Chile más allá de las votaciones

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El resultado de las elecciones de segunda vuelta en Chile es una expresión concentrada de la crisis multiforme en la relación entre sociedad y política, ciudadanía, Estado e individuo y comunidad.

La sociedad no existe, solo existen individuos y sus familias, proclamaba Margaret Thatcher. Esa es la escala para las expectativas, enfoques y alcances limitados en lo individual, lo emocional e inmediato, bajo la permanente influencia de los “fabricantes de consenso”, parafraseando a Noam Chomsky. Han sido años de informaciones sobre hechos de violencia, amplificados mediáticamente, construyendo una narrativa de crisis, miedos, rechazos sin mediar reflexiones ni verificaciones sobre causas y la real magnitud de fenómenos como la delincuencia, la inseguridad, los inmigrantes o los supuestos despilfarros del gasto fiscal.

La agenda de la derecha se ordenó en torno a estos temas y a propuestas socioeconómicas y laborales rodeadas de opacidad.

La afirmación de que “Chile se cae a pedazos” es insostenible, deshonesta e irresponsable. A modo de ejemplo, Alemania en 2025 proyecta un crecimiento entre el 0.0 al 0.2%. del PIB. Chile, en cambio, de acuerdo a estimaciones de la OCDE, crecerá en un 2.5% del PIB, impulsado por la inversión y el consumo. Según la misma OCDE, el Foro Económico Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), entre otras agencias, Chile se sitúa en los más altos niveles de eficiencia del gasto público a nivel global y regional (entre los primeros cinco lugares), hace ya varios años. Son múltiples los indicadores que desmienten las falsedades de la extrema derecha.

En un artículo del 11 de noviembre Gerardo Lissardy, de BBC News Mundo, señala: “Chile vive una paradoja antes de la primera vuelta de las elecciones presidenciales de este domingo: la inseguridad es un tema clave de la campaña, aunque tiene índices de criminalidad bastante más bajos que otros países de la Región”. Registra que Chile tiene mayores niveles de inquietud (63%) que México (59%) o Colombia (45%), países con tasas de homicidios cuatro veces superiores. Según la no oficial Fundación Paz Ciudadana “con seis homicidios por cada 100 mil habitantes, Chile está lejos de tener el mayor problema de crimen y violencia en Latinoamérica o el resto del mundo”.

Sin embargo, ha actuado con nitidez “el sesgo de autoafirmación”, en que toda otra afirmación, aun apoyada en evidencias empíricas, no tiene lugar para ser siquiera considerada. Igual ocurre con los riesgos de retrocesos en materias socioeconómicas así como la consideración de la viabilidad de las medidas planteadas, envueltas en el humo de la demagogia y el cinismo.

Otro factor es la negativa evaluación del gobierno de Boric, particularmente respecto de los primeros tiempos, tanto en aspectos del ámbito del posmaterialismo, como por su amarre temprano a la primera Convención Constituyente que fue rechazada por más del 62%. Paradojalmente, esto contribuyó a invisibilizar grandes realizaciones como las reformas de pensiones, las alzas salariales y en la protección social y de las familias, entre otras.

La situación internacional es, sin dudas, otro de los factores a destacar. Se trata, no solo de la “ola” ultraderechista en el Cono Sur y la revitalización, en modo grosero, de la Doctrina Monroe (con corolario Trump), sino además de su inserción en un contexto global confuso e inestable, caracterizado por cruces diversos de contradicciones y proyectos. Por ahora le fue favorable a Kast. Será, sin embargo, necesario observar el desenvolvimiento de Chile que, como los otros gobiernos “neoliberales” latinoamericanos, exhibe un doctrinarismo de libertad total para los negocios, pero paradojalmente es sometido al soberanismo del “America First”. Sus prismas clasistas, sobreidologizados y su subordinación a los Estados Unidos les reducen espacios al ecumenismo que requieren las relaciones internacionales.
Kast obtuvo sobre un 23% en la primera vuelta. En una primera observación parece poco probable asimilar la mayoría electoral, 58.3% del balotaje, con mayoría política y, más aún, en adhesión ideológica-cultural.

En su primer discurso, el presidente electo se mostró ostensiblemente moderado, reduciendo expectativas para la realización de lo planteado. Obviamente, la expulsión de 334 mil inmigrantes ilegales, terminar con la delincuencia, bajar impuestos a los más ricos y rebajar el gasto público no son tareas fáciles o, en algunos casos, posibles de materializar. En la contrastación entre ofertas y realizaciones se sitúa la delgada línea que separa las euforias de las depresiones y decepciones.

La izquierda tendrá que recuperar su agenda universalista, superando los narcisismos identitarios y las fragmentaciones. Ello implica relevar la noción de que la lucha por la igualdad de las libertades, en sus distintas dimensiones, es consubstancial a la superación de las condiciones materiales de existencia y el fortalecimiento del sentido de comunidad. Ello es básico para reactivar su consubstancial conexión con vastos sectores populares y aprender los nuevos contenidos y subjetividades de sus aspiraciones.

La conjunción de las corrientes de centroizquierda y sectores liberales democráticos es clave.

Simultáneamente, habrá que asumir un proceso de reflexión y autocrítica profundo y conducente –que no es autoflagelación–, para identificar y registrar los elementos de fondo que condujeron a los fallos, vacíos e insuficiencias en el quehacer.

Dada la envergadura de la tarea habrá que “apurarse despacio” y, coherentemente con ello, asumir que se avanza consolidando.

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Luciano Valle Acevedo Chileno, cientista político

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