Ánimas del pueblo

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Por Ana Cristina Bracho

En la carretera que une Coro con Punto Fijo hay una capilla que suele estar llena de gente. Un espacio donde las personas le rinden tributo a las almas de quienes murieron cuando buscaban huir de una gran sequía y que cuentan ayudan a todos los que pasan a llegar a casa. Todos los que algo tenemos de falconianos conocemos muy bien esas ánimas, también nos hemos hundido en los Médanos y visto el mar. Por eso sabemos que en pocos kilómetros hay dos espacios que esconden trampas: el desierto y la playa. En esas bonitas playas, cuentan, siempre ha habido accidentes, sobre todo de muchachos que se echaron a nadar y no volvieron. En la carretera, la arena y los animales que suelen haber también echan su vaina. Por eso, uno se para allí y sabe que muchos tendrán cosas que agradecer.

Por estos días, las cosas han sido muy difíciles para muchas familias venezolanas. El Covid-19 nos tiene como en ese punto, entre el riesgo del desierto de no trabajar y el de echarnos al mar. Siempre hay que persignarnos, cuando amanece, para aguantar un día más sin salir, o para echarnos a la calle sin que nos pase nada. Siempre hay que echarse esas gotitas de fe, cuando la cosa se pone de este color y hoy la gente le reza a la Virgen del Carmen y a otras deidades pidiéndole salud, prosperidad y compasión.

Yo lo observo mientras pienso en esas almas que se han venido sumando a las capillitas que una lleva dentro, mientras improviso el rezo que puedo dirigirles. Hoy pienso en nuestros queridos artistas que hace muy poco se han ido y rezo: ánima de Blas, enséñame a reír y a compadecer, a regañar y a discutir, a poder escribir mardición y que aquello suene maracucho y tierno, como cuando lo hacía él. Leo una conferencia de Armando Rojas Guardia y le pido que me enseñe a vivir poéticamente que, según él “es vivir desde la atención: constituirse en un sólido bloque sensorial, psíquico y espiritual de atención ante toda la dinámica existencial de la propia vida”.

«El país no es más que la suma de todos sus habitantes, con sus buenas y malas cosas, con sus propias ideas, posturas y esperanzas, por muy distintas que estas sean»

Entonces me paseo por todos los riesgos que hoy varios venezolanos están viviendo. Todas las soledades y angustias. Por ejemplo, las de todos los enfermos que suspendieron sus tratamientos, porque las actividades normales están interrumpidas y sienten que el reloj para ellos sigue avanzando. Las de todas las personas que trabajan en las ambulancias que suenan por la ventana y en los hospitales a los que se dirigen, seguro, ellos necesitan santos, ánimas y poetas para seguir andando. También en quienes se encuentran lejos, en los que quieren volver, en los que necesitan moverse dentro de un país cerrado. Son esos los rostros a los que hoy les hubiese escrito hoy sin duda Andrés Eloy Blanco. A ellos y a los presos que esperan con la cuenta en cero que vuelvan a arrancar sus juicios, seguramente varios por cargos de los que son inocentes y que deben estar siempre entre los primeros a atender porque son los más débiles y los más hacinados.

Finalmente, miro el periódico donde confluyen grandes temas: una amenaza de bloqueo por el Caribe, un intento de desmembramiento por el Esequibo y unas próximas elecciones. Son temas terriblemente apremiantes, delicados, urgentes. Que merecerían toda la atención del país, sino estuviéramos en esta situación tan dolorosamente extraordinaria, pero que pasan allí, como al lado y a veces por arriba, otras por abajo.

¿Cómo las enfrentamos? Ojalá sea hablándonos. Encontrando en la dificultad el momento para ser lo suficientemente valientes para no perder el territorio; lo suficientemente generosos para protegernos entre todos y unidos para entender que el país no es más que la suma de todos sus habitantes, con sus buenas y malas cosas, con sus propias ideas, posturas y esperanzas, por muy distintas que estas sean.

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Ana Cristina Bracho Abogada

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