¿Uruguay cambia de rumbo?

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Por Alejo Brignole

Desde el 2005, año en que el Frente Amplio (FA) se hizo con la presidencia derrotando al Partido Colorado, en Uruguay gobierna la izquierda. Al entonces saliente (el conservador Jorge Batlle) le sucedió el médico y socialista Tabaré Vázquez, que logró romper el tradicional bipartidismo del mosaico uruguayo. Fue así que el pequeño y estable país rioplatense pasó a formar parte del ciclo virtuoso de la izquierda latinoamericana, que comenzara a darle forma Hugo Chávez en 1998. En Argentina ya gobernaba Néstor Kirchner; y a finales de ese mismo año 2005, Evo Morales ganaría sus primeras elecciones presidenciales en Bolivia.

Le sucedería a Vázquez uno que se convertiría en un ícono progresista: José Pepe Mujica, que en 2015 volvería a ponerle la banda presidencial a Vázquez. Es decir, una seguidilla de tres gestiones progresistas –15 años de gobierno– en los que Uruguay vivió un crecimiento económico sostenido y una consolidación de los derechos sociales. Fue durante estos años en que el Estado ribereño se convirtió en el primer país latinoamericano en legalizar el cannabis para usos recreativos, y fue uno de los más proactivos en promover una reforma sanitaria nacional que diseñara la salud pública no como una oportunidad lucrativa, sino como un servicio social desligado de cálculos economicistas. Como un derecho, en síntesis.

Sin embargo, y tras una década y media de gobernanza sin sobresaltos, propia de un país que parece abominar de las fluctuaciones severas, en los comicios celebrados el pasado 27 de octubre el ciclo progresista uruguayo tiene cierto riesgo de escorar hacia la derecha. Con una victoria de apenas el 39.9% de los votos (contra el 29% de su rival, el derechista Luis Lacalle Pou), al FA no le alcanzó para ganar en primera vuelta y deberá ir al balotaje el próximo 24 de noviembre. Incluso ello podría no ser un problema si tomamos en cuenta el historial de triunfos en segunda vuelta que posee el FA, que se alzó con las respectivas presidencias en 2009 y 2014 mediante este trámite. Lacalle Pou tiene ahora el desafío de conformar un bloque que una al Partido Nacional con el Colorado (que tiene el 12.9%) y al ultraderechista Cabildo Abierto (más del 11%). Cabildo Abierto fue creado este año por el militar Guido Manini Ríos, excomandante en jefe del Ejército destituido por el presidente Tabaré Vázquez. Uno de cada diez uruguayos votó a los amantes de la esvástica, lo que marca la irrupción de la extrema derecha en la política uruguaya.

«Con una victoria de apenas el 39.9% de los votos (contra el 29% de su rival, el derechista Luis Lacalle Pou), al FA no le alcanzó para ganar en primera vuelta y deberá ir al balotaje el próximo 24 de noviembre»

Sin dudas, algo parece haber cambiado en el electorado local, infectado por esa toxina ambigua que tienta al cambio (y que sus países vecinos parecen haber probado con muy poca suerte y escasa felicidad en los años anteriores). Ni los desastres del macrismo argentino, ni la “primavera chilena” que visibilizó a una sociedad exhausta por los abusos corporativos, ni el caos brutal de Ecuador secuestrado por un Judas que entregó un país próspero a los designios de Washington, ha servido de brújula a los uruguayos para seguir en la senda progresista. O al menos parecen dubitativos hasta que dentro de un mes concurran a las urnas nuevamente.

Si bien todos los estudios indican que Uruguay tiene las menores asimetrías sociales de América Latina y la clase media más extendida de la región, el precio que deben a esa homogeneidad es pagar todo tipo de impuestos y enfrentar gastos de combustible, comida o alojamiento análogos a los de Europa. A cambio, los uruguayos reciben servicios de salud razonables, una educación por encima de los índices latinoamericanos, estadísticas bajas en criminalidad y un marco de estabilidad que les permite proyectarse con mediana certeza. Eso obliga a sus políticos a moderarse y a enfundar discursos violentos o caer en la demagogia fácil. Algo que Jair Bolsonaro ejerce a la perfección en el vecino Brasil.

Daniel Martínez, candidato del Frente Amplio (FA)

Tal vez por esta idiosincrasia que no tolera demasiado las salidas de libreto, el vicepresidente en funciones, Raúl Sendic, debió renunciar a su cargo el 31 de agosto pasado a causa del uso indebido –y excesivo– de tarjetas de crédito mientras estaba el frente de la deficitaria petrolera estatal Ancap. A ello se sumó que había mentido sobre su título universitario, supuestamente obtenido en la Universidad de La Habana, sobre una carrera en genética que en Cuba no existe.

Hijo del histórico guerrillero tupamaro del que heredó su nombre, el caso de Sendic fue utilizado por los operadores mediáticos que despliega la embajada estadounidense en el escenario uruguayo. ¿El objetivo? Exacerbar un desencanto creciente con Tabaré Vázquez, quien a pesar de haber hecho un gobierno ordenado y eficiente en términos de gestión, ha perdido impulso reformista y los bríos inherentes que se esperan del progresismo latinoamericano.

«Lacalle Pou intenta traer de nuevo a la política los viejos dogmas y rancias recetas que han hecho estallar al continente»

Pero para sus contrincantes del Partido Nacional tampoco resultó fácil el escrutinio popular. El aspirante a presidente, Luis Lacalle Pou, se enfrentó a un escándalo sexual en su entorno político cuando el público accedió a dos grabaciones con la voz del Intendente de Colonia de Sacramento, el integrante del Partido Blanco, Carlos Moreira. El primer audio mostraba cómo el dirigente ofrecía una pasantía en el ayuntamiento a cambio de favores sexuales. Una segunda grabación con su voz resultó una auténtica demostración de porno para ciegos. Sin imágenes, pero más obscena imposible. El candidato del Partido Nacional que disputará la presidencia en el balotaje es un representante de los sectores más conservadores uruguayos. Egresado de colegios de élite y defensor de políticas de mercado de claro sesgo neoliberal y aperturista de la economía en el sentido más peligroso: privatizador y excluyente de las clases desfavorecidas. Lacalle Pou (hijo del expresidente Luis Alberto Lacalle 1990-1995) con sus 46 años y de aspecto yuppie, se presenta como un modernizador opuesto a Daniel Martínez, el candidato del oficialismo que sucedería a Vázquez. Aunque tenga un discurso atractivo y bien empaquetado que ha hecho dudar a los uruguayos, Lacalle Pou intenta traer de nuevo a la política los viejos dogmas y rancias recetas que han hecho estallar al continente. Para muestra, basta Chile.

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Alejo Brignole Analista internacional y escritor

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