Arte al enfoque

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Por Tony González

Si hablamos de la cultura como parte del eje central de la vida humana, estaremos hablando de identidad, pensamiento y costumbres, pero también de entretenimiento, simbolismos, de gustos y de sentimientos.

En el pasado, antes de la llegada del internet y la tecnología moderna, cuando le preguntaban a nuestros abuelos o a cualquier persona sobre qué era el arte, sin dudas la respuesta era: «belleza».

En ese tiempo hablar de belleza, más allá de los cánones estéticos de cada cultura, tenía un punto de llegada: el arte. La belleza tenía un nivel de importancia y un valor social como la bondad, la generosidad, la justicia, la honestidad. Todo esto se veía reflejado en el arte, no importa cual fuera el área artística, género, técnica o modalidad. La belleza tenía un lugar preponderante.

Está claro que la belleza tiene muchas formas de ser percibida en el arte. Por ejemplo, si colocamos la apreciación artística en cuatro niveles o formas de ser evaluadas: emoción, argumentación, simbolismos y técnica. En estos cuatro niveles, la emoción, es el lugar a donde todos podemos llegar con el arte, sin necesidad de preparación o estudios. Se trata simplemente de lo que sientes al ver u oír una pieza artística. Para analizar con profundidad el arte se requiere utilizar los otros renglones y aplicarlos según la época en que fue concebida la obra.

En los inicios de siglo XX, tal vez bajo la influencia de la muerte por la guerra y la pandemia, se dio inicio a una cantidad de movimientos artísticos, donde el arte empezó a recibir propuestas estéticas y búsquedas consideradas modernas para ese entonces; el abstracto comenzó a tener mucha más preponderancia y marcaba un camino. Las instalaciones hacían una relevante aparición. Es en esta época que aparece la obra “La fuente”, entre otras, de Marcel Duchamp, que consiste en un urinario convertido en objeto de arte. Es esta pieza tal vez un referente más en este choque o separación de la belleza en el arte.

Empezaba así, de alguna forma, a tener una mirada diferente el arte, donde la impresión era lo que movía la emoción. Pero, es lógico que a cualquier espectador le cause una impresión extraña y mueva sus emociones al ver un objeto utilitario de la vida común expuesto como obra de arte. Es donde los expertos aplicarían un análisis de argumentación, simbolismo y técnica para darle un lugar como pieza artística.

¿Se podría decir que en esta etapa la belleza deja de tener algo de relevancia para dar paso a lo sorprendente y lo extraño? Algunos estudiosos del arte dicen que si una obra artística trasciende a su tiempo es arte. A través del tiempo hemos visto que la belleza alternaba su lugar en la creación artística. Fue bajándose del pedestal en que se encontraba. Cada vez se extendía a las diferentes áreas de la creación artística, una búsqueda que tal vez sin saberlo dejaba a un lado la belleza. Se presentaba nuevas formas, sobre todo en la escultura y las instalaciones con objetos de uso cotidiano, donde valía más causar impresión o sorpresa.

La belleza comienza a quedar de lado por conceptos que se enfocaban en tratar de perturbar, incomodar, molestar, inquietar y hasta estrujar, como una forma de mostrar el arte no solo para la contemplación de creación, sino que busca enajenar el alma. Está claro que, al perturbarnos o incomodarnos, se presente la emoción, como hablamos de los cuatro niveles de lectura del arte. Pero muchas de estas propuestas no podrían pasar los tres niveles de análisis restantes.

Varios se acercaron a estas ideas, podemos estar de acuerdo en apoyar alegando que el arte debe transgredir, romper normas o corrientes. Es cierto que muchos artistas, a través de los siglos, desarrollaron dentro de sus propuestas formatos que causaban una ruptura estética del movimiento en sus épocas.

La música, por ejemplo, en siglos pasados, tuvo camisas de fuerza que limitó en algunos aspectos el desarrollo de nuevos sonidos. Por ejemplo, los acordes disonantes eran llamados diabólicos. Y eran prohibidos el uso de estos en las composiciones ya que solo podían usarse acordes naturales. Esta situación en la música, dominada como casi todas las artes en estas épocas por la religión, puede ser una gran excepción en cuanto al rompimiento del sentido de la estética y la belleza, que ese momento algún sonido que modificara la naturalidad de los acordes básicos era considerado feos o diabólicos.

Pero la genialidad siempre se presenta y un buen ejemplo es Beethoven, compositor que además pasó gran parte de su vida sordo, que no necesitó más que los acordes básicos para componer obras que han trascendido. Este compositor que hizo maravillas jugando con la intensidad y matices de sonidos sencillos de las escalas básicas. Beethoven, en la Quinta Sinfonía, como en varias de sus obras, interpreta de forma sucesiva un mismo acorde para darnos un tema de una profundidad emocional magistral. Solo repite tres veces el acorde de Sol y terminar en un Mi al inicio y ya nos sumerge en un mundo fantástico de misterio o pasión, según sienta cada quien. Y toda su obra puede ser analizada desde cualquier punto de vista y encontraremos, argumento, simbolismo y técnica.

En nuestra época, en la música se rompe con todo, no hay límites ni ataduras. ¡Tal vez no sea tan buena esa libertad! Ahora predominan los acordes disonantes (diabólicos), que han llevado a nuestros oídos a entender y disfrutar de composiciones con un nivel de calidad indiscutible. Pero, no todo es positivo en la creación musical. Algunos ritmos populares de la actualidad muestran decadencia en la música y la poesía, se nutren de lo vulgar, lo grotesco y la monotonía parece ser el límite (diabólico) impuesto por ellos mismos, como un requisito para interpretar ese tipo de fórmula que pretende ser música.

A principios del siglo XX empezó un juego, perdimos un poco de vista la belleza, los artistas pretendían formar parte de la nueva oleada del que más perturbe, el que más inquiete, el que más normas rompa es el ganador. Donde la originalidad y la creatividad estaban enfocada en cualquier cosa, menos en la belleza que causara una emoción de paz o calma. Las últimas décadas del siglo XX y estas dos décadas del siglo XXI continúan con la modalidad de colocar el arte como un simple medio de expresión individual, promovido por un medio capitalista irresponsable que lo infla y mima solo como un producto para sus fines.

Así vemos que la poesía o la música, la pintura ha hecho un culto a la frivolidad; es que hasta la arquitectura y la escultura parecen estar vacías e indefensas, sin alma.

Lo que nos rodea se ha vuelto feo, no solo lo físico, sino también el lenguaje, nuestras relaciones interpersonales, los modales. El arte ha acompañado al individualismo, nos hemos vuelto egocéntricos, vulgares y egoístas. El buen gusto ya no tiene un lugar en lo social, los buenos modales, ni frente a los padres o personas mayores, donde con frecuencia oímos palabras obscenas con una naturalidad digna de asombro, cual la poesía cotidiana, del Reguetón o su fase superior, el Trap.

Lo que llamamos arte ahora grita una palabra, yo, mis gustos, mi ambición, mi dinero, mi ganancia, mis propiedades, mis intereses, mis deseos, mis placeres y mi vida. Hay que romper el silencio, el arte tiene que decir con lo sublime, con la abstracción y seguir rompiendo paradigmas, pero también con la belleza, abrir el silencio y dejar de ser condescendientes con esa ola egoísta que solo acepta llenarse y satisfacerse dejando vacío en la sociedad.

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Tony González Cineasta

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