Por Sebastián López
Me enteré de El Robo, cuando las leyes se escribían en inglés porque alguien publicó en Facebook que era objeto de ataque por parte de algunos medios de comunicación, lo que provocó una mayor expectación entre los indiferentes. Por tanto decidí ir a verlo a la Cinemateca Boliviana, en la ciudad de La Paz, recinto destinado a la proyección de películas de culto, ubicado en pleno Sopocachi. Por el carácter de las cintas que proyecta, hay que decir que esta cinemateca es poco concurrida, lo que permite a cinéfilos regodearse de un espacio despejado.
Pero, al llegar a esta exhibición, la fila de quienes ingresarían a ver el documental salía hasta la calle, más allá de la entrada de la cinemateca. Era la primera vez que veía un fenómeno de esta naturaleza, sin duda fruto de la disputa que habían generado los medios de comunicación contra el film. Al parecer, se confirma el dicho de que “no existe mala publicidad”, ya que la cinta repletó dos salas, con gente sentada en el piso y los escalones.
Para mi asombro y el de los asistentes, El Robo se convierte en una obra que logra explicar un camino de promesas incumplidas; cifras, datos exactos, fechas, nombres y apellidos son la clase de información con la que nos sorprende, mostrando al espectador las acciones de privatización y venta de empresas bolivianas durante el neoliberalismo.
Esta producción utiliza el recurso de una actriz que hace de investigadora, Raiza Ortiz, quizás para darle un mayor dinamismo y orientarlo a un sector más juvenil. De tal modo que lo vuelve más entendible y consigue que el espectador comprenda en palabras sencillas el proceso privatizador de décadas pasadas.
Aunque lo que básicamente ocurrió fue que el documental hace uso de la investigación llevada a cabo por un organismo conformado por varios políticos, periodistas y dirigentes sociales, para descubrir y denunciar a los responsables de, básicamente, vender un país.
La Comisión Especial de Investigación de la Capitalización y Privatización de la Asamblea Legislativa Plurinacional fue responsable del financiamiento del documental, en el que junto a mostrar en pantalla a personalidades políticas, intelectuales, periodistas o protagonistas de los hechos, se entrevista a personas comunes que vivieron en carne propia aquella época de despidos masivos, de abusos de poder y endeudamiento de Bolivia.
El director, César Andrade, lleva a la audiencia por indignantes pasajes de la historia reciente boliviana; imposible no sentirse ultrajado por los datos arrojados en la pantalla, que nos informan que los antiguos “propietarios” del país habrían robado cerca de 22 mil millones de dólares.
Impotencia es lo que uno experimenta al ver la grabación de la huida de Gonzalo Sánchez de Lozada, con sus agentes entrando al Banco Nacional para sustraer unos cuantos millones de dólares que pertenecían al conjunto de los bolivianos.
Sin embargo, el documental enseña la salida, nos dice que es parte de la historia y que si tenemos presente en nuestra memoria lo acontecido impediremos que vuelva a ocurrir, que si se llega un momento en el futuro en el que se pretenda volver a manosear a un país entero y sus recursos tendremos las herramientas y la experiencia para evitar que se logre el nefasto fin.
Al escabullirme de la sala, tras una lenta salida de los asistentes, pude escuchar comentarios de mano de los protagonistas del filme y de su director, y sentir la satisfacción de haber visto un buen trabajo documental, que expone sin temor y sin complicaciones los hechos que denuncia, y más importante: que representa un cine que ayuda a educar a un pueblo y a entender a quienes no vivimos esa época o al menos no estábamos presentes.
Todo esto en uno de mis rincones favoritos de La Paz, que en esta ocasión sí vio sus salas llenas.
Ficha técnica
Director: César Andrade
Guion: Pedro Valdéz Boullosa
Producción: Karina Herrera
Género: Documental
Duración: 61 minutos
Año de estreno: 2019