Por Boris Ríos Brito
Lenin, en “Más vale poco y bueno” (2 de marzo 1923), su último escrito público antes de su censurado su “testamento” –tan necesario también para esta reflexión–, repasaba sobre el aparato estatal soviético que se había construido hasta entonces. Ya desde el título reprochaba la reproducción de un aparato estatal que no le hacía al sentido socialista. Grandes estructuras, un portentoso Partido Bolchevique y el haber iniciado por fin la tarea de construcción del socialismo no eran suficientes para nada, ya que los verdaderos avances era pocos.
Esta mirada tan crítica y áspera del líder y pensador bolchevique hacia lo que con tanto sacrificio se había construido en la República Soviética, da cuenta de un revolucionario en todo el sentido de la palabra, pero además de las dificultades reales de los procesos revolucionarios y del eje central de lo que deben ser sus preocupaciones: el Estado.
En el caso boliviano, felizmente, desde muy temprano comenzaron las reflexiones autocríticas sobre lo que ha permitido que un golpe burgués y terrateniente, de discurso conservador y racista y de acciones violentas, logre imponerse al Proceso de Cambio, sin embargo, estos esfuerzos han venido prácticamente desde lo individual, sobre todo de los círculos de quienes estuvieron al frente del gobierno de Evo y no desde lo colectivo o de las organizaciones y movimientos sociales, por ejemplo. Esto no es casual, se vive una crisis política y de liderazgo en los sectores populares y se hace evidente la necesidad de –como me señalara una compañera– una nueva épica revolucionaria que nazca de una correcta interpretación de lo que ha sucedido en relación a una práctica militante y que reafirme un horizonte común, necesariamente revolucionario y, por tanto, indefectiblemente socialista.
Aquí algunos criterios que considero necesarios para un debate urgente:
I
Los límites del Estado Plurinacional de Bolivia se definieron en la medida de la subsunción del horizonte común a la “razón estatal vigente” y, por tanto, del consiguiente fortalecimiento del Estado. Todas las disputas internas que se dieron en eso que algunos llamaron como el “campo de batalla ideológica al interior del Movimiento Al Socialismo (MAS)” en el Gobierno, no estaban al margen de la propia subordinación del “proyecto” a la lógica estatal. En otras palabras, el Estado se comió la fuerza creadora de los movimientos y organizaciones sociales y políticos para fortalecerse y esto deterioró la capacidad creadora de la fuerza social: no se podía construir un nuevo Estado fortaleciendo al antiguo.
Es innegable que hubo grandes avances en relación al reconocimiento de derechos de naciones y pueblos originarios, de mujeres y en contra la violencia a estas, entre otros, y se fundó el Estado Plurinacional, pero ninguno de estas transformaciones tocó el núcleo del Estado burgués en Bolivia, que es la gran propiedad privada, a los sectores dominantes que manejan la economía y la ideología liberal –con sus matices y variantes– que desarrolla varios aspectos sociales y el sentido profundamente colonial que persiste en la sociedad para privilegiar imaginarios racistas y de discriminadores para beneficio de estos sectores (históricamente) dominantes.
Hubo esfuerzos por articular espacios de las organizaciones y movimientos sociales y políticos, pero la burocratización, la cooptación de dirigencias, el establecimiento de una relación básicamente clientelar y la imposición de la dinámica de un Estado recientemente fortalecido terminaron por imponerse, donde vale señalar que esta autoimposición correspondió también a la izquierda en su conjunto.
II
Varias de las reflexiones críticas coinciden en el hecho de que el proyecto revolucionario en el Proceso de Cambio se fue apagando y encuentran diferentes momentos específicos para ubicar aquello: uno, el de la aprobación en 2007 de la nueva Constitución Política del Estado con una Asamblea Constituyente que tuvo que pactar y retroceder, con y frente a una derecha conservadora que daba atisbos de generar violencia callejera en el país. Otras interpretaciones apuntan que el impulso revolucionario inicial duró toda la primera gestión (2006-2009), con nacionalizaciones, Asamblea Constituyente y un pueblo movilizado que tenía un rol protagónico, mientras que en las demás gestiones hasta 2019 hubo un acercamiento sistemático con sectores conservadores y burgueses. Casi todos estos análisis coinciden en que el hilo de este devenir hacia posiciones menos revolucionarias se matizó con la criticada propuesta del “capitalismo andino amazónico”, la inclusión de las clases medias y los sectores empresariales al Proceso de Cambio y el sistemático acercamiento a una naciente, dinámica y vigorosa burguesía agroexportadora oriental. En el caso de la discursividad argumentativa, el exvicepresidente Álvaro García Linera fue el rostro más representativo –aunque no el único–, así como el pivote del lobby y el acercamiento con los sectores empresariales, sobre todo de Santa Cruz.
Estas perspectivas no están alejadas de la realidad, aunque es necesario puntualizar su temporalidad; surgen ahora y no cuando realmente era necesario, por lo menos no de forma frontal y abierta. Pareciera que la autocrítica sobre el Estado mismo se chorreara frente al hecho de que quienes tuvieron algún momento responsabilidad directa en cualquier espacio de poder en el Estado terminaron jugando bajo la racionalidad estatal, por tanto, alimentándolo, en vez de ser parte de una nueva ola transformadora.
III
Desde nuestra lectura, más allá del momento del quiebre con el proyecto revolucionario, encontramos en el complejo del discurso de la “clase media” el principal derrotero del Proceso de Cambio. Por un lado, se asumió un discurso del Banco Mundial (BM), cuyo posicionamiento antisocialista niega la “lucha de clases” y, en su lugar, incorpora una especie de alternativa mediante una “alianza de clases”, en donde todo se mide por el nivel de ingresos económicos. Este discurso superideologizado y liberal se asumió en el Proceso de Cambio y caló ideológicamente en la sociedad boliviana, pero además en estrategia política que define como necesidad imperiosa el sumar a las “clases medias” y empresariales al Proceso.
No es poco desplazar al sujeto indígena originario campesino, obrero y popular para poner en su lugar a la “clase media”, se trató de cambiar definitivamente de rumbo y sucumbir a los mediocres criterios que hablaban de “racismo a la inversa”, que el sector profesional se convirtiera en actor político en vez de técnico (!) y que la incorporación de grupos empresariales era clave para avanzar.
Empero, este no ha sido un factor tan determinante como otro que se ha dado de forma paulatina en el conjunto de la sociedad, a saber el que gran parte de los sectores trabajadores se asumieran como “clase media” y se despojaran de todo sentido popular como sus raíces indígenas y/o su carácter proletario; un taxista era dueño de su carro por tanto ya no era un obrero más, sino pequeño empresario, por ejemplo. Este razonamiento (antimarxista) se hizo carne en muchos.
IV
Urge una comprensión de lo que ha sucedido y tomar posición al respeto, pero falta debatir. El ejercicio de la crítica y autocrítica y el escenario para una reflexión no es en un escritorio o en reuniones de amigos iluminados, sino en el accionar popular que debe encontrar ahí, sobre la práctica, un rumbo y, también, justamente ahí es donde las reflexiones de intelectuales progresistas, de organizaciones políticas de izquierda y el sentido revolucionario deben encontrarse para confrontarse y construir las bases para un horizonte común emancipador y anticapitalista.
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Boris Ríos Brito Sociólogo