Cuando Donald Trump asumió la presidencia de Estados Unidos, su entrada en la Casa Blanca estuvo marcada por una retórica agresiva y un enfoque despectivo hacia Latinoamérica. Su primer día fue un reflejo de su megalomanía patológica. En su mundo, Latinoamérica no solo necesita a Estados Unidos; su postura es que el continente entero depende de la benevolencia estadounidense para sobrevivir.
Desde el principio de su mandato, Trump lanzó ataques verbales contra Brasil, el gigante sudamericano que, bajo la dirección de Luiz Inácio Lula da Silva, ha estado buscando construir un camino progresista. La decisión de no invitar a Lula a su toma de posesión fue deliberada, un claro mensaje de desprecio hacia un líder que representa un modelo de desarrollo alternativo al neoliberalismo que Trump defiende a capa y espada. El hecho de que Jair Bolsonaro, quien coquetea con la ideología de Trump, tampoco pudiera asistir debido a las restricciones impuestas por su propio Tribunal Supremo, fue la guinda de un pastel que ya estaba bastante mal decorado.
En el contexto de sus críticas, no escatimó palabras para hablar sobre el Canal de Panamá, declarando que la decisión de cederlo al control panameño por parte del expresidente Jimmy Carter fue un «error». En su retórica, Trump afirma que este canal era un símbolo de poder que debe pertenecer a Estados Unidos. A través de sus declaraciones, deja entrever su ansia por recuperar lo que considera perdido, sugiriendo que quizás un día el canal volvería a estar bajo el dominio estadounidense, administrado según los caprichos de la Casa Blanca.
La designación de Marco Rubio como secretario de Estado es otra jugada maestra para reforzar su estrategia hacia América Latina. Rubio, hijo de inmigrantes cubanos y ferviente crítico del régimen cubano, encarna la política exterior de Trump: anti-Cuba, anti-Venezuela y pro intervención. Al elegir a alguien que se opone de manera frontal a la normalización de las relaciones con La Habana, Trump está mandando un mensaje claro: la política de «América Primero» significa una exclusión total de aquellos países que no se alineen con sus intereses.
En el caso de Venezuela, Trump ha dicho que dejará de comprar petróleo a nuestro país. utilizando un “no lo necesitamos”, demuestra su prepotencia y su arrogancia. Según análisis psicológicos, Trump se cree superior a los demás y trata a las personas como si fuesen inferiores, sin recordar que Venezuela tiene la primera reserva de petróleo a nivel mundial por el orden de los 305 millones de barriles, mientras que los Estados Unidos tiene 47 mil 53 millones, por lo cual podríamos estar frente a una silenciosa invasión gringa para solventar su situación energética.
La amenaza de sanciones adicionales a la industria petrolera venezolana es otra de las promesas de Trump. Su objetivo es mucho más que la promoción de la democracia; está más interesado en acceder a las vastas reservas de petróleo de Venezuela.
Donald Trump recordó que aún seguía comprometido, como en su primer mandato, con la salida del poder del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro. Por lo cual impondrá más sanciones a la industria de los hidrocarburos en Venezuela, ya que Estados Unidos “tiene petróleo más que suficiente”. Esta sentencia de Trump tiene sello y firma a través de Marco Rubio, quien esta semana mantuvo una videoconferencia con María Corina Machado, otra narcisista, y Edmundo González Urrutia.
Con el asedio verbal contra la nación bolivariana, a través de Rubio, actuando como el pitbull del presidente gringo, reiteró el reconocimiento a González Urrutia como “presidente legítimo” de Venezuela. Marco Rubio en su marcado odio hacia la revolución bolivariana, ha reafirmado el apoyo de Estados Unidos a la “restauración de la democracia en Venezuela”, con la salida de Nicolás Maduro de la presidencia de la República, así como a la liberación inmediata de todos los presos políticos, pero que silenciosamente tiene un precio, apoderarse del petróleo venezolano. Así lo han dicho todos los secretarios de Estado norteamericano, pero esto se ha quedado en ese aforismo que dice: Deseos no empreñan. Marco Rubio será uno más en el fracaso de su gestión y más temprano que tarde será destituido por el propio Trump. El ultraderechista habanero no está preparado para ese cargo.
Todo esto nos lleva a un punto crucial de reflexión: la política exterior de Trump hacia América Latina, en particular su trato hacia Venezuela, revela una arrogancia que es difícil de disimular. El deseo de controlar recursos, la necesidad de afirmar la superioridad estadounidense y la obsesión por aplastar a cualquier oposición son constantes en su gobierno. Lo que queda claro es que, más allá de la retórica y el espectáculo, hay intereses económicos y políticos en juego.
Evidentemente, la historia ha mostrado que el deseo de intervención puede llevar a conflictos que dejen profundas cicatrices en las naciones afectadas.
Aquellos que creen que estos actos de agresión son simplemente parte de una estrategia de política exterior están equivocados. Son más bien el eco de un imperialismo que, aunque disfrazado de altruismo, continúa perpetuando un ciclo de violencia y opresión.
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William Gómez García Venezolano, periodista
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