Chile, plebiscito pactado

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Por Félix Roque Rivero

El domingo 25 de octubre, la sociedad política chilena irá a las urnas para responder dos preguntas nada inocentes: 1) ¿Quiere Ud, una nueva Constitución?; 2) ¿Qué prefiere Ud., una Convención Mixta o una Convención Constitucional? Este proceso es el resultado de las multitudinarias protestas que hicieron de «la Plaza de la Dignidad», en pleno centro de Santiago, el lugar donde ha convergido el grito rebelde del chileno que abriéndose paso ante una cruenta y cruel represión, buscaba abrir las grandes alamedas allendistas por donde ha de transitar el pueblo.

En un plebiscito, según dice Bobbio en su Diccionario de Política, aunque es una noción controvertida, si algo está fuera de toda discusión, es que se trata de un pronunciamiento popular. Es un mecanismo de consulta de vieja data. En la Roma antigua se convocaba a la plebe (de allí deriva su nombre) para deliberar sobre asuntos de interés para la ciudad. El convocante era el Tribuno, quien decidía en última instancia el destino de las aspiraciones plebeyas.

En Chile se ha convocado un plebiscito que tiene características sui generis. Aún en la penumbra del miedo asesino causado y dejado como herencia por el dictador Augusto Pinochet, el tribuno Sebastián Piñera, aferrándose al poder y cuidando su inmensa fortuna de empresario, aliado a la más rancia burguesía chilena, la misma que caceroleó y marchó contra el presidente mártir Salvador Allende y autorizado por sus amos del Norte, ha accedido a realizar una consulta de segundo grado, donde se está escamoteando el poder originario del pueblo para imponer una «Convención Constitucional» que siga los lineamientos de los poderes constituidos.

Aspira Piñera y sus aliados, que la Constitución pinochetista, militarista y neoliberal, no sea tocada en su normativa central y que Chile continúe siendo ese coto cerrado donde la riqueza de unos pocos cabalga sobre los hombros famélicos de millones de chilenos que jamás han recibido un peso del cobre que se exporta ni de la vendimia que se exhibe en los supermercados de lujo de Estados Unidos y Europa.

Se trata de una consulta que aspira perpetuar en el poder a una élite económica-política y preservarla en el uso de sus privilegios. Ese plebiscito no implica un cambio constitucional. Quieren remozarlo en una aventura gatopardiana, dejando todo o casi todo igual. Es un mecanismo montado sobre la trampa de un tejido enmarañado que niega la participación democrática de las masas. Es el poder constituido gubernamental, diciéndole al pueblo desde los cuarteles de milicos, cómo debe comportarse.

En Chile no se está llamando a plebiscito para garantizarle a los sectores más vulnerables sus derechos fundamentales, como dice Robert Alexy. No se procura establecer una normativa garantizadora de esos derechos. No se trata de redactar un manual de enunciados normativos, cuando sí de dejar plasmadas en el texto constitucional, la expresión genuina de los derechos subjetivos de la mujer y del hombre. El plebiscito convocado por el tribuno Piñera no ofrece ninguna garantía de que ello será así.

Desde que Pinochet partió hacia el averno que describe Dante en su Divina comedia, varios han sido los presidentes que se han sentado en la silla del palacete de La Moneda (algunos han repetido) y ninguno ha osado atreverse a tocar ni con el pétalo de una rosa, la ya vetusta Constitución que como legado les dejó el dictador traidor.

Sin embargo, hay que decirlo, el grito rebelde de las y los patriotas chilenos no terminan ni se ahogan el 25 de octubre. Las marchas animadas por los cantos de Violeta Parra, de Víctor Jara y por la poesía de Neruda y de Gabriela Mistral, continuarán hasta lograr el objetivo de abrogar la constitución pinochetista y dotar al país austral de una nueva y moderna Carta Magna que establezca como principio normativo, un verdadero concepto de democracia de participación y protagonismo popular profundo. Que diseñe un nuevo modelo económico que derrumbe al neoliberalismo salvaje y propenda a un reparto justo y equitativo de la riqueza. Una Constitución que reconozca y preserve los derechos de los Mapuche y garantice la Aracanía como manifestación cultural de los pueblos originarios. Una Constitución que priorice los derechos fundamentales del hombre, la soberanía, la independencia y la libertad. Un texto constitucional que le ordene al Ejército la prohibición de reprimir al pueblo. Un texto constitucional que sume a Chile a los procesos de integración latinoamericanos.

De esta convocatoria algo nuevo debe surgir. Un verdadero liderazgo popular, capaz de encauzar y dirigir la protesta y los  justos reclamos del pueblo. Que demande más, mayor y mejor democracia. Un liderazgo que luche por el establecimiento de un sistema político-institucional que respete y proteja la dignidad humana. En fin, un liderazgo que conduzca las luchas del pueblo chileno y que desemboque en el llamado a una Asamblea Nacional Constituyente, expresión del poder originario del pueblo para que los chilenos marchen libres y alegres por las grandes alamedas y en una hermosa plaza liberada, como canta Pablo Milanés, detenernos a llorar por los ausentes.

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Félix Roque Rivero Abogado

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