Desde que Barak Obama dictó su orden ejecutiva definiendo a Venezuela como “una amenaza inusual y extraordinaria”, las agresiones y sanciones injerencistas no han cesado contra la patria de Bolívar. Un bloqueo financiero y comercial impide que el pueblo venezolano tenga acceso a fuentes permanentes y seguras de alimentos, medicinas e insumos diversos para su subsistencia, en flagrante violación de los Derechos Humanos y cometiendo crímenes de lesa humanidad. El gobierno saliente de Trump ha sido inclemente en una dura política que buscó derrocar por esta vía a la Revolución bolivariana. La resistencia del pueblo y las alianzas internacionales, han impedido que las pretensiones de Washington y sus aliados hayan podido lograr sus propósitos. Venezuela marcha hacia un nuevo proceso electoral para elegir su Poder Legislativo en demostración que aspira lograr la solución a sus problemas por la vía del ejercicio democrático y en paz, en soberanía y con respeto a la comunidad internacional, míster Joe Biden deberá tener presente estas cosas al delinear lo que será su política hacia Venezuela y, en la esfera internacional, debe evitar que sí pase algo de lo que tenga que arrepentirse. Ante las locuras belicistas de Trump, cometería un grave error Biden si insiste en ese plan de agresiones injerencistas contra Venezuela.
La nueva Administración que se estrena en la Casa Blanca deberá iniciar la construcción de puentes que tengan como bases sólidas el reconocimiento del Gobierno venezolano, el respeto a un pueblo honesto y trabajador. Sería esta una posición política que recibiría el reconocimiento de toda América Latina y de la comunidad internacional. El declive imperial ha tomado la senda del no retorno. Los tiempos de las imposiciones y de los garrotazos han de ser cosas de otros tiempos. La idea de la democracia moderna y de la libertad individual y colectiva, no pueden concebirse desde la visión limitada y amenazante de los factores de poder. Las élites gobernantes expresadas en sus miserias no representan a las grandes mayorías. En la fragilidad de estos procesos, radica a la vez, su fortaleza y ello interesa a todos. Biden deberá delinear su pensamiento y praxis política sobre la idea de darle a su país un buen gobierno que parta del respeto a los demás pueblos del mundo.
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Félix Roque Rivero Abogado