Por Luis Britto García
1. RESTAURACIÓN DELICTIVA
Cada vez que los poderes anuncian el Fin de la Historia, la misma
Historia los desmiente. De creerle a las maquinarias mediáticas del
capital, los progresismos de nuestra región habrían sido subproducto
de un alza de precios de los “commodities” o bienes de exportación con
poco valor agregado, que la baja de precios de éstos habría sepultado
para siempre. Pero los imperios agotaron todos sus esfuerzos, desde el
dumping petrolero hasta el proteccionismo extremo, para sabotear las
exportaciones latinoamericanas, sin lograr otra cosa que afianzar los
progresismos.
La Historia avanza con mayor velocidad en los países que parecerían
atrasados. Marx y Engels esperaban la Revolución en los países más
desarrollados, como Alemania o Inglaterra. Fue sin embargo en la
atrasada Rusia, en la arcaica China, en los dependientes México y Cuba
donde reventaron las revoluciones que estremecieron el orden colonial
capitalista.
Es en Nuestra América donde partidos clasistas y movimientos sociales
combaten por el socialismo mientras en el Viejo Mundo renacen los
fascismos.
Decía Marx que el capital, desde sus primeros pasos, nace exudando por
todos sus poros inmundicia y sangre. Lo mismo puede afirmarse de la
política capitalista. Lo que se intentó bautizar como “Restauración
conservadora” en América Latina, como si el capitalismo fuera
monarquía absoluta de derecho divino, en la mayoría de los casos no
pasó de prontuario de delitos de lesa humanidad.
Gran parte de los gobiernos de la llamada “Restauración” no llegaron
al poder por voluntad popular, sino por tramas delictivas de
camarillas antipopulares.
En Honduras un golpe militar secuestró al Presidente electo Mel Zelaya
con apoyo de la base estadounidense de Palmasola, y desembocó
elecciones tuteladas por los mismos golpistas, que en medio de
protestas populares impusieron gobiernos de legitimidad más que
dudosa.
En Paraguay un juicio político del Poder Legislativo amañado y sin
derecho a la defensa en pocas horas depuso al Presidente electo
Fernando Lugo.
En Brasil, turbios procesos judiciales encarcelaron o depusieron a
mandatarios electos como Lula da Silva o Dilma Roussef. En el caso de
Lula, el magistrado Sergio Moro, ahora ministro del reaccionario
Bolsonaro, actuó ilegítimamente a la vez como juez y coordinador de
la acusación contra el ex presidente, para impedirle presentarse como
candidato en elecciones futuras.
En el proceso de Dilma, la condena fue por “malversación de fondos”,
irregularidad menor que no consiste en apropiación de bienes
públicos, sino en destinar fondos de una partida presupuestaria a una
finalidad distinta de la prevista en ella.
En ambos casos los magistrados condenaron sin pruebas, no como
jueces, sino como agentes de fuerzas políticas que los recompensaron
por fallos que sacaban del debate político democrático a las figuras
de mayor prestigio en él.
Igualmente delictivo es el acceso al poder por la traición. Lenin
Moreno, el más fiel de los seguidores de Rafael Correa, elegido con
la votación de Alianza País, condona deudas de impuestos de la
oligarquía por unos 4.500 millones de dólares y entrega la soberanía
de Ecuador aceptando un desastroso Paquete del Fondo Monetario
Internacional a cambio de un préstamo de unos 4.000 millones de
dólares.
En fin, el último recurso de la “Restauración” es el clásico golpe
militar en el caso de Bolivia.
Afirmaba Juan Jacobo Rousseau que nadie podía entregarse como esclavo
voluntariamente, pues la locura no crea derechos. Tampoco el crimen.
Conjuras criminales que derrocan gobiernos legítimos o impiden
concurrir a los comicios a candidatos progresistas o compran
traidores no son “restauración”, sino delitos contra la voluntad
popular perpetrados por fuerza, conspiración o prevaricación
judicial.
2. PROGRESISMO DEMOCRÁTICO
Por contraste, los gobiernos progresistas latinoamericanos y caribeños
surgen y se mantienen por voluntad popular, contra agresiones
injustificadas inferidas por medios delictivos.
Cuba resiste desde 1959 bloqueos criminales, invasiones forajidas,
intentos de magnicidio, sabotaje organizado y guerra bacteriológica
sin que tantos crímenes pongan parte significativa de su población de
parte del agresor.
Nicaragua soporta idéntico repertorio de ataques, agravado por la
invasión cotidiana por sus fronteras de paramilitares pagados y
armados por Estados Unidos. Sin embargo, el sandinismo sólo perdió el
poder transitoriamente tras la aplicación de medidas neoliberales que
le concitaron el repudio de parte del electorado, y lo recuperó
democráticamente hasta el día de hoy.
Tras larga lucha revolucionaria, el FMLN lleva al poder a Mauricio
Funes en 2009 con el 51,32% de los votos, y triunfa una vez más en
2014.
En Venezuela toma el poder el bolivarianismo por vía democrática a
fines de 1998; el año inmediato sanciona por referendo popular una
nueva Constitución que multiplica las consultas electorales, regidas
por el que Jimmy Carter considera “quizá el sistema electoral más
perfecto del mundo”. A pesar de que el Imperio le inflige desde el
golpe de Estado hasta el intento de magnicidio, desde el terrorismo
hasta el bloqueo económico, gracias a sus programas sociales el
bolivarianismo sigue en el poder tras una veintena de elecciones
exitosas.
Bolivia elige Presidente en forma democrática a Evo Morales en 2005,
2014 y 2019, y desde el primer momento se desatan contra el país desde
tentativas secesionistas hasta el presente golpe de Estado.
Argentina elige democráticamente a Néstor Kirchner y luego a Cristina
Fernández de Kirchner, soporta la razzia neoliberal de Macri porque el
progresismo concurre dividido a las elecciones, y vuelve a elegir un
gobierno progresista en 2019.
Finalmente, tras padecer gobiernos socialdemócratas y neoliberales
cuyo denominador común parecería ser la violencia y la corrupción,
México elige en 2018 a Andrés Manuel López Obrador
3.- LA AVALANCHA POPULAR
¿Qué consecuencias tendrán las oleadas de sublevación popular que
sacuden Nuestra América? En algunos casos han llevado a victorias
electorales, como ocurrió en Argentina. En otros han sido desviadas
después de turbias o poco claras negociaciones, como en Ecuador. A
veces continúan sin una victoria decisiva en medio de creciente
represión, como en Honduras, Haití, Panamá, Colombia Chile o El
Alto, en Bolivia. Que no hayan derrocado instantáneamente al
desgobierno neoliberal que las reprime no debe ser considerado
derrota. Una rebelión social no necesariamente vence de inmediato,
pero sí fractura el orden contra el cual insurge. La primera gran
insurrección popular contra el neoliberalismo, la del Caracazo que
arranca el 27 de febrero de 1989, fue reducida tras una semana de Ley
Marcial que arrojó posiblemente más de cinco millares de víctimas
fatales. Carlos Andrés Pérez siguió en el poder, pero sólo para ver
su gobierno conmocionado por la rebelión militar del 4 de febrero de
1992, y ser depuesto en un juicio por corrupción ante el Tribunal
Supremo de Justicia. Sublevaciones sociales prolongadas convencen a
las clases dominantes de que su representante no defiende
adecuadamente sus intereses, fraccionan el bloque que sostiene al
gobierno, concientizan al pueblo sobre su poder. Así surgió el
bolivarianismo, que décadas después persiste imbatible.