La segunda inmortalidad de Quino, el padre de Mafalda

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Por Alejo Brignole

Hoy murió Quino y los que luchamos por la verdad y un mundo menos terrible estamos de luto.

Cierta vez, cuando me inicié en el periodismo a mis 22 años, surgió un tema de conversación con mi editor de entonces, que nos condujo hasta Mafalda. Mi jefe –que era italiano y había leído a Mafalda en su juventud– ignoraba el hecho de que el personaje y su contexto transcurrían en Buenos Aires. Me dijo que la tira relataba la cotidianidad de Roma o de alguna otra ciudad grande italiana como Turín o Milán. Tal vez el equívoco tuvo su origen en que Umberto Eco había editado la historieta en Italia en 1969 como Mafalda, la contestataria.

Pero más allá de esa demostración de ignorancia de mi editor, acaso llamativa en alguien vinculado a los medios, esa charla me hizo descubrir la universalidad de Mafalda, su validez como personaje transcultural cuyas señas y características pueden ser leídas en clave común para buena parte de  la humanidad, al menos en el amplio –y cada vez más lábil– concepto occidental. El propio Joaquín Lavado, Quino, pensaba y creaba en clave cosmopolita, en parte porque la sociedad en la que creció y se formó (la Argentina de mediados del siglo XX) era el resultado de una interculturalidad pasmosa, rica, inclusiva y de vertientes tan heterogéneas que hicieron de esta sociedad una tierra infinitamente fértil desde una perspectiva  antropológico-social.

Esa misma urdiembre fue la que dotó a Quino –además de un talento singular pocas veces visto– de una de las más poderosas lentes sobre la condición humana que algún artista haya tenido desde el Renacimiento a esta parte. Y esto no es una exageración. Quino relató en la simpleza cotidiana de sus personajes todos los claroscuros que alberga el corazón humano: los idealismos, las taras sociales, la fatuidad y los recodos psicológicos inherentes a nuestra condición vital, incluido un muy lacaniano sentido del Otro. Y lo hizo además en esa delgada, sutil y compleja línea que significa hacerlo desde el humor y la ironía. Una ironía que en Quino fue de las más finas e inteligentes que tiene registro el humor gráfico de todos los tiempos. Quino era capaz de realizar con una simple frase, con un pequeño gesto de sus personajes descrito en un simple trazo, toda una potente radiografía psicológica no solo del personaje, sino de su propia idiosincrasia social, de su contexto existencial. Y aunque todas y cada una de sus creaciones eran en sí mismas un perfecto contraluz colectivo, su riqueza radicaba en lograr un relato completo, un cuadro ambicioso de lo que hoy llamaríamos la “sociedad global”. Pensemos, si no, en Susanita, impecable descripción de las actuales y lúmpenes clases medias latinoamericanas y europeas (que en 60 años no han cambiado nada), ignorantes de todo lo que las oprime y abanderadas de los prejuicios más retrógrados.  El propio Quino diría en sus entrevistas que dibujaba sobre “la relación entre los débiles y los poderosos. Eso siempre me ha obsesionado. Esa sensación de impotencia que tienen los pobres frente a los ricos, de los mandados frente a los amos”.

Sin dudas Mafalda encarnaba una auténtica summa de miradas críticas a este mundo infame, lleno de desigualdades, autoritarismos, privilegios insensatos y militarismos suicidas. Y aunque el período histórico en que Quino creó y publicó Mafalda fueron unos pocos años desde 1964 a 1973, en donde la Guerra Fría impregnaba todas las lecturas políticas y los modelos sociales, la tira de Quino supo trascender sus propias circunstancias y hoy Mafalda –a casi 60 años de su nacimiento– tiene una vigencia y una modernidad no solo intacta, sino también renovada y en continuo auge. Todo el pathos de este mundo deshumanizado que él supo reflejar con singular genialidad sigue hoy aquí, recargado y aumentado. No nos debería extrañar, por tanto, que Mafalda seguirá eternamente joven durante todo el siglo XXI y más allá también.

Pero no solamente a través de Mafalda, sino en toda su posterior producción gráfica plagada de títulos –23 en total– Quino nos hablaba de la realidad sin mencionar a sus protagonistas (a excepción de Los Beatles) y sin sectarismos. Nos hablaba de política, de la Revolución cubana, de los crímenes corporativos, de los imperialismos asesinos, de la carrera armamentística, de la represión policial, del Flower Power y del capitalismo salvaje, siempre a través de elipsis cuyos fundamentos eran la mirada del hombre común, de la calle, único y verdadero caldo humano en donde las maravillas, las tragedias y las contradicciones se amalgaman en eso que denominamos “sociedad”.

En 1999 yo vivía en Madrid y en uno de mis tantos viajes a la Argentina llamé a casa de Quino en Buenos Aires, aprovechando que mi agenda periodística contaba con el dato. Mi intención era obsequiarle a una entrañable amiga gallega un volumen del Todo Mafalda (Ed. De la Flor) autografiado y acaso bosquejado de puño y letra por su creador. En efecto, Quino con su proverbial humildad y simpleza, propia de los espíritus selectos, me recibió y dibujó en las guardas del ejemplar que le llevé, a Manolito –verdadero ícono gallego– saludando a María Luisa del Río, mi querida amiga compostelana en su cumpleaños. He de confesar que me sentí un intruso roba-tiempo ante ese hombre tímido y en extremo amable que cumplía mi capricho, y además con una humildad y buen ánimo ejemplar, sin veleidades ni absurdas vanidades de gran creador. Como un hombre simple, sin más. Como el tipo de esencia grande que fue.

Dibujo autógrafo de Quino para Luisa del Río, una admiradora española de Santiago de Compostela.

Tal vez por esa humildad de espíritu despojada de todo artificio fatuo y cegador, Joaquín Salvador Lavado pudo penetrar de manera tan prístina y total en el alma humana, con todas sus miserias, sus locos anhelos y sus trágicas ambiciones para hacerlas visibles con lo mejor y más difícil de concebir, que es el humor inteligente y agudo. Hoy, 30 de septiembre de 2020, Quino se fue de este mundo a los 88 años, dejando una obra gráfica monumental, indiscutiblemente imperecedera en la epistemología humana y lo –mejor de todo– capaz de hacer reflexionar a cualquier persona  sobre aquello que nos degrada, nos paraliza o nos enaltece como humanidad.

Argentina ha demostrado ser una nación y una sociedad capaz de engendrar mitos universales. El Che Guevara, Evita, Carlos Gardel, Borges y Maradona pertenecen al acervo colectivo de la humanidad. Para salir de dudas preguntémosle a un mongol de la estepa o a un campesino indonesio quién fue el Che o quién es Diego Maradona. A esa lista habría que agregar, creo yo, y el tiempo me dará la razón, a Mafalda.

¡Gracias, querido Quino, por iluminar nuestros espíritus de forma tan inteligente durante tanto tiempo!

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Alejo Brignole Analista internacional y escritor

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