Por Judith Hoffmann
Un mes en Venezuela, y son varias las imágenes y sentimientos que las cámaras no pudieron reflejar, pero que siguen danzando en mi memoria.
Llegué a Caracas con emoción y suspenso. Sabía que la crisis era una realidad, a pesar de conocer sus causas –las mismas que han azotado por años a nuestra América–.
Por eso me propuse construir una visión objetiva del día a día, para comprobar o descartar las tantas versiones apocalípticas que circulan en todo el mundo. Además, deseaba hablar con la gente, visitar los mercados, barrios, museos, bañarme en el Caribe, una meta ambiciosa.
En mi primer recorrido me llamó la atención la cantidad de tiendas y galerías abiertas, para todos los gustos y bolsillos. Estaba incrédula, pensaba que iba a ver un pueblo triste y una ciudad sombría, pero mi sorpresa a cada momento iba en aumento al constatar lo contario.
Caminé y caminé, conversé con decenas de personas, siendo mi primera enseñanza advertir una Venezuela que aprecia a los extranjeros, a todos, vengan de donde vengan y del color que sean. La xenofobia es un concepto erradicado en estas tierras, cuestión que podemos evidenciar a través de su historia, caracterizada por dar refugio a millones de migrantes de todas las latitudes.
Continué el recorrido por museos, el solemne Panteón –donde yacen los restos de Simón Bolívar–, monumentos en honor a Antonio José de Sucre, segundo presidente de Bolivia, símbolo de un pueblo que alberga la esperanza de que sus restos retornen a su tierra natal ya que actualmente descansan en la Catedral Metropolitana de Quito.
Del Museo de Bellas Artes al Museo de Arte Contemporáneo, Los Galpones y sus librerías, y mi gran sorpresa: la Casa de las Primeras Letras, donde Simón Rodríguez dictó clases a Simón Bolívar, cuando se empinaba sobre sus diez añitos. Al salir de este recinto escuché guitarras, un cuatro y voces en un patio donde se reúnen diariamente personas de todas las edades, me emocioné. Cantan, ríen y me integran, con esa alegría y cariño que sólo los venezolanos saben dar. Me invitaron a participar y hasta canté con todas mis fuerzas.
Continuará…
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Judith Hoffmann │Operadora turística.