Por Jaume Domènech
El 15 de octubre de 1940, Franco, el traidor golpista, mandó a fusilar –acción que se llevó a cabo en los muros del Castillo de Montjuïc– al presidente de la Generalitat de Catalunya durante la Segunda República española, Lluís Companys.
Refugiado en Francia, Companys fue entregado por los nazis, con la connivencia del gobierno títere francés, a los fascistas españoles, quienes sin mayor pudor ni apariencia de justicia lo ejecutaron sin piedad (como a tantos miles de republicanos). Solo que en este caso la ignominia fue doble y doble también la traición.
Y la ignominia no cesa. Hoy, 15 de octubre, se cumplen 79 años de aquel fusilamiento y, en la víspera de la fecha, como si tratara de celebrar algo, el Gobierno español ha dado el visto bueno y publicita la sentencia contra el «procés», instancia rigurosa y pacífica para dotar de voz democrática a una nación y un pueblo milenario, como lo es el de Catalunya.
La elección de la fecha pone un clavo más en el ataúd en el que se pretende enterrar a Catalunya. España se apunta otro tanto en su largo mural de la vergüenza.
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Jaume Domènech Ambientalista