Testimonio de Gabriel Loza: «El día G: del golpe del 11 de septiembre» │ A 50 años del golpe en Chile

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“En mi ciudad murió un día el sol de primavera en mi ventana me fueron avisar”,  empieza una canción de Santiago de Nuevo Extremo, y justamente así, el 11 de septiembre, mi amigo boliviano y compañero de pieza, Gonzalo Jemio, me vino avisar a las ocho de la mañana entrando nerviosamente a mi cuarto: “parece que ahora sí hay golpe”. Como en el caso anterior del “Tanquetazo», el levantamiento militar con tanques en La Moneda en junio de 1973, lo primero que hice fue ir a la Escuela de Economía, ubicada en la Avenida República, a pocas cuadras de donde vivía en el edificio de departamentos con la esquina de Blanco Encalada.

Ese día casi no había gente, estaba en demasiada calma y esperé a mi compañera de la Juventud Socialista (JS), Carolina, que tardó en llegar, dijo que no había transporte y que era difícil entrar por el centro, por la Alameda, así que se vino por Avenida Matta y llegó por Blanco Encalada. El Tacna, que es una especie de cuartel militar general en Santiago, aparentaba estar sin movimiento.

Lo que hicimos fue movilizarnos hacia el Cordón O’Higgins, creado en el Paro de Octubre de 1972, cuando varias empresas del sector fueron tomadas formando una especie de cordón industrial con las empresas de la zona, entre las que estaba Yarur, una de las industrias textiles más grandes, y Gasco, de distribución de gas, junto a otras medianas y pequeñas de diversos rubros. Una de ellas era Salinas y Fabre (Salfa), que no era una industria, sino una empresa mediana del servicio automotriz, cuyo dirigente sindical era el presidente del cordón. 

Los dirigentes ya nos esperaban en la puerta de la estación de servicio de Salfa. No tenían información de lo que pasaba y nosotros tampoco. Acordamos visitar las empresas del cordón y nos subimos a una vagoneta y partimos hacia Yarur. Había pocos trabajadores y me topé con un dirigente del Frente de Trabajadores Revolucionarios (FTR) del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), compañero peruano Hidalgo, con cara preocupada, y parecía que daba instrucciones a unos de sus compañeros. Pasamos después a Gasco, donde recién vimos a muchos soldados jóvenes, con pañoleta verde al cuello, resguardando la empresa. Después surgió la leyenda urbana que los de un color de pañoleta eran leales y los otros golpistas. No nos atrevimos a preguntarles de qué lado estaban. Al final nos fuimos a la seccional del Partido Socialista (PS) de la novena comuna, donde había muy pocos dirigentes. Ahí nos dieron la instrucción que en Ferrocarriles, en la Estación Central,  a las 12:00 hrs.,  iban a repartir armas.

Volvimos a Salfa, mientras en las noticias de la radio se oían las palabras de despedida del presidente Allende; solo por cumplir pasamos a mediodía a Ferrocarriles y luego nos desmovilizamos. Los dirigentes volvieron a su empresa y nosotros nos quedamos en Maestranza Velázquez, una pequeña empresa intervenida en época del Paro de Octubre que estaba cerca de Estación Central. Llegamos y casi no había trabajadores, más bien unos estudiantes que entraban y salían de la fábrica. Decretaron los militares golpistas toque de queda a partir de las tres de la tarde y, por lo tanto, no podía Carolina volver a su casa ni tampoco yo a mi departamento. En la noche logramos contactarnos con Franz González, que estaba en el bloque B del edificio de departamentos de Avenida República, en la “casa de seguridad”, que era de una tía del compañero socialista Alfonso Traub, que estaba de viaje.

Como a las  nueve de la noche me llamó Franz para despedirse, porque los militares habían entrado al bloque A del edificio, y había empezado una balacera. Me dijo que parecía que hubo una resistencia en el departamento y que posiblemente los militares ahora entraban a su bloque y temía que iba a pasar lo mismo.

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Felizmente, los militares no entraron a su departamento esa noche y la balacera no fue producto de la resistencia de mis compañeros bolivianos, sino fuego cruzado, “fuego amigo”, entre los propios militares de un bloque a otro bloque que no pasó a mayores. Eso sí, a mis compañeros del departamento los llevaron a culatazos al Cuartel Tacna y después al Estadio Nacional. No se habían metido directamente en política y fuimos denunciados por los propios vecinos del edificio, por las reuniones de música, trago y baile que hacíamos “los extranjeros”, metiendo barullo hasta altas horas de la noche y algunas madrugadas. Incluso en la tarde habían ido a registrarse a la comisaria de Carabineros que estaba en la calle Toesca, frente a la Escuela de Economía, como mandaba el pregón de los militares, los cuales no respetaron ni siquiera su registro.

Gonzalo, que me había despertado avisándome el golpe, intuía que iba a pasar algo grave y salió rumbo a la casa de unos tíos que tenía, pero no pudo pasar por la Alameda y volvió al departamento y se puso a limpiar de folletos y propaganda de izquierda que la polola chilena de unos de los bolivianos –que era del Frente de Estudiantes Revolucionarios (FER)– había dejado. Incluso los metió al baño y ocultó una bandera en la caja de agua del inodoro. Los militares no encontraron más que algunos libros de marxismo que tenía en mi pequeña biblioteca. Lo que no hallaron fue una caja de tecnopor,  llena de dinamita, que trajo un camarada socialista del pensionado vecino, cuando los militares, semanas antes del golpe, empezaron a allanar fábricas y locales partidarios en busca de armas como paso previo antes del golpe planificado. Días antes le había solicitado que recoja la caja de tecnopor, que parece incluso estaba transpirada, y a regañadientes se la llevó no sé adónde. Si la hubieran encontrado los militares, mis compañeros del departamento no hubieran salido ni entrado del Estado Nacional semanas después.

Con Carolina apenas dormimos esa noche en la Maestranza, en medio de rumores donde decían incluso que Fidel estaba mandando armas para la defensa frente al golpe. El toque de queda se levantó por unas pocas horas al siguiente día, por lo que salimos temprano pasando por unas poblaciones vigiladas por helicópteros que volaban muy bajo amedrentando a los pobladores, y nos fuimos caminando rumbo a San Miguel, donde tenía unos tíos Carolina. En medio de la calle había algunos vecinos que celebraban el golpe, y cuando nos vieron empezaron a hablar hasta que se acercaron dos soldaditos jóvenes, imberbes, a pedirnos documentos. Al salir de la Maestranza habíamos votado nuestras credenciales de la JS y le dije a unos soldaditos que el toque nos agarró la noche lejos de la casa de mi polola y que le estaba llevando de vuelta a su casa, seguro que sus padres me iban a matar por haber pasado con ella juntos. Se rieron y nos dejaron pasar ante la mirada de los vecinos “nacionalistas”.

Nos fuimos caminando, porque no había movilidades, y pasamos por una “casa de seguridad” de la JS, que no era otro que el departamento de un compañero de la escuela, Guido Lagos, casado recientemente con una compañera de las Juventudes Comunistas (JJ.CC.) de la Escuela. Al tocar la puerta nos abrió Gianina Cademartori, de la JJ.CC. de la Escuela e hija de un alto dirigente del Partido Comunista (PC). Nos dijo que no podía recibirnos, pero que nos podían ofrecer un vaso de leche antes de irnos; entreabierta la puerta, vimos a otros militantes que estaban ocupando el espacio. Nos fuimos rumbo a San Miguel, ya que si no funcionaban las casas de seguridad del partido funcionarían las de los familiares de Carolina.

Llegamos a San Miguel, el distrito más popular y combativo en esa época, pero estaba aparentemente tranquilo. Vimos en una esquina, en actitud vigilante, a Cochin Muñoz, dirigente del regional del partido, y todo nervioso nos dijo si podíamos relevarlo. Yo le dije que por extranjero sería más difícil y Carolina se ofreció. Cuando ella volvió ya no estaba Cochin esperándola. Vimos disfrazado de cura al compañero dirigente del MIR de apellido Aguiló, y a los hermanos Carlos y Luis Lorca, dirigentes de la JS, circulando muy misteriosamente por Gran Avenida. En 1975 Carlos Lorca fue “desaparecido” por el régimen y hasta hoy en día su familia lucha y reclama contra su desaparición.

San Miguel parece que fue un refugio de la izquierda el día G y el día después del golpe. Para mí fue un puente para buscar refugio en la casa de Patricio Flores, que me tuvo hasta que la tía de Carolina, Eliana, me llevó al refugio de Naciones Unidas, el CIME, para salir en noviembre de Chile rumbo a Bolivia. Carolina me persiguió, en un matrimonio chileno-boliviano que dura hasta el momento de escribir estos recuerdos muy dolorosos, que lastiman el alma cada vez que vuelven a la memoria, pero que para algunos pocos como yo y Carolina tuvo un final feliz, que puedo contar a mis hijos y nietos con algunos lagrimones.    

Gabriel Loza

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Gabriel Loza Tellería Boliviano, expresidente del Banco Central de Bolivia (BCB), residente en Chile en 1973

Juan José Peralta Ibáñez
Fotógrafo documentalista, fotoperiodismo, naturaleza, video, música

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